Esquina de Villa Clara. |
Perdón, y gracias.
En las colonias
judías
Fue la primera vez en mi vida que me puse una kipá. Tenía
miedo de que se me cayera, me pregunté si habría una técnica para que se
quedara adherida, la sentí lejos de mi cuero cabelludo. Me dije que era muy
difícil que no se cayera, que la kipá no estaba hecha para el pelo chino.
Ridículamente me la atornillé. Temí que Juanjo tomara todo eso que estaba haciendo
como una falta de respeto, pero de repente la técnica del girado como si la
kipá fuera una tapa resultó, y se quedó perfectamente quieta. Entonces entré en
la pequeña sinagoga del campo.
"Alguien dijo que esta era una sinagoga rancho y desde entonces se la llama así. Debió ser porque
tiene ese alerito, y por la forma general, pero todas las sinagogas de esta
zona son iguales, todas son modestas, con el techo a dos aguas y un estilo
románico". Le pregunté si así eran en la Rusia de donde llegaron los colonos
a fines del siglo XIX, o si los criollos que éstos contrataron para
construirlas decidieron la forma que aplicaron a todas (en el museo de
Domínguez me mostraron la foto de un rancho, un rancho cualquiera, de adobe y
paja, rectangular, bajito, con el techo a dos aguas, y me explicaron que eran
los ranchos que los criollos les hacían a los colonos como primer lugar de
vivienda cuando llegaban a la parcela de campo que le habían asignado; la
verdad es que la diferencia con las sinagogas era de tamaño, nada más, y que
las sinagogas tuvieran techo de chapa y el adobe revocado). Me dijo que no
sabía —y a mí me encantó que no supiera, no sólo por su honestidad (a los guías
no les gusta no saber; es más, creo que lo que inventan los guías de turismo
por no saber debe ser el mayor volumen de información que los turistas se
llevan de los lugares), sino que también me gustó que el guión de este destino,
el Circuito de las Colonias Judías de Entre Ríos, estuviera fresco y pudiera
ajustarse incorporando nuevos datos. Y me gustó que el pasado estuviera vivo, y
cada vestigio que se descubría obligara al replanteo, destartalara voces y
versiones oficiales y autoridades intocables. El día anterior habíamos ido a
ver la primera Escuela ORT de la Argentina y nos encontramos con un taller
mecánico. Simpáticamente, esperaban turno para ser arreglados dos Falcon, un
Rambler y un R6 viejísimos, quizás de la época en que la escuela funcionaba.
Quien nos llevó nos advirtió que el dueño del taller era un exalumno. Quise
conocerlo. Era un hombre morrudo y pequeño, de unos 65 años, con unos ojos y
una sonrisa inocentes como las de un ángel que jamás salió de su casa. Se
llamaba Jorge, y de apellido Director, y era descendiente de los colonos
judíos. Nos dijo que adentro del taller había un torno de la época de la
escuela y fuimos a verlo. Aún lo usaba, lo mismo que una agujereadora y otra
máquina. Nos contó que habían puesto la escuela "para que la gente del
campo pudiera arreglar las máquinas cuando se le rompieran. Mandaban los chicos
acá, para que volvieran sabiendo. Venían de Moisesville, de Buenos Aires, de La
Pampa, de todas partes". Yo pregunté si la visita a la antigua escuela era
parte del recorrido y me dijeron "casi nunca". Supuse que menos aún
formaba parte de la visita una charla con don Jorge Director, por lo que quedé
tan feliz como quien hace un hallazgo arqueológico de trascendencia.
Juanjo me mostraba cómo estaban separados en la sinagoga el
lugar de las mujeres y el de los hombres —"la mujer distrae al hombre de
Dios". En el recinto donde se reunían los hombres la penumbra y la humedad
eran tan densas que uno sentía que respiraba barro frío. Estaban dispuestos los
bancos de antaño, el Arón Hakodesh donde se guardan los libros sagrados, la
mesa donde éstos se despliega para ser leídos, colgaban tres lámparas de aceite
y había una Menorah, el candelabro judío que representa los arbustos en llamas
que vio Moisés en el Monte Sinaí. El lugar no tendría más de cinco por siete
metros. Saqué algunas fotos mientras Juanjo me explicaba que aquella era la
sinagoga de una aldea que el Barón Hirsch había mandado hacer para que los
colonos se sintieran cómodos en el campo por estar juntos, y así se quedaran.
"Eran pueblos satélites de Basavilbaso. Todas eran iguales, con una larga calle
ancha que estructuraba el espacio, con las casas a ambos lados, y el cementerio
al final. Era una forma que conocían, la misma que tenían donde vivían en
Rusia".
Era importante que los colonos se sintieran cómodos para que
se quedaran. Juanjo me contó que aquel Barón Maurice de Hirsch, millonario
dueño de la empresa que construyó la línea del Orient Express, quedó con un
dolor infinito por la pérdida de su único hijo, Lucien, y decidió usar la
herencia de Lucien para salvar a los judíos de la tiranía del zar. El zar Alejandro
III incentivó los 200 pogroms que se hicieron entre 1881 y 1882 y tomó una
serie de medidas que iban haciendo imposible la vida de los semitas. Hirsch
quiso liberar al pueblo judío haciendo marchar a cinco millones de personas hacia
una Tierra Prometida, que resultó ser el centro de la provincia de Entre Ríos.
Creó para la empresa la Jewish Colonization Association, la que compró las
tierras y trajo a los judíos. Hirsch entendía que la forma de apropiarse de un
territorio era trabajar la tierra con las manos. "Pero ninguno era
campesino. Todos venían de las ciudades, eran comerciantes, sastres, herreros.
La mayoría pobre. Venían sufriendo, y cuando llegaron aquí la pasaron muy mal,
sin conocer el idioma, sin poder comer su comida, sin entender nada de la
sociedad argentina, obligados a una actividad que desconocían completamente.
Apenas arribaron comenzó el éxodo, primero a los pueblos y después a las
grandes ciudades". Amortiguaron la migración los años en que muchos
colonos se dedicaron a la agricultura, incluso pusieron en ello un empeño tan
grande que establecieron bases del cooperativismo argentino (se
cooperativizaron como estrategia defensiva, porque a la muerte del Barón
protector los administradores de la Jewish Colonization Association parecen
haberse dedicado a explotarlos). El cooperativismo estaba enraizado en ideas
socialistas que habían traído algunos de los inmigrantes, entre quienes se
destacaba Mikhail Sajaroff. Eran las mismas ideas que en Rusia dieron
nacimiento a la revolución y a la unión soviética, y en Argentina
fundamentarían la izquierda que acabaría nutriendo el peronismo. En el Museo y
Archivo De las Colonias, de Gobernador Domínguez me habían mostrado las fotos
de las tres hermanas Cherkoff, casadas una con Nicolás Repetto, otra con Juan
B. Justo y otra con Adolfo Dickman, bastiones del socialismo argentino.
Una repentina sospecha me ardió. "¿Las sinagogas eran
sólo recintos religiosos? ¿dónde se discutían los temas comunales?", le
pregunté a Juanjo.
"¿Sabés qué significa la palabra 'sinagoga'?
Etimológicamente refiere a un lugar donde se discute. En las sinagogas se
debatían y decidían todos los aspectos de la vida de la aldea".
Me atreví a suponer que quizás en esta misma sinagoga vieja,
humilde, hoy abandonada, tal vez aquí mismo se cocinaron pensamientos que
acabarían formando el arrasador peronismo, la particular forma que tiene
Argentina de gobernarse. De repente, la tendencia de la colectividad judía a
estar apartada se me vino abajo. Somos, soy, pensé, producto de lo que aquellos
colonos discutían en ruso en este lugar imposiblemente insignificante, en una
época sin tiempo.
Las cooperativas organizaron las colonias, reemplazando la
protosociedad establecida por la Jewish Colonizarion Association. Además de las
fortalezas económicas que daban a sus asociados, creaban escuelas y en
Domínguez construyeron el Primer Hospital Israelita de América del Sur. La
gente de 50 kilómetros
alrededor usaba ese hospital, que aún está funcionando.
Por la calle central del trazado que queda de la aldea
Novibuco 1 llegamos al cementerio. Me hizo acordar a la calle Francia, de San
Nicolás, cuyas últimas cuadras, las más importantes, parecen estar hechas para
desembocar en el cementerio. Un poco he heredado el placer de que el cementerio
sea importante, de mi abuela y mis tías, quienes se compraron un departamento a
metros del cementerio para que les quedara más cerca ir a visitar todos los
días a sus muertos. Cuando deambulo por un cementerio me complace mucho que me
suceda quedarme estacionado ante una tumba cualquiera. Me quedo con la mente en
blanco, sin saber muy bien qué me pasa. Ahora pienso que mi alma se queda
frente a la montaña que es la vida entera de una persona. Quizá ir a un
cementerio podría significar para mí mezclarme con las vidas de quienes
enterraron allí. Quizá debería ir más.
Juanjo me contó historias que suscita el recorrido por las
tumbas, todas mirando a Este, de dónde vendrá el Mesías. Algunas tumbas tienen
un llamador de puerta, para que llame el Mesías en su regreso. Sobre las tumbas
la gente (“gente del desierto”) deja piedritas, que no se pudren como las
flores.
"Hay un sector de hombres y otro de mujeres. Esas
tumbas allí son de 'vírgenes' o 'doncellas' o 'solteras', bethulah, todas murieron en el mismo momento y están todas juntas
aquí, nadie sabe por qué. Bethulah era María, la madre de Jesús. Era una ‘doncella',
luego la Iglesia llevó el término a 'virgen'. Aquella tumba que está sola, está
castigada junto al muro: es de un suicida. En la religión judía, sólo Dios da y
quita la vida. En aquel sector están los chicos. Todas esas tumbas de chicos
iguales son de la epidemia de tifus de los años 30. Mil chicos murieron aquí.
Esta que no tiene nombre es de un chiquito que murió antes de ser curcunciso.
¿Qué se celebra el 1º de enero? Fue el día que circuncidaron a Jesús. Jesús era
como las personas que están enterradas aquí. Su última cena fue la celebración
del Pésaj y el pan que comió, para los cristianos la hostia, fue el pan
ácimo".
"En las aldeas funcionaron las primeras escuelas de la
zona, de las que después se hizo cargo el Estado, cuando ya no hubo más chicos.
Le daban una importancia muy grande a la educación. Y aquí está un maestro que
fue muy querido, un gran maestro". Miré la lápida: Braslavsky. Imposible
que Cecilia Braslavasky no hubiera provenido de él.
Desde hacía rato los apellidos me venían enganchando el ojo.
Todos me resultaban conocidos —en realidad me llamaban la atención los que me
parecían extraños. De a poco el recorrido se me convirtió en la búsqueda de
apellidos conocidos. Mis conocidos, mis amigos, mi gente.
Quiroga en Domínguez
En el pueblo de Villa Domínguez me recibiría un tal Osvaldo
Quiroga. No sé por qué Ramírez, Quiroga, Martínez, López, esos apellidos
españoles me suenan tan entrerrianos. Más este Quiroga, menudo, fibroso,
negrito de dientitos blancos, con la sonrisa fácil y el trato amistoso. Nos
saludamos en la puerta del Museo y Archivo De las Colonias, del que está
encargado. Me mostró una foto colgada en la pared: el flash había quemado los
objetos que estaban más altos en una montaña de basura, el fondo era negro.
"Así estaban los documentos de la cooperativa", me dijo, señalando la
foto con la mano derecha, y a continuación con la izquierda apuntó a unas vitrinas
hasta el techo (el lugar había sido una farmacia y conservaba su mobiliario),
que contenían infinitas cajas grises, todas iguales: "los ordenamos".
"¿Los están digitalizando?"
"También. En la medida en que podemos..."
No había nadie más que él en el museo. Él era el encargado,
el guía y quien había organizado los documentos de la cooperativa. Supuse que
era quien también los estaba digitalizando.
"Todo lo que hay acá usted lo tiene en la cabeza,
¿no?"
"Sí. A veces vienen mis hijos, me ayudan... pero también
tienen que estudiar".
Yo había creído que, siendo los vestigios de la inmigración
a uno de los países con mayor presencia judía en el mundo, estarían conservados
con la acabada forma con que los organizaciones judías hacen las cosas, siempre
pragmática, hábil y garantizando la perdurabilidad; siempre apuestas fuertes
que no dejan nada librado al azar. No es el caso del Circuito de las Colonias
Judías de Entre Ríos. Entendí mejor la actitud del conjunto de la colectividad
judía, argentina e internacional, pensando en la relación que mis familiares
tienen con el cementerio. Recuerdan cada tanto a los muertos que tienen allí,
sin venerarlos como hacían sus padres, que iban a visitar la tumba cada
domingo, luego de haber llevado un año de luto luego de su muerte. Tienen esa
contradicción, no los olvidan pero tampoco cultivan su recuerdo, lo que resulta
en que las tumbas no están abandonadas pero tampoco renovadas, limpias,
cuidadas.
Para no permitir que las polillas del tiempo redujeran a
polvo los últimos restos de la vida de sus ancestros, la colectividad judía (de
difícil definición como "colectividad", pero al fin y al cabo real)
le paga un sueldo a Osvaldo Quiroga. Y la vida de Osvaldo Quiroga son esos
vestigios. Es su mundo, lo suyo. Imaginé a Osvaldo Quiroga como al stalker de
Tarkovsky argumentando contra el Poeta y el Científico que despotricaban contra
la Zona donde se cumplían los deseos: "ustedes tienen sus vidas; usted su
poesía, usted su verdad. Vienen aquí y se creen con derecho a disponer de la
Zona. Usted le falta el respeto, usted quiere acabarla con una bomba. ¡Son
soberbios! ¿Por qué creen que pueden decidir por los demás? Cada hombre vale,
también. Para ninguno de ustedes la Zona es parte de su vida, la quieren usar
para tener razón, y en cambio la Zona es mi vida, ¿por qué van a destruir mi
vida?"
Estará pleno de felicidad, Quiroga, cuando se materialice el
proyecto que se está trabajando con el Museo Etnográfico de la UBA para un
guión museográfico.
Osvaldo Quiroga decía todo el tiempo "ellos" de un
modo que, cada vez que lo hacía, se me encendía una luz de atención. Nos había
unido con Susana la manera en que decíamos "allá" para referirnos a un
país en el que habíamos vivido y seguía uniéndonos; el "ellos" de
Osvaldo Quiroga era muy parecido.
"Los administradores (de la Jewish Colonization
Association) no querían que ellos se sintieran bien acá", decía al
mostrarme el interior del Galpón de los Inmigrantes. "Querían que se
fueran rápido al campo. Por eso acá no había ni comedor, ni camas, ni
divisiones. Apenas llegaban les asignaban un criollo para que los asistiera.
Ese les hacía la casa y les enseñaba las cosas del campo. Era el guía en los
primeros tiempos".
Hizo una pausa y siguió:
"Mi bisabuelo fue uno de esos criollos. Cómo no voy a
estar agradecido. Mi abuelo, mi padre, yo y mis hijos, todos estudiamos en la
escuela que fundaron ellos, porque acá no había escuela. Mi madre, mi padre y
yo nacimos todos en el hospital que ellos levantaron aquí".
Hospital Israelita Dr. Noé Yarcho. |
Le pregunté qué le había parecido Los gauchos judíos (la
película de Juan José Jusid en base a los relatos que había escrito Alberto
Gerchunoff sobre los inmigrantes de esta zona). Diplomáticamente, Osvaldo evitó
cuestionarla, más bien se refirió a la "necesidad del cine de enfatizar
algunos aspectos de la realidad como si todo fuera así". Claramente la
desaprobaba. Ellos eran suyos, no del cine. ¿Quién podía hablar de ellos sin
consultarle a él? Ni los descendientes tenían más autoridad que él sobre la
vida de ellos.
A pesar de haberla visto hace más de 30 años, tengo muy
vívidas a China Zorrilla bromeando con el médico, al gordo Viale disfrazado, el
alboroto en la estación cuando llegaban, el criollo que se robaba a la novia,
Luis Politti acuchillando a su hijo porque reculó en una pelea, las mujeres
lavando la ropa y zarandeando el trigo, y todavía suena en mi cabeza la banda
klezmer que tocaba en la boda, y un tema de Alfredo Zitarrosa al final. Aquello
era un lejano impulso para este viaje, aunque sabía que no encontraría nada de
lo que me había gustado, bien porque pertenecía a otra época, bien porque, como
dijo Osvaldo, la realidad no estaba hecha de los énfasis del cine.
Quiroga mencionó el trazado urbano de Domínguez, que en
honor a Hirsch copió al de París y tiene frente a la plaza central no la
municipalidad, la policía y la iglesia, sino una sinagoga y un hospital.
Desde Domínguez se administraban las colonias, que llegaron
a estar divididas en 49 aldeas y abarcaron 270.000 hectáreas .
En el museo que lleva adelante Quiroga han buscado información cineastas,
genealogistas, historiadores. Desde allí se creó el Circuito.
Le preguntamos a Quiroga qué busca la gente que hace el
Circuito. “La mayoría quiere saber de qué aldea llegaron sus familiares, a qué
lugar fueron, dónde están sus tumbas. Quieren conocer datos genealógicos que
los unen a los colonos. El Circuito también convoca al compromiso con la
Historia. Llegan grupos organizados, de asociaciones, colegios, clubes y otras
instituciones, para hacer contacto con la Historia”.
Villaguay
Me vino a buscar al hotel de Villaguay Silvio Teveles. El
frío le tenía la piel de la cara de un blanco pasmado y unas salpicaduras de
rosita, y tenía unos ojos celestes casi incoloros. Si me dijeran que nació y se
crió en Kiev y llegó hace dos semanas, lo admitiría sin reparo, pero con toda
esa palidez era un hombre irremediablemente cálido. Había nacido en Villaguay,
sus padres lo llevaron a Buenos Aires de niño, y volvió hace algunos años. Yo
no supe si porque era entrerriano o porque era porteño, o quizás por judío, que
inmediatamente me sentí en confianza con él. Una confianza respetuosa, de gran
entendimiento. Le pregunté por qué había vuelto y me dijo "yo creo que
nadie se va del todo". También me refirió varios casos de retorno como el
suyo. Me mostró la sede de la Asociación Israelita Argentina de Villaguay con
una generosidad en la que no había manera de hallar el mínimo rasgo del
hermetismo del que se acusa a la colectividad judía, y mientras me hacía el
recorrido me explicó que "a los que vienen a visitar los vestigios de la
vida de los judíos hace un siglo, también le mostramos esto, los judíos vivos.
La primera noche que llegan vienen acá, y festejan la Kabalat Shabbat
(recibimiento del Shabbat) con nosotros. Somos 53 familias en Villaguay. Es una
cena judía y entrerriana. Comemos knishes y también asado. El porteño
intercambia con el entrerriano, los dos unidos por las raíces lejanas del
judaísmo".
En mi cuaderno de notas escribí que Silvio se ha investido
de judío entrerriano: espontáneo, fresco, animoso, voluntarioso, fuerte,
campechano, compinche. Y derrama humanismo. “Acá se hizo una mezcla muy
especial. Tuve un tío que a los 92 años andaba a caballo. Muy campero”.
Me mostró ancho de orgullo cómo está quedando reformado el
salón principal, que es sinagoga donde una vez por mes se hace una ceremonia
con un oficiante que llega de la Asociación Israelita de las Pampas (además de
las grandes fiestas, Pésaj, Shavuot, Sukot, Rosh-Ha-Shaná y Yom Kipur), y salón
social y cultural: allí se presentan libros, se hacen exhibiciones de arte y
cantan los coros. Allí se organizan las “Campañas de Justicia” (“yo prefiero la
justicia a la caridad”, dice Silvio), que consisten en la recolección y
donación de ropa y alimentos no perecederos. Me abrió la puerta al aula donde
los chicos más grande le enseñan a los más chicos (para muchos el viaje del fin
de curso es a Israel), y luego me llevó a la parrilla donde hacen el asado:
"media vaquillona cabe ahí", me dijo con entusiasmo litoraleño. La sede
fue fundada en 1953; frente a la parrilla Silvio me invitó a la reinauguración,
el 4 de agosto. La fiesta será mayúscula, con los coros de la gente del lugar,
muchas visitas y mucha comida y hasta una banda klezmer de ocho músicos que ya
están contratando.
“El Circuito nos hizo hermanarnos con comunidades judías de
Buenos Aires”, dice Silvio. “Ya vamos firmando convenios culturales”. En 2011
hicieron el Circuito de las Colonias Judías de Entre Ríos entre 400 y 500
turistas. “La mayoría son de la colectividad judía, pero no todos. Algunos
vienen a buscar sus raíces y otros vienen a ver rastros de los orígenes de una
de las comunidades de la Argentina”. También dice que entre los judíos, la
mayoría viene de Buenos Aires, pero también llegan de Francia y Estados Unidos.
“Siempre encontramos el mismo origen”.
En el Circuito empieza a tener importancia Villaguay, que no
fue colonia judía y no era turística, porque la comunidad judía de hoy empezó a
recibir a los visitantes, y también por el Gran Hotel Villaguay que se
construyó en 2009. Además, se está preparando la apertura de termas en el
pueblo. Pero el turismo judío fue el impulsor del turismo en Villaguay.
Para ilustrar la importancia de la presencia judía en Entre
Ríos, Silvio Teveles me cuenta que es la provincia que tiene la mayor cantidad
de comunidades judías organizadas. Son 12, nucleadas en una Federación
(presidida por Silvio), que ha conseguido últimamente que la Shoah pasara a
formar parte obligatoria en la currícula.
“Mi abuelo tenía peones que hablaban en iddish. Judíos,
eran. Cuando a mi padre lo mandaron a hacer la secundaria a la ciudad, se quedó
azorado. Nunca había salido antes, y no podía creer que no fueran todos
judíos”.
Silvio también enfatiza que “los visitantes también
encuentran la tranquilidad con la que vivimos acá. En Villaguay todo te queda
cerca, no hace falta andar apurado. Los chicos andan tomando mate por ahí. El
saludo, te lo corresponden todos, naturalmente. Inconcebible que digas buen día
y no te contesten”.
Esto es estrictamente verdad. La apacibilidad del campo, la
calma, son el océano en que uno se mete, cuando se mete en Entre Ríos. Como el
asunto no tiene remedio, uno empieza a disfrutar del tiempo. Es, así, un viaje
al tiempo más lindo de la Argentina.
“Además, estamos de fiesta una vez de semana, cada Kavalat
Shabbat”.
Clara
También se reciben a los visitantes con comida en
"Clara", que es Villa Clara. Clara fue la mujer del Barón Hirsch.
Debió ser imaginada como una emperatriz. Marta Muchinik es la guía en ese
pueblo. Me recibió en la antigua estación de tren, convertida en museo. Una
razón por la que la Jewish Colonization Association eligió este lugar como
Tierra Prometida fue el ferrocarril, pero después de que se fueran casi todos
los descendientes, un día se decidió que el tren dejara de pasar, y ahora la
estación es depósito de piezas arqueológicas.
Los inmigrantes empezaron a ser traídos en 1892. En los diez
años siguientes fueron formándose las colonias. Villa Clara fue fundada en
1902. Los judíos del campo fueron poblándola y desde la década del 50 los
judíos de Clara se fueron yendo a las grandes ciudades. El cierre del
ferrocarril, en los 90, fue una movida fuerte para clausurar el pueblo. Hoy
tiene en la entrada un particular monumento con forma de Menorah, cada una de
las velas con forma de Tabla de la Ley. El lugar de los mandamientos, cada una
tiene inscripciones referidas a la fundación del pueblo, la sinagoga Beth
Jacob, la capilla Cristo Redentor, la Junta de Fomento, la Comisión de Festejos
Centenario, el presidente de la Nación Eduardo Duhalde. Nuestro city tour sigue
por lo que era la sede de uno de los primeros bancos cooperativos de
Sudamérica, la Escuela Hebrea, la Casa Social Barón Hirsch, el cementerio
judío.
Visitamos finalmente la sinagoga Beth Jacob, de 1917, adusta
por fuera y por dentro vivaz. Ya no es la pequeña sinagoga rancho, sino la
depositaria de un tiempo de modesto esplendor creciente. Marta me dio unas
fotos de la sinagoga en las que se ven en su interior mucha gente muy contenta,
bailando y comiendo. Entrerriana judía, Marta celebra la amistad ecuménica y me
cuenta con alegría que la procesión de Cristo Rey pasa por la sinagoga. Marta
es puro afecto. Me regala todo lo que va encontrando a mano, luego recuerda que
tiene algo más y me lo trae, feliz de regalármelo. Cuando cuenta de los
primeros años de la inmigración revive como si hubiera estado entonces, el
sufrimiento de no poder hacer lo que sabían hacer, ser sastres, comerciantes,
libreros, para tener que trabajar el campo. Si no lo hacían, morían de hambre.
Pero la labor de la tierra comenzó a dar orgullo, y fueron aprendiendo, y
sudando, se agotaron… Y entonces, la primera vez que vieron sus trigales
amarillos, que ondeaba el viento como si fuera agua bajo el sol…
Era el sentimiento correcto para estar rodeada de los
objetos del Museo, los cuadros dobles del matrimonio, él a la derecha, ella a
la izquierda, un sillón de odontólogo, enseres de una farmacia, herramientas
del campo, lámparas de querosén, una botella con la Estrella de David.
Basso
El tercer lugar donde reciben a los visitantes con comida
(el programa que venden las agencias de viaje consta de tres días y dos noches)
es Basavilbaso, Baso para los paisanos. Allí me guía Juanjo, por la aldea
Novibuco 1, el cementerio y la sinagoga donde me puse el kipá y otra, en el
centro del pueblo. Juanjo me hace probar la comida judía llevándome a comer a
la misma casa de la cocinera, Marta. En ese almuerzo Juanjo y Marta me enteran
que ninguno de los dos es judío. Salvo que Marta está casada con un judío y
aprendió a cocinar no con su mamá, sino con su suegra. Les cuento que yo
siempre me he sentido más judío que chino, que lo pura, esencialmente judío me
hace sentir en mi casa más que lo chino. Les digo que quizás no se pueda ser judío
sin la parafernalia de la torah, la defensa del gobierno de Israel, los
términos en iddish y la circuncisión, pero que ser judío está hecho de cosas
más estructurales, la culpa, el ejercicio del pensamiento crítico, el
humanismo, la exigencia del desarrollo personal, la adopción. Los que no somos
judíos no participamos del muro de los lamentos, pero estamos formados en la
manera judía de ver y vivir la vida. No es posible ser argentino sin ser judío
—como no es posible para un judío argentino no ser católico.
De Villa Clara a Domínguez fui sólo con el remisero, sin
guía. Pasamos por un pueblito llamado Ingeniero Miguel Sajaroff. El remisero me
llevó hasta la sinagoga, que estaba cerrada. "Ahorra te traigo la
llave", me dijo, y partió. Me quedé mirando la sinagoga: otro ranchito.
Afuera había un cartel muy bien diseñado, de la Secretaría de Turismo, en muy
mal estado. Juanjo habría de contarme que los habían puesto en la época de De
la Rúa, pero luego no se mantuvieron más. El remisero volvió con la llave, que
se la había pedido a una señora amiga, y entramos a un revuelto de cosas. El
espacio era usado por una escuela. Imposible decir cuándo se había celebrado un
rito la última vez. Más adelante pasamos por un cementerio junto al camino (el
Cementerio de Colonia Carmel) y más adelante nos metimos en un campo hasta dar
con un camino de tierra. Entrados varios kilómetros descubrimos en un paraje
medio perdido, bastante oculto, otra sinagoga, en medio de la soledad. Se
mantenía en pie sólo por la fuerza que le imprimieron hace un siglo aquellos
inmigrantes que se agarraron de Dios para soportar una época difícil. Hubo que
construir un Dios fuerte, que los sobreviviera. En el interior lleno de polvo
sobrevivían unos bancos. Por una ventana entraban rayos macizos de luz del sol
que iluminaban el piso y los bancos, quizás iluminando los espíritus de los
judíos que murieron hace mucho. Un pajarito se metió. Caminó unos saltitos, no
encontró nada interesante y se fue.
Errar
Todo viaje se plantea como un recorrido por el espacio, por
un mapa, por territorios, países. Claro que el sillón del psicoanalista puede
ser una nave que recorra lugares en un viaje de descubrimiento tan trascendente
para nosotros como los viajes de Colón. Uno de esos viajes es el que le recomendó
la pitonisa a Edipo cuando le dijo aquel tremendo "conócete a ti
mismo". Este viaje a las colonias donde se asentaron los judíos que
vinieron a la Argentina es para muchos un viaje hacia el interior de uno mismo.
Uno está construido con lo que ha hecho, con las cosas del mundo en que ha
vivido, de lo que han hecho los gobiernos de su vida, y también de lo que ha
heredado de sus ancestros, desde el cuerpo hasta la manera de pensar, pasando
por un tipo de afectuosidad, una idea de familia, una manera de encarar la
vida, bienes materiales. Ese origen tiene mucho que decir a quien se pregunta
quién soy. "Sos un legítimo Camborio", "no podés ocultar que sos
chino, te sale", "eso que decís es muy judío", "sos igual a
tu padre".
Por alguna razón la inmigración judía se nos hace
emblemática. Quizás porque la errancia del Pueblo Judío le agrega a la
inmigración una sobrecarga de su propia esencia. No migramos alguna vez, como
se ilusionan los sedentarios, sino que somos migrantes, errabundos, todo el
tiempo estamos migrando. Vamos de aquí para allá buscando un lugar definitivo
que jamás hallamos, porque ese lugar no está en este mundo, está en un más allá
que no encontremos antes de morir. Echamos raíces, pero echamos raíces en el
camino.
Y sin embargo, echamos raíces. Aunque sabemos que vamos a
morir, lo mismo nos empeñamos en criar bien a nuestros hijos, en trabajar hasta
dejar el alma, en querer a nuestros amigos y parientes, en hacer del mundo un
mejor lugar; con increíble tenacidad vivimos haciendo que las cosas que hacemos
y que nos suceden, tengan sentido. Eso es lo que hicieron aquellos rusos judíos
en Entre Ríos, y para atestiguar las huellas de su gesta asombrosa es que
viajamos, para conocernos a nosotros mismos, como judíos y como humanos.