Hace dos días el presidente Donald John Trump advirtió
por Twitter que el voto por correo en las elecciones presidenciales de
noviembre en su país tendría inevitablemente consecuencias fraudulentas y que
derivaría en comicios manipulados.
Twitter le agregó al mensaje un link a información
que contradice al presidente indicando que “Trump asegura sin pruebas que el
voto por correo derivará en fraude electoral”, para lo que cita a CNN y The
Washington Post.
Tercer acto: Trump twittea
que “Los republicanos sienten que las plataformas de redes sociales silencian
totalmente las voces conservadoras. Con determinación regularemos o las
cerraremos, antes de permitir que esto suceda”.
Twitter es el medio en el que más habla Trump,
directamente. Tiene más de 80 millones de seguidores. Las disputas entre los
sectores del poder, que a veces se asocian, a veces compiten y en general se
asocian y compiten a la vez, asegura un estado de cosas que los favorece
parasitando al resto de la sociedad. Ya hace siete años que Edward Snowden
reveló el modo en que agencias estatales y empresas privadas utilizan
coordinadas datos de los usuarios de medios digitales para lo que se les
antoje. La prueba de que el episodio no se circunscribía a un caso sino que era
el estado generalizado de las cosas es que cinco años después se reveló que
entre las compañías Facebook y Cambridge Analytica habían usado datos de
usuarios de Facebook para la campaña presidencial de Trump y para el plebiscito
por el Brexit.
Trump llegó a hacer el chiste
de que debería dársele a él la oportunidad de un mandato de por vida, imitando
a China. Su estilo incluye la confrontación espectacular, en la que no
desentona una pelea con las redes sociales. Sin embargo, están del mismo lado a
la hora de crear una realidad utilizando verdades, mentiras, censuras,
campañas, referentes.
Por otra parte, está el resto de la sociedad, o sea,
todos los sectores que están perdiendo la pelea. Los detractores de las redes
sociales suelen considerar a sus usuarios un rebaño de tontos. Resulta
interesante que, entre las revelaciones de la pandemia de COVID19, aparece muy
patente que cada persona que tiene un smartphone es un emisor. Esto quiebra el
esquema de unos emisores dominantes y masas de receptores dominados. Controlar
lo que dicen unos pocos medios de comunicación emisores es más o menos posible,
pero controlar lo que emiten y reemiten millones, resulta imposible. La
consecuencia es una sensación de que todo puede ser falso.
Sensación que produce vértigo, pero que no es otra cosa
que tener develada la situación previa al smartphone: lo que vemos como
realidad es una ilusión, un relato, una creación de los sectores dominantes
para mantener la explotación de todos.
El club de los odiadores de Facebook
Las razones para aborrecer a la red social Facebook son
tan fogosas como es necia e incorregible la porfía de millones de persistir
subiendo básicamente fotos de gatos y de hijos, malos memes, fake news y cosas
peores.
Vamos a poner a Facebook como ejemplo de las redes
sociales, porque es considerada la más vil, pero los argumentos en su contra
son los mismos que se usan contra todas las redes sociales.
Veamos los casos de algunos odiadores de Facebook que
abandonaron la red social en los últimos meses.
El actor Sacha
Baron Cohen se preguntó “¿por qué dejamos que un hombre controle la
información que ven 2.500 millones de personas?”
Stephen King dijo
que no soportaba la “avalancha de información falsa que se permite en su
publicidad política”.
También sostuvo que “no confío en su capacidad para
proteger la privacidad de sus usuarios”.
Otro actor, Mark
Hamill, famoso por interpretar a Luke Skywalker en Star Wars, denunció que “Mark
Zuckerberg valora más el beneficio que la veracidad”.
En 2018 hubo una ola detractora de Facebook cuando la
Justicia norteamericana dictaminó que la red había sido puesta al servicio de
campañas electorales.
Jaron Lanier,
uno de los principales ideólogos y entusiastas de las nuevas tecnologías en los
80 y 90, considerado el padre de la realidad virtual, escribió el libro “Diez
razones para borrar tus redes sociales de inmediato”.
Lanier, una de las 100 personas más influyentes del mundo
según la revista Time, explica que las redes sociales te hacen perder tu libre
albedrío, cordura, inteligencia, criterio, capacidad de empatía y tu “dignidad
económica”. También tu felicidad y tu alma.
El Estado Nacional, gran dispositivo de la organización
de los países que comenzó a ganar forma en el siglo XV, se ha desarrollado —en
la descripción de Michel Foculat (“Sujeto y poder”)— en su misión totalizadora,
en tanto ningún aspecto de la realidad está fuera de su incumbencia, e
individualizadora, en tanto configura a la sociedad como una sumatoria de
individuos que la anteceden.
Controlando y manipulando a sus usuarios, las redes
sociales parecen concurrir a este esquema. Denunciarlas sin denunciar antes al
Estado tiene mucho de proceder con la angelización norteamericana que pone la
ingenuidad al servicio de la perfidia.
Algún malintencionado puede percibir ese tufillo a
ingenuidad en que quien se escandaliza porque las redes sociales conocen su
intimidad —a través de los datos que él mismo ha brindado—, o se altera porque
circula información falsa — como si todo fuera de las redes fuera información
verdadera—, o se rasgue las vestiduras porque Zuckerberg es poderoso —como si
los políticos no lo fueran—, o escribe un libro para denunciar que alguien
quiere robarle la capacidad de empatía y la felicidad.
La maniobra angelizadora consiste en acusar aquello que
trasgrede la ley con una actitud completamente acrítica frente a la ley, o sea
sin considerar que la ley está hecha a la medida de los poderosos de una
sociedad en la que esos poderosos explotan a los demás.
El problema, para esta posición es la transgresión de la
ley, pero nunca la ley.
Quienes transgreden la ley son “malos”, y quienes la
cumplen son “buenos”. De los que las hacen, no hay mención.
Al mismo malintencionado de antes se le podría ocurrir
que esta angelización no es casual, y que quien la ejerce en realidad se
beneficia de un esquema social injusto. Quizás esté del lado de los verdaderos
beneficiados por las leyes.
Voy a volver a las redes sociales recordando a Umberto Eco, quien fue ovacionado cuando gruñó que “las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas”, que así “tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel”.
Concluyó: “Es la invasión de los necios”.
Es una frase muy reveladora, de la naturaleza de las
redes sociales, claro, pero también de la madera de que está hecho el odio a
Facebook.
Estalla en estas palabras la bronca y el desprecio contra
los “idiotas”, mientras desmaya de pleitesía por los premios Nobel. Expresan el
modo en que está crispado el horror porque los idiotas invadan el terreno de
los premios Nobel, transformando a Zuckerberg en una especie de Eva Perón que
le otorga a los asquerosos infelices, ellos que son “legiones”, como los otros
son selectos, el derecho a hablar.
Quizás si no se sintiera tantas náuseas contra las
“legiones de idiotas” se podría aceptar la posibilidad de que tuvieran recursos
y voluntad propia para reaccionar y ganar espacios de decisión sobre las
malévolas máquinas manipuladora de datos que son las redes sociales.
Claro, que a los adoradores de premios Nobel y quienes se
benefician de las leyes que comandan una sociedad de explotación, las patas en
las fuentes de Plaza de Mayo los saca de quicio.
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