Quizás con la excepción de
los psicóticos y otros desgraciados, todos tenemos un programa de existencia
humana.
Por otro lado, algunos
tenemos un plan.
El programa deja pocas
decisiones en el vacío. ¿Fumamos por primera vez a los 11 años en el campamento
o decimos que no? El programa prevé criterios para decidir.
¿Ignoramos la Iglesia?
Nos hacemos de un capital,
¿lo invertimos, lo perdemos, lo ahorramos?
Acusan a nuestro amigo, ¿decimos
la verdad o lo defendemos?
¿Nos mudamos?
¿Tocamos el piano?
¿Buscamos tener un hijo?
¿Buscamos la candidatura?
¿Pedimos patear el penal?
Nuestro programa prevé
criterios para cada una de estas decisiones, inclusive la pasividad de no
decidir.
También nos dota de personajes: cómo seremos como compañeros, jefes, esposos, súbditos, famosos.
Nos provee mapas: lugares por donde andaremos, lugares nuestros, lugares a conquistar, lugares prohibidos.
También nos dota de personajes: cómo seremos como compañeros, jefes, esposos, súbditos, famosos.
Nos provee mapas: lugares por donde andaremos, lugares nuestros, lugares a conquistar, lugares prohibidos.
Los planes, en cambio, son
elaborados por cada persona. Si el programa indica tales decisiones, el plan toma
las propias.
Diseñando un plan decidimos quién seremos.
Y cuáles serán nuestros espacios y cómo los usaremos.
Diseñando un plan decidimos quién seremos.
Y cuáles serán nuestros espacios y cómo los usaremos.
En total, el plan
contradice al programa (si no, no haría falta que exista).
Hacerse un plan y
cumplirlo es cosa de gente de pelo en pecho.
Se hace en contra de los
intereses del programa.
A veces quedándose solo.
En general perdiendo
herencias.
Siempre pagando precios.