Por demostrar que los placebos caros son más efectivos que
los placebos baratos.
Por determinar ―experimentalmente― si es mejor ser golpeado
en la cabeza por una botella de cerveza llena, o por una vacía.
Por intentar comprender porqué, en su vida diaria, la gente
suspira.
Por usar principios básicos de la física para calcular la
presión que se acumula dentro de un pingüino en el proceso de defecación.
Por confirmar la creencia ampliamente difundida de que usar
lenguaje soez alivia el dolor.
Por demostrar que las personas toman mejores decisiones
sobre algunas cosas – pero peores decisiones en otros tipos de asuntos – cuando
se ven fuertemente urgidos por la necesidad de orinar.
Por descubrir hasta qué punto los armadillos pueden
desordenar los restos en una excavación arqueológica.
Por dirigir una serie de experimentos seguros en los que una
persona conducía un automóvil en una autovía principal mientras el parasol le
golpeaba repetidamente en la cara, cegándolo.
Por inventar un sujetador que, en caso de emergencia, puede
convertirse rápidamente en un par de máscaras de gas, una para la portadora del
sujetador, y otra para alguien próximo a ella.
A los estadounidenses Sheree Umpierre, Joseph Hill y Deborah
Anderson, por descubrir que la Coca-Cola es un espermicida efectivo y a los
taiwaneses C.Y. Hong, C.C. Shieh, P. Wu y B.N. Chiang, por descubrir justo lo
contrario.
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