Nos pidieron libros de terror, de García Márquez, policiales,
thrillers, de filosofía, el Martín Fierro, de suspenso, de autoayuda.
Son lectores comunes las personas que tienen que dormir en
el Parador Nocturno Retiro porque están atravesando la situación vergonzosa de
no tener un hogar.
Uno habló de El nombre
de la rosa cuando encontró que ofrecíamos un libro de Eco, otro dijo “tenemos
libros de política” mirando una colección de cuentos de Rodolfo Walsh, otro se
puso a charlar de Salman Rushdie, otro de El
Diario de Ana Frank, un hombre grande se emocionó y apretó contra su pecho
una biografía de Ortega Peña.
Algunos pedidos fueron bastante especiales: que paguemos por
leer, libros de Alexander Pushkin, libros en braille, un diccionario inglés-español,
y este: “una Biblia con letras grandes”.
Cuando comentamos con los coordinadores del Parador Nocturno
cómo había sido la jornada, observaron: “sí, ya sabemos quién es, siempre anda pidiendo
una Biblia”.
Compartí con los amigos el relato de ese día. Incluyendo el
asunto de la Biblia pedida.
Ayer fui a la clase de Ángeles Ascasubi sobre Literatura
china y Ángeles me esperaba con un libro en una bolsa: una enorme Biblia, que
era de su papá. La abrí y tenía una tarjeta transparente; era una lupa: “no tenía
de letras grandes, creo que no debe existir una Biblia con letras grandes, así
que va con una lupa”.
Ay, Ángeles. Espero poder referirte qué dirá el lector —para
algunos, disparatado— que pide, en el momento en que fundamos una biblioteca,
una Biblia.
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