Algunos nos hemos
impacientado con lo que hemos entendido como un michaelmoorismo en el estilo de
Cristina Fernández de Kirchner: una fe en que la solución de todo pasa por
atenerse a la ley. Sabemos que la ley es el resultado, aunque provisorio, de la
victoria de unos sectores sociales sobre otros, y la herramienta de esos
sectores para someter a los demás. Pensar en modificar este estado de cosas a
través de las herramientas construidas para su implementación y defensa, parece
contradictorio.
Así, hemos visto a
Cristina más como una primera ministra que como una caudilla. Más como una
administradora que como una líder.
Nos impacientamos
porque sospechamos que por esa vía sólo se sustanciaba el statu quo y jamás se
habilitarían cambios sociales en favor de una justicia social.
Sin embargo, ante
lo que está sucediendo estos días en América Latina, la estrategia legalista de
la ex presidenta parece ser la correcta.
Como sociedad
política, desde la instauración de la dictadura de 1976 tocamos tres extremos.
Primero, la
atrocidad de los militares que actuaron promovidos por y en connivencia con la
oligarquía.
Segundo, la
reacción ante el embate de la violencia. Si bien la dictadura tuvo un
apoyo masivo, sustentado por el nacionalismo y los valores más conservadores,
también hubo una reacción en contra. Se ha discutido y se discutirá cuán
determinante resultó esa resistencia en la caída de la dictadura. Lo cierto, es
que la resistencia existió.
Tercero, los
crímenes de la dictadura no generaron actos de venganza. No hubo conductas
ilegales: nadie le pegó un tiro a un torturador, no hubo una sola bomba en la
casa de un militar asesino. Todo se resolvió en el marco de la Justicia, o sea,
con la aplicación de la ley. Esto fue visto como una máxima expresión de
civilización
Esta tercera
tesitura es la base de la política de Cristina Fernández de Kirchner —y el
presidente Alberto Fernández pareciera compartirla cabalmente.
En momentos en que
el imperio nos empuja a la paradoja de vivir sometidos o entrar en una guerra
civil, o sea, perder sí o sí, la alternativa legalista podría ser una opción
válida.
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