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viernes, 15 de enero de 2016

La angustia por el espejo de Tarkovsky


¿Cuántas veces he visto la Solaris de Tarkovsky? Y apenas la termino sé que en un tiempo volveré a la carga, porque hay tanto allí a lo que necesito regresar, tantas puertas que no llegué a abrir.
Solaris es parte de una lista. El conjunto son los clásicos, que por definición son eternos, pero en la realidad no lo son. Cada época tiene sus clásicos y cada clásico tiene una duración, aunque pueda reaparecer.
Eso me horroriza. Hay tanta sustancia en Solaris, tanta concentración de humano, que me horroriza pensar que sea eliminada.

Acabo de ver El espejo, también de Tarkovsky.
Me quedo temblando con este poema del padre del director, Arseny, que el hijo incluyó en la película.
Todo, el poema, El espejo, la decisión de incluirla, hace algo tan sustancioso que es un misterio.

Los primeros encuentros

Cada instante de nuestros encuentros
celebramos, como una presencia divina,
solos en todo el mundo. Entrabas
más audaz y liviana que el ala de un ave;
por la escalera, como un delirio,
saltabas de a dos los escalones, y corrías
a través de las húmedas lilas, llevándome lejos,
a tus dominios, al otro lado del espejo.

Cuando llegó la noche, recibí la gracia,
las puertas del altar se abrieron,
y brilló en la oscuridad, en el espacio
la desnudez, y se inclinó lentamente,
y despertando, pronuncié: "'¡Benditas seas!",
y enseguida percibí la insolencia
de esta bendición. Dormías,
y para pintar tus párpados de aquel azul eterno
las lilas se inclinaron hacia ti desde la mesa.
Tus párpados azules ahora estaban
serenos, y tibias tus manos.

En el cristal se percibía el pulso de los ríos,
el humo de los cerros, el resplandor del mar,
y una esfera en la palma de la mano sostenías,
de cristal, y dormías en el trono,
y ¡oh Dios Santo! eras mía solamente.

Al despertarte, había transformado
el común lenguaje cotidiano
y con renovada fuerza se colmó la garganta
de vocablos sonoros, y la palabra "tú", tan liviana,
quería decir "rey" ahora, revelando su nuevo significado.
De pronto, en el mundo todo ha cambiado,
hasta las cosas simples, como la jarra, la palangana,
cuando se erguía en medio de nosotros, cuidándonos,
el agua, dura y laminada.

Fuimos llevados hacia el más allá,
y se abrían ante nosotros, como por encanto,
las ciudades milagrosas, y nos invitaban a pasar,
la menta se extendía bajo nuestros pies,
las aves seguían nuestro camino,
los peces remontaban nuevos ríos,
y el cielo se abrió ante nuestros ojos...
Mientras seguía nuestras huellas el destino,
como el loco, armado de una navaja.






 

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