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jueves, 25 de julio de 2019

Anita, te va a ir muy bien.


 Ayer hablamos con mi hermana Anita sobre el consentimiento a los hijos.
Decíamos que no siempre es bueno para ellos.

Estábamos los dos solos en el local que alquiló para abrir una pollería.
Es un local muy grande, y estaba vacío, salvo las grandes heladeras que ya compró.
Estábamos de acuerdo en todo lo que hablamos.
Le dije que sé que tiene todo lo necesario para que le vaya bien.
Le dije que debía pensar que tal vez los primeros meses son a pérdida, y que debía incorporar esa pérdida al cálculo de la inversión inicial.
Cosas que uno dice porque es el hermano mayor.

Le dije que la ubicación es muy buena.
Le dije que siempre la venta de comida anda bien, porque aún en las peores crisis, la gente necesita comer.
Ella estuvo de acuerdo en todo lo que dije.
Supe que ya había pensado cada cosa que le estaba diciendo.

Le dije que iba a demandar de ella su mente y su cuerpo. Iba a tener que vivir allí.
Le dije que cuando empezara a andar bien, le convenía empezar a reinvertir en ese negocio, arreglar el auto y arreglar la casa.
O sea, que comenzaría a tener una nueva vida.
Estábamos allí, en ese lugar vacío, en el comienzo de la nueva vida de Anita.

Hasta ahora, sólo había seguido la iniciativa del hombre que fue su marido.
Hasta ahora se apoyaba en nuestra mamá. Nunca sabía bien Anita cuánto ganaba ni cuánto gastaba. Nuestra mamá la cubría.
Hasta ahora, Anita siempre se las había arreglado para que la apañaran, la consintieran, y así evitó responsabilizarse.
Ahora empieza.

En la sociedad de nuestros abuelos, esto hacía la gente a los 21 años. Los tiempos han cambiado, la historia de nuestra familia cambió. Ella tiene 54, y está perfecto que empiece ahora.

Por primera vez se pagará un seguro de salud.
Por primera vez progresará por su trabajo.
Ya no vivirá consentida.
Estábamos los dos ahí, solos.
Sentí con mucho extrañamiento que nuestra mamá ya no estaba entre mi hermana y yo.

Entonces le dije que ante cualquier duda práctica que tuviera, tenía alguien que le daría el mejor consejo que iba a encontrar: nuestro padre.
Él es comerciante puro y tiene el don de conocer el funcionamiento de las cosas.

Saqué una foto de nosotros dos y se la mandé a él.
Más tarde él llamó. Dijo que el local estaba muy bien.
Le expliqué que le recomendaba a Anita que le pidiera consejo.
— ¿De qué?
— No sé… de qué hacer con la recaudación en efectivo, por ejemplo —imporvisé.
El dio un consejo perfecto. Anita asentía.
En realidad, su consejo era lo que Anita ya me había anticipado que ella haría.
Pero todos nos quedamos muy contentos.

Anita, te va a ir muy bien.



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