Siempre
dicen que para las chicas es más fácil darse el gusto de estar con otras
chicas, porque no está mal visto que anden de la mano, se mimen, duerman
juntas.
Alicia
y Paloma se amaron tanto, tan frontal y honestamente, que conmovía verlas
juntas. Sabían que se querían más que a sus maridos, toda la vida pasaron
pendientes de cómo estaba la otra, acompanándose en los momentos muy malos y en
todas las alegrías, haciendo instantáneamente un cotidiano apenas estaban
juntas. Fueron las personas más felices charlando, mirándose, sabiendo lo que
la otra pensaba.
Una
noche dormían en la habitación de los hijos de Paloma, que ya eran grandes y tenían sus propias familias, cada una en
una cama y tomadas de la mano sobre el vacío. Alicia dijo:
— Nosotras debimos haber haber
hecho una pareja.
— Sí.
— Habernos casado...
— Vivido juntas...
— Nos habrían condenado.
— Sí, seguro. ¿Y qué importa?
— Lo que pasa es que nos queremos
tanto...
— Podríamos haber tenido hijos.
— Nietos.
— Que pena, Alicia.
— Si. Una pena.
— Pero nos queda la próxima vida.
— Es muy grato saber eso.Tengamos
la esperanza.
— Durmamos, ya. En otra vida
estaremos más juntas.
— Ya. Buenas noches, Alicia.
— Buenas noche, Palomita.