Vicente no soportaba la exigüidad de Martín. Se irritaba escuchándolo
porque no encontraba que algo de lo que dijera tuviera sentido, un mínimo de
trascendencia, un dejo de misterio, una pizca de gracia.
"¿Para qué vive?", se preguntaba Vicente. “Sólo
vive para estar vivo el próximo año, y vivirá el año que viene para estar vivo
el siguiente, y así. No aporta nada al mundo, no cambia nada de la realidad,
sino que es un triste engranaje de la realidad que gira y gira para seguir
siempre igual”.
A su vez, Martín sentía cierto desprecio hacia Vicente
porque no concretaba nada. Sólo hablaba y hablaba, soñaba, prometía que haría
esto o aquello, fabulaba lo magnífico que era determinado proyecto, pero no
hacía nada por hacerlo realidad.
Vicente no entendía la necesidad de que una obra genialmente
concebida fuera convertida en materia.
Martín no entendía la necesidad de que una obra tuviera otra
dimensión que la material.
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