— Estoy un poquitín
enamorada de vos.
Sergio observó el silencio
que se le hizo en su interior como se expande la oscuridad del atardecer maduro
en un jardín vacío.
— Ay, Adri, debí
verlo venir.
— Podrías haberlo
visto venir.
— Me apuntás con
una pistola.
— ¿Es para tanto?
— Me responsabilizo
mucho. Te voy a decir que no y siento que te estoy por dar una bofetada
injusta. Me venís con algo hermoso y lo escupo.
— Sos tan dramático.
¿Me vas a decir no a qué?
— A que tengamos
algo.
— ¿Te propuse que
tengamos algo?
— Y…
— ¿Y qué?
— ¿No se supone que
debo responderte?
— Bien. Mirá,
respeto tus esquemas, pero quizás no sean los míos en este momento. No te dije
que estaba un poquitín enamorada de vos para proponerte que seamos novios. ¿Te
saca eso un peso de encima?
— Sí.
— Claro que eso no
es agradable para mí. A nadie le gusta no sentirse correspondida, pero no te
estoy proponiendo ser novios. Nada más te estoy diciendo que estoy un poquitín
enamorada de vos. Encima te digo un poquitín; no te cuesta agrandarte a vos, ¿no?
— Ja.
— Dale, boludo. ¿No
es lindo que te digan eso?
— Sí.
— Vas a andar por
ahí, con esa pluma en la frente, una pluma que dice “alguien está un poquitín
enamorada de mí”.
— Ja.
— Qué bobo sos.
Adriana lo mira con
ternura y sonríe.
— ¿O qué vas a
hacer con esto? ¿Se lo vas a contar a los muchachos?
— Na.
— ¿Qué vas a hacer?
— No sé. Esto
cambia las cosas entre nosotros. No sé.
— Claro que cambia.
¿No te harta que las relaciones sean siempre iguales?
— Nos conocemos de
toda la vida.
— Sí, y a lo que ya
somos, que nadie nos lo va a quitar, le vamos a agregar esto.
Los dos se quedan
en silencio.
— Y vos, ¿no estásun
poquitín enamorado de mí?
— No sé.
— ¿Nada, nada, nada?
— No sé.
— No calcules, idiota.
Estás calculando “si le digo que sí va a querer que seamos novios”. ¡Cortala
con el miedo! Qué cagones son los varoncitos. Escuchame: no quiero ponerme de novia
con vos. Ni con vos ni con nadie, pero menos con vos. Y si tuviera ganas, esta
cobardía tuya me la bajaría mal. ¿Está? Te estoy preguntando con libertad.
— En un sentido uno
está enamorado de los amigos.
— Eso digo. Eso es
lo que te estoy diciendo desde el principio.
— Ah.
— ¿Los habías
pensado antes?
— No.
— ¿Cuánto estás
enamorado de mí?
— Dos corazones.
— Já. ¿Dos de cuántos?
— Dos de diez.
— Bien. Yo también.
Dos de diez. No es un gran número, ¿no? No alcanza para mucho.
— Alcanza para lo
que tenemos.
— Sí, pero ahora lo
dijimos.
— ¿Nos acostamos?
— Ni en pedo. ¡Já!
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