Concurre Damiana al taller de cuentos que coordino en el
Centro de Jubilados de Recoleta. Entre las señoras paquetas Damiana es modesta
y servicial. Le encanta recordar la vida de antes en los barrios de Buenos
Aires. Siempre trabajó. Cuando yo pregunto si tienen frío, Damiana va a cerrar
la ventana y si alguna de las otras concurrentes al taller pregunta si alguien
golpeó, Damiana se levanta y va a ver, y a todos les parece natural que sea
ella quien se levante.
Cada semana dicto una consigna sobre la que escribirán un
relato; la semana pasada la consigna fue: “el pescado se dejó sacar del agua
mansamente”. Damiana escribió sobre un marinero, “un hombre muy mayor ya”, que
estaba sentado quieto. Dejó Damiana al marinero un largo rato allí donde estaba,
sobre una silla vieja y robusta y con un codo sobre la mesa, para describirlo con
la precisión en la que se complace extenderse la literatura costumbrista. Al
final reveló que el marinero pensaba “en aquel pescado que se había dejado
sacar tan mansamente”. El marinero se preguntaba, no obsesivamente, quizás sólo
por un instante, por qué el pescado no se había resistido. En el relato de
Damiana se sentía que la pregunta había perseguido al hombre toda su vida.
No hacía falta que Damiana dijera en su relato escrito si
acaso el marinero se entregaría, cuando le llegara la hora, mansamente a la
muerte.
Yo elegí esa consigna porque la frase sigue rebotando
adentro de mi memoria, y reaparece cada tanto. Se la escuché decir a mi tío
Luis en un relato de pesca. “El patí es así. Es un bicho manso. No pelea. Al
dorado necesitás un rato largo para sacarlo, porque si te ponés firme, corta la
tansa de un tirón. Pero el patí se deja traer tranquilito. Apenas sentís un
peso, casi ni se sacude. Y es tan hermoso, con la panza blanca un poco
celestita. Te morís de pena”.
Era un buen relato, el de mi tío.