En el grupo que fuimos a Gramado conocí a personas que valen mucho. Eso me ocupó gran parte de los pensamientos; el resto de ellos estaba concentrado en Relatos de un cazador, de I. Turgueniev. Una tormenta sorprende al cazador en el bosque y es rescatado por un hombre robusto y hosco que lo lleva a su cabaña. El cazador:
- Así, pues, ¿no tienes mujer?
- No -dijo tristemente-, la pobre amiga ha muerto; pronto hará tres meses que nos dejó.
- ¡Pobres niños! -murmuré.
Pero él ya había desechado sus pensamientos dolorosos y salió, ando un portazo.
Y cuenta que la muchachita (de 12 años) seguía balanceándose la mísera cuna.
* * *
Los rasgos de la mujer de Pantalei le denunciaban al cazador pasiones fuertes y una perfecta despreocupación.
Pantalei le dice a ella:
— Trae tu guitarra y canta.
— No, no quiero.
— ¿Por qué?
— Pues, porque no tengo ganas.
— Pero, ¿por qué?
— No sé.
— ¡Qué loca!
El cazador ve que la fisonomía de la mujer era perversa, se alzaban y recaían sus pestañas como las antenas de una avispa.
* * *
No han entrado muchas personas en una taberna de aldea. Tal vez los cazadores las conozcan porque en todas partes se meten.
* * *
Este hombre era, en una palabra, un hombre enigmático. Dueño de su prodigiosa fuerza, vivía siempre en un absoluto descanso, tal vez porque un secreto presentimiento le anunciaba que, si se dejaba llevar por ella, semejante fuerza destrozaría todo a su paso y tal vez al mismo que la tenía. Yo creo que algo le había dejado en este sentido la experiencia. Lo que más me sorprendía era la delicadeza de su sentimiento, unida a la crueldad innata.
* * *
Al menos cuando uno anda se siente más liviano, el sol os calienta más y estamos más bajo los hombres del Señor. Se ven crecer las plantas alrededor, se recogen algunas. Luego se encuentra un manantial, sale agua santa, se la bebe, se contempla el sitio. Los pájaros gorjean y cantan.
* * *
No era, como yo había pensado, una criatura de ocho años, sino una encantadora niña de catorce a quince. Aunque algo delgada, era bien proporcionada y muy ágil. Su diminuta figura tenía alguna vaga semejanza con el aspecto de Kaciano, aunque éste era feo. Ambos tenían los mismos rasgos agudos, la misma mirada extraña y espiritual. Kaciano la miró con mucha atención.
(…)
— ¿Es tu hija? —pregunté a Kaciano.
Anucka se sonrojó.
— No —dijo Kaciano—, una parienta… Vamos, Anucka, vete.
(…)
— Y la pequeña Anucka, ¿quién es? ¿Pariente suya?
Me miró el cochero de soslayo.
— ¿Su parienta?... Es huérfana… No se conoce a su madre. Pero el enano parece quererle mucho. Por otra parte es una chica lista, inteligente, y Kaciano la instruye.
Записки охотника, 1852.
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