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domingo, 14 de enero de 2018

Maldito ajo



La odiaba porque no me dejaba comer ajo. Me humillaba cada vez que percibía en mí el más leve aliento a ajo. Si llegaba de ver un partido con los muchachos y habíamos comida pizza, la muy perra olía el mínimo ajo que le habían puesto a la pizza y me mandaba a dormir a otro cuarto. Y le contaba a otras personas, me hacía sentir un bruto, un guarango, un grosero. Y ahora que, por esas cosas, ya no estamos juntos, le pongo ajo a todo, como ajo crudo, eructo ajo, dejo que mi barba se embardune de ajo y ando así todo el día, con olor a ajo hasta en la camisa; ahora odio no tener alguien que me rechace porque huelo a ajo.


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