Estoy cumpliendo
la sexta década de mi vida.
Es asombroso cómo
las personas de la familia a la que pertenezco continúan siendo niños hasta que
mueren; a los 50, 60, 70, 80 años o más.
Durante mucho
tiempo vi esto como un defecto. Luego me he preguntado si no es una táctica
inteligente. Como niño, uno siempre está abierto a que la realidad sea
diferente de lo que uno cree, tiene la inteligencia ágil, todo el tiempo tiene
ganas de jugar.
Algunos amigos muy
entrañables me preguntan cómo voy a festejar mi cumpleaños. Me lo pregunto a su
vez, a mí mismo, porque no me sale una respuesta automática.
Digo: “con sexo y
drogas”.
Por supuesto que
es literal. Pero no sólo. Sexo y drogas ¿qué significa?
Quiero decir que sobre
los 60 años ya no puedo tragar sapos, tratar con personas ante las que deba
sonreír hipócritamente porque tienen un pensamiento que no soporto y con
quienes no tengo nada que intercambiar, nada mío que las nutra, nada de ellas
que me interese.
“Sexo y drogas” es
estar en pelotas, para poder decirte la verdad.
Llego entonces a
los 60 años, con la urgencia de dejar atrás las relaciones de compromiso, las
relaciones inútiles, que obedecen a morales a las que yo no adscribo.
Por lo menos, no
quiero esas relaciones dentro de mi casa, el día de mi cumpleaños.
Y sí quiero estar
con personas que necesiten que el contacto con otras las trastorne.
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