El joven matrimonio de Horacio Morteo Schaft y Mirtha Posse de
Morteo Schaft volvían del cine Monumental caminando a su departamento en la
calle Parera. Comentaban vivamente la actuación de Gregory Peck en La luz es
para todos y al llegar ella se asombró al ver encendidas las luces de todas las
ventanas que daban a la calle.
Cuando la criada que estaba cuidando su bebé les abrió la puerta,
Horacio quedó un poco atónito por su sonrisa desmedida, con aquellos dientes
tan blancos y enormes, que salían de unas encías brillantes. Lo sacó de su
estado el grito de su esposa y recién entonces observó que la joven llevaba puesto
el vestido de novia de Mirtha con un pequeño prendedor dorado con la cara de
Eva Perón.
Sin hacer caso de la furia de su ama, con su cuerpo algo rechoncho
los guió hacia el comedor, siempre con la sonrisa parecida a la de un payaso.
Ellos la siguieron mecánicamente, vieron la mesa servida con primorosas
flores blancas y velas y en el centro la fuente que se usaba en la noche de Navidad
para el lechón entero, con su gran tapa.
Con un movimiento teatral, la muchacha levantó graciosamente la
tapa con sus manos morochas, y lentamente el espanto ahogó al joven matrimonio:
dorado, desnudo, cubierto de almíbar, estaba su hijito cocinado.
Mirtha daba alaridos sin parar mientras se clavaba las uñas en la
cara, Horacio buscó una pistola y la descargó en el vientre de la maldita negra
y se fue corriendo para no aparecer nunca más.
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