Mi tía Blanquita murió a los 106 años.
Como todos en mi familia, se sentía una extranjera en el país donde había nacido.
Su única pertenencia era la familia.
No le gustaba tratar con “los de afuera”, o sea, con los argentinos.
Y desde antes de que cumpliera los 90 años, ya no quería tratar tampoco con los de la familia. Los suyos estaban todos del otro lado y los que había ahora se los confundía o no tenía idea de quiénes éramos.
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