Lo amé desde que lo conocí. Me cayó tan simpático como le caía
a todos, devoré su Breve Historia del Tiempo entendiendo cualquier cosa y
mayormente no entendiendo nada.
Stephen Hawking me entusiasmó.
Y entiendo, y me sucedió, que entusiasme la física y la matemática
cuando se la comprende desde adentro y ya vas por el medio de la correntada,
nadando desnudo, con la mitad del cuerpo fuera del agua, magia pura, pero me
cuesta entender el entusiasmo por Hawking rockstar sin entender la física.
En el caso de Hawking, gran parte de ese entusiasmo era por su
construcción. Un entusiasmo al que no le importaba el valor del descubrimiento
sino el de invención.
Otros decían enloquecer de pasión porque el Universo que veía
era a la vez fantástico y respaldado por la física, pero quiénes podían
avizorar eso? Uno entre decenas de millones, sólo quienes estuvieron muy
avanzados en la ciencia.
La postura más vergonzosa ha sido la de celebrarlo, admirarlo
e inclusive opinar sobre él porque era consagrado.
¿Quién lo consagró? Los encumbrados de una Ciencia que no es
más que un perro arrastrado de servilismo, que se mea encima de amor por sus
amos capitalistas. Es a ellos a quienes se consagra cuando se glorifica a
Hawking y se le da status de verdad a disparates como el Big Bang, los agujeros
negros y demás asuntos tan intangibles y fuera de la realidad de nuestras como
el Misterio de la Trinidad y la santidad de la Iglesia Católica.
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