Reflexiones sobre un panel en que Lelia, Ángeles y Rubén,
presentados por Evelia, regalaron piezas de su experiencia en la gesta de
traducir poemas chinos.
La presentación se llamó "La traducción en mis bordes: la poesía clásica china".
Evelia siempre dice cosas interesantes.
Ángeles siempre me llega al corazón.
Lelia siempre es una exploradora en un planeta desconocido y
va trabajando y consiguiendo entenderlo y vivir allí.
Rubén siempre construye estructuras impulsadas con el delirio
y armadas con lógica perfecta y profusa.
Rubén Pose, Lelia Gándara, Ángeles Ascasubi. |
Ayer hablaron de sus experiencias cuando se largan a cruzar
las grandes aguas, la traducción de poemas chinos de diferentes épocas.
Evelia Romano sigue encontrando joyas en las ideas de Walter
Benjamin. Ayer mencionó la imagen del traductor como alguien que anda entre el
original y su traducción, entre el contenido, el mensaje, el significado, la
intuición.
Me puse inmediatamente en la piel del traductor.
Y encontró una joya más en un baúl del más genial de los
piratas sinofrancos, François Cheng: en el idioma chino, para referirse al dúo
sujeto-objeto, se dice anfitrión-huésped.
De cosecha propia, llegó a la conclusión de que la traducción
de la poesía china es una tarea que tiene muchos bordes.
Ángeles Ascasubi descargó las toneladas de honestidad de su
gigantesca nave con que navega imparablemente los mares de su interés. Le
preguntó directamente al fondo de mi cabeza: traducimos al otro que creemos que
es, pero ¿qué es, realmente? (Mi mente grita ¡el que creamos, el que creamos!).
Pregunta: ¿Qué persona traduzco?
¿Qué paradigma?
¿Qué sociedad?
Y pregunta: ¿para quién traduzco? -y en mi mente brotan
instantáneamente una masa de ideas, como una nube roja que se hace cuando tiro
un chorro de tinta roja en la leche.
"Traduzco, cuenta, a hombres que vivieron hace miles de
años, en una cultura con valores que ya desaparecieron. Hombres que usaban un
idioma diferente al que usan los chinos de hoy. Y los traduje para cerrar un
capítulo dramático de mi vida y mi familia".
Tuvo que ir tan lejos, pienso, para soportar el dolor.
"Para traducir tengo que comprender ambos lados".
Adoro a Ángeles, quien me para junto a ella, mojados y
descalzos los dos, sobre un cable pelado, y soportamos la corriente con el
pensamiento. Mi mente se ha disparado a la epistemología. ¿Sobre qué fundamento
epistemológico se construye la historia de una lengua? ¿Cuál es la teoría sobre
la que se asume lo diferente y lo común entre dos lenguas de épocas distantes?
¿Ángeles está pensando en un devenir epistemológico basado en una historia que
procede por paradigmas de Kuhn? ¿Y si me planto en Feyerabend, es siquiera
posible la traducción?
Mientras me pierdo en ese laberinto marcándolo para volver el
algún momento, Ángeles está diciendo que el traductor habita el espacio entre
palabras, conceptos, ideas. Está entre, no está en una palabra u otra, en un
concepto de un idioma o en el concepto de otro idioma. "El traductor debe
poder permanecer entre, y no anclarse en un aparato ideológico".
Luego dice algo que me resulta trascendental y conmovedor:
"me gustaría que pudiéramos asumir esa posición de 'entre' en la que
estamos, y entonces que unos una ese hilo rojo al que se refieren los
chinos".
Como una stalker de Tarkovsky, Lelia me toma de la mano y me
invita a inmiscuirnos por el territorio de los lenguajes, la zona que siempre está
recorriendo y de la que conoce muchas cuevas, árboles milenarios y manantiales
secretos.
"Traducir, dice como iluminar de una vez todo el paisaje
que veremos, es mentir la verdad".
Luego habla de "problemas", como modo de indicar las
irregularidades, o imperfecciones o desviaciones de un patrón exacto. Ese
patrón sería una lengua única para todos los humanos -igual que un solo
genotipo, o una sola lógica. Los "problemas" serían la ocasión de lo
particular. Pienso es una reflexión de Francis Bacon pintor, "no hay
auténtica belleza sin alguna desproporción en las formas".
Nombra el "problema" que plantea a la
traducción la obligación de la
fidelidad.
Nombra el particular "problema" de traducir poesía:
traducir (traduzco el pensamiento de Lelia) es transcifrar, descifrar algo que
se quiere decir en una lengua y luego cifrarlo en otra, pero hay en los poemas
algo que es indescifrable, un sentido que huye y a la vez le da vida eterna a
un texto, la da vida cada vez que se lo lee. "Le da capas de sentido".
Salta luego a otra dimensión de la traducción. "El agua
es expresada con un sinograma, pero también con un rasgo presente en sinogramas
que aluden al agua (lluvia, humedad, río, etc.). ¿Cómo traducir al español un
poema en el que la presencia del agua que no está explicitada, sino que tiene
presencia visual en los primeros sinogramas de cada verso".
Luego ataca el nivel auditivo. ¿Cómo traducir la musicalidad?
Un poema es su música. La poesía se respira, ¿cómo traducir la respiración?
Rubén Pose es vivaz y fresco. "Un traductor, dice, es un
intermediador cultural".
Cuenta que ha descubierto algo que ha inventado, o inventado
algo que ha descubierto: en el idioma chino no existe una diferencia tajante
entre lo literal y lo figurado. No veo mejor modo de darle un empujón a alguien
que no se atreve a saltar del avión en su bautismo de paracaidista.
Compara el procedimiento de traducir francés con traducir
chino. "Este laboratorio, dice refiriéndose a la traducción del chino, me
causa más placer".
"Aparato ideológico", "capas de
sentido", los "bordes" de
la poesía, "mentir la verdad", el sujeto como anfitrión, traducir una
presencia visual, traducir un ritmo de la respiración. Estas personas tiran
conceptos que resultan claves de dimensión cósmica, cuyo poder fecundo es
incalculable. Y los van tirando a una velocidad frenética, dicen en lo que les
lleva pronunciarlas, ideas que me llevarán varios meses explorar lo suficiente
como para reconocerlas.
Esto no es un informe del panel, ni siquiera una referencia de
las exposiciones; apenas es una lista apurada de algunas de las ideas que
volaban por el auditorio David Viñas del Museo del Libro y de la Lengua, solo
las ideas que llegué a anotar, forzando a que no perdiera el cable a tierra mi
mente que volaba lejísimos, remontado por la idea anterior.
Alguien del público hace una intervención impecable, aunque un
tanto formal. Siento que no hay tiempo para el protocolo. El hombre enuncia
algo que se dirige a "somos todos humanos", y todo el auditorio
celebra. Como si por hablar de traducción se hubiera dicho que los chinos no
eran humanos. ¿Contra qué se plantaba ese consenso? ¿Teníamos que aclarar que
estábamos a favor de la paz, de los derechos de los niños, contra la trata de
blancas?
Quizás no somos todos humanos, quizás no haya un factor común.
Nada hace que sea necesario. Quizás las sociedades que afirmaban que los
miembros de otras sociedades no eran humanos como ellos, tenían razón. ¿Qué nos
hace iguales? ¿El hecho de que nos podemos reproducir? ¿La cantidad de
cromosomas? ¿No son razones ridículas? Podríamos decir que los loros son
humanos porque hablan, o que lo son los pingüinos porque andan en dos patas a
90 grados del piso, o que lo son los perros pila porque son lampiños salvo un
penacho en la cabeza.
Creo que el factor común es un acto de fe. Y por tanto una
creación.
De la misma forma que una traducción es un acto de fe, y el
poeta, el poema original y el lector son actos de fe.
Y la verdad es que luego de esta charla no puedo pensarme a mí
mismo de otra forma. Antes que una persona dada, soy el diálogo entre lo chino
y lo argentino. Soy el esfuerzo porque un costado mío se traduzca en el otro.
Soy en cada instante el resultado de un intento de traducción incesante.