Hay buenas y malas noticias.
Hoy mi primo Cachito cumple 52 años. Es un dragón con todas
las características a pleno del dragón: noble, potente, positivo, carismático,
con un impecable sentido de cómo deben ser las cosas. Tiene otra
característica: de la misma forma en que yo he decidido no pasar el umbral de
los 30, su mente decidió no ir más allá de los 5 años. Es un asunto fuerte y
decisivo, pero quizás no es lo más importante en su vida. Creo que el
entusiasmo porque la Momia haga justicia contra William Boo, porque Boca gane
cada partido y porque Moe, Larry y Curly salgan adelante de las situaciones en
que se meten son temas mucho más importantes. Para él y para mí. Lo digo sin
concesiones ni falsa ternura: como a cualquier otro dargón, al rato de estar
con Cachito lo hago mi líder.
Cachito perdió a su mamá en un accidente de auto, y poco
después a su papá, que lo eligió entre sus hijos para que estuviera todo el día
con él. Cuando ya no tuvo padres, su hermano Alberto lo trajo a vivir a esta casa
que compró en Villa Caraza. En esa casa estoy, en la fiesta de cumpleaños.
Me trajo su hermana Estela, que le hizo una torta magnífica,
quizás la mejor torta de cumpleaños que vi en mi vida. Por muy infantil,
Cachito no deja de ser su hermano mayor, y él ama que le festejen el cumpleaños.
¿Quién no?
Alberto supo avanzar en la vida. No recibió mucha más herencia
que el cuidado de Cachito, pero compró una casa humilde y con su esposa, tan
trabajadora como él, han sabido hacer de ella un lugar hermosamente digno y pujante.
Mi tío y su esposa estarían llenos de orgullo si vieran esto. La casa está en
un barrio de Lanús Oeste, donde no hay edificios, muchas casas están ampliadas
como se puede y en las veredas hay autos viejos estacionados y piletas
Pelopìncho. Mi primo tiene un taller, como el que tenía mi tío, y un depósito
donde está la mercadería que vende, como quería mi tío que debía hacer, y la
casa está siempre limpia, tiene amplios espacios y todo es nuevo, como hubiera
querido mi tía que fueran las casas de sus hijos.
A la fiesta vinieron viejos amigos del barrio de la infancia
de Cachito, entre ellos el Turquito. Nunca supe si Cachito siente por él
amor, bronca, o esas dos cosas y muchas otras. Desde que los recuerdo juntos,
quizás cuando tenían 10 años, siempre tuvieron la misma relación. El Turquito
se acerca a Cachito, le dice cualquier cosa, le gasta una broma, Cachito se
excita, le dice algo ininteligible, el Turquito se ríe, en algún momento
Cachito le da un golpe como si quisiera aleccionarlo de algo. El golpe siempre
toma desprevenido al Turquito, quien le reprocha a Cachito haberle pegado
demasiado fuerte sin explicarle por qué. Parece realmente ofendido, pero se
queda allí. Al rato vuelve tomar a Cachito en broma y todo empieza de nuevo.
Esta escena se repite desde hace más de 40 años. Hoy el Turquito se ha tomado
tres colectivos y viajado una hora y media para llegar a este barrio de perros
y niños que, sueltos, lo asustan por igual, y desearle feliz cumpleaños a su
amigo.
Todos gastan al Turquito porque es judío. Hoy le recordaron
que había dejado a una novia porque una vez lo había obligado a pagarle el
remise —le preguntaron si también era judía y luego le dijeron “buscate una
cristiana”. Él se divertía. De regalo trajo un vino kosher, importado de
Estados Unidos.
En algún momento Cachito empezó a usar para el Turquito esta variante
del golpe: hace sonar un pito de referí (en un volumen que hace dar un salto a
todo el mundo) y le saca tarjeta roja. Ha tenido esa ocurrencia que hace que la
gente lo adore. Es muy auténtico en su sentimiento de condenar a alguien por
algo que hace mal, y siempre que lo hace se comprende automáticamente por qué
lo hace y es imposible no admitir que tiene razón. A alguien le sacó tarjeta
roja por tomar demasiado vino, a una prima por llegar con un novio que a nadie
le gustaba (pero nadie se atrevía a decírselo), a un tío por hablar grandezas
de otro país, a mí por haberme puesto unos pantalones demasiado llamativos.
Ahora ya le pedimos que le saque tarjeta roja a tal o cual, por tal o cual
razón.
Hoy sacó muchas tarjetas amarillas y rojas. Observé que eran
profesionales, y efectivamente lo eran. Se las había conseguido un amigo de
Alberto que lo quiere mucho. Tenían incluso el nombre del árbitro a quien le
habían sido entregadas por la AFA. El amigo estaba en el cumpleaños. Le fue
perdonada una tarjeta roja porque había llevado un regalo muy bueno.
El Turquito, por supuesto, fue el que más tarjetas rojas se
llevó.
Los cuatro hermanos: Rina, Cachito, Estela, Alberto. |
El Tuquito muestra el vino kosher. |
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