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martes, 23 de julio de 2013

Julio César Pérez



La mamá de Julio César Pérez se vestía con mal gusto y hablaba feísimo, pero se sabía imponer. Cada vez que iba a la escuela le gritaba a cualquiera que se encontrara, desde un alumno al director. Por eso y otras cosas le teníamos rabia a Julio César Pérez, pero él era tan soberbio como su mamá, y como a ella, no le importaba lo que dijeran los demás. En los recreos se iba a un rincón del patio, al costado de un busto (nunca supimos de quién) y sacaba una bolsa gigantesca de galletitas. Los demás teníamos un paquete de Manón, con cinco galletitas, o comprábamos algo en el kiosco, o no llevábamos nada, y nos mangueábamos o nos robábamos entre nosotros, pero Julio César Pérez siempre quedaba aparte, metiéndose en la boca una a una sus galletitas. A veces algún desprevenido le pedía, ante lo cual invariablemente Julio César amonestaba: "¿yo te pido a vó? Salí de acá, pendejo pedigüeño". Alguna vez se ligó una paliza, o que le arrebataran la bolsa, pero no escarmentó. Le teníamos bronca y envidia, y creo que con el tiempo le empezamos a tener lástima, porque mientras los demás jodíamos, él estaba solito, engordando, engordando, soberbio y satisfecho.