Me producen asombro las personas que llevan procesos
racionales enteros en su cabeza, un encadenamiento lógico, un razonamiento, una
hipótesis. En mi caso, si no escribo, prácticamente no pienso.
Así, amo los pizarrones. Mientras escribo va apareciendo lo
que tenía en mi cabeza sin saberlo.
El pizarrón es como un espejo en el que puedo verme la
espalda —una espalda como un paisaje, llena de prados, ciudades, criaturas,
máquinas; con infinitos rincones y poblada de misterios.
En mi departamento despliego los temas en que trabajo en
pizarrones y en afiches que pego en paredes y puertas; inclusive escribo
calendarios de actividades en los vidrios de las ventanas.
Por otro lado, me parece muy importante marcar el final de
los ciclos. Y creo que la manera humana de marcar el tiempo son los ritos.
Me gusta prender fuego los carteles en que he extendido una
misión, una vez que la misión ha terminado.
Hoy descolgué las láminas en que fui anotando organigramas,
listas de actividades y calendarios del libro Horóscopo Chino, de los
calendarios de cada semana, del libro 10.134 kilómetros por las entrañas de
China y el calendario general de 2018.
En ese calendario estaban marcados la quebradura de mi
clavícula, incluida la operación y la lista de amigos que vinieron a cuidarme
los diferentes días de la semana, también las operaciones de mi hermana y de mi
amigo Pablo, las presentaciones de la murga de Santi, el esfuerzo de guerrera
de Iri en la carrera, la vida de Fer en Tulum, costa yucateca; un libro que
traduje, la participación en otro, de la Academia China de Ciencias Sociales, la
investigación sobre la erradicación de la pobreza en China y su presentación,
las presentaciones con Luciana de mi encuentro con los budistas tibetanos
nómades, mi participación en el escenario del Año Nuevo Chino en Belgrano y los
show del Horóscopo en el Chinatown de Tigre y en el Museo Quinquela Martín; la
fuerza que hubo que hacer cada semana en las calles porque el intento de ahogar
a toda la sociedad es despiadado, el triunfo de las pibas en la calle; el
trabajo incansable con Néstor en Dang Dai, sacar las ediciones impresas, hacer
cada día la página de noticias y cada semana la newsletter, y en noviembre la
locura de la llegada de Xi Jinping y las mil actividades complementarias; el
nacimiento de algunas ideas, personas que llegaron a mi vida, personas que se
fueron, el reconocimiento de la Legislatura a Mariposa de Otoño, el trabajo con
Dani y Yami en su Centro de la Cultura Shaolin, la Navidad con Richard y Anahí.
Y están mis viajes a Qinghai con Polo y sus papás, mis
amigos del alma, hasta el centro de la tierra de los dioses adorados con
caballos blancos de viento y banderas de colores que flamean eternamente,
adonde un lobo me miró a los ojos, y a Beijing, que sentí mi casa, con Camilo y
Michael, Carlita y Faivel, Pilar, Guillermo, Juan, Mónica, Pablo, Lou Yu, Aye
Iñigo y el camping con la pequeña Li Yunmei y sus amigos. Está el viaje a Galicia,
la ría de Vigo, la tierra soñada de Corujo, el manzano y el potro que vino a
comer de mi mano, y los parientes Otero con quienes nos abrazamos: Miriam,
Alejandro, Andrés, Alberto, Cristina, Marina, la tía Carmen, el joven
Alejandro, las preciosas Andrea y Ana, Iván. También están los viajes por
Argentina, al Parque Nacional Lanin en marzo, a Tierra del Fuego en julio (al
mejor hotel de Sudamérica diseñado por mi amigo Juan), al Cañón del Atuel en Mendoza,
a La Pampa, con el descubrimiento del Espíritu de Calfucurá, a Rosario, a Calingasta
en septiembre.
Sobrevuelan el calendario los amigos mágicos de todo el año,
Camilo, Mariela, Pablo, Fer, Néstor, Ivana, todos los Chaquichanes.
Cuando en un rato haga una fogata para prender fuego a todos
esas vivencias, su alma se elevará con el humo al cielo.
Es de allí de donde llegó la inspiración y la vida con que
pude hacer todo lo que hice.
Me quedaré pegado un tiempo más a este planeta, agradecido
por el don que se me ha concedido de vivir el 2018 y dispuesto a vivir lo que
me sea concedido.
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