De repente me colgué y ahora que vuelvo, no sé quién soy —sí
sé quién soy, pero no importa, lo que importa es lo que estaba mirando, este
gris con sectores tornasolados que se mueven sobre otro gris rígido, salpicado
por trozos de grasa blanca y rugoso. Y también sé que es una paloma caminando
sobre los adoquines, pero no importa. Importan los colores, la sustancia, la
textura, la luz interior, el movimiento, otras cosas, infinitas más, tantas,
tantas, que no puedo decir, que sólo puedo empezar a contemplar, presagiar.
En fin, salgo trastornado del taller de Teode, viendo sólo
colores, luces, formas en tensión. La realidad es otra, como si estuviera loco,
y en carne viva. Es porque me hundo adentro de lo que pinto hasta que toda mi
sustancia está hecha de ese mundo, y también es porque sé vivir el espacio que
propone Teode, pero sobre todo, lo que me lleva a este estado de puro sentido
es el taller.
Teode debería tomar nota de esto. Podría formalizar los
talleres y cobrar la entrada con un ticket que diga: PASAJE A URANO.
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