Una mañana de diciembre pasado fui a sacar fotos al Lower
Manhattan. Caminé por la zona alrededor del Ground Zero, donde un día se descargó
el infierno y el alma de millones de personas de todo el mundo quedó congelada.
Ese frío como un espanto de un momento eterno no se irá nunca de aquel lugar. Tomé
fotos de los edificios, los señoriales que sobrevivieron, los que levantaron
nuevos, ágiles, fluidos; edificios de hierro, vidrio y piedra, gigantes, helados
en el viento que los envuelve sin cesar. Mis manos y mis pies estaban congelados, me dolía la cara.
Ayer en un momento sentí ese frío en Buenos Aires. Era el
mismo frío. Quiero decir, no un frío como aquel, sino el mismo frío.
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