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sábado, 31 de julio de 2021

Irina y Andy

Cuando mi hija Irina era chiquita yo también, horror, la llevaba al pelotero del McDonald’s.

Sin embargo, a veces íbamos a parar a lugares fuera del Circuito Padre Separado en Buenos Aires. Disfrutábamos andar por el paisaje posapocalíptico de Lugano I y II, las islas del delta, caminábamos por las vías del tren, nos metíamos en las terrazas de algunos edificios, pasábamos tiempo en las estaciones de subte.

Una vez estábamos en un lugar que no puedo recordar, quizás fuera cerca de Ciudad Oculta, y vi que Irina jugaba con otra nenita. Tendrían cuatro o cinco años. Mi hija siempre fue muy calladita, como si estuviera haciendo algo que no estaba permitido, pero no, porque siempre fue juiciosa. Era reservada porque dejaba de este lado del mundo el silencio y ella se metía entera dentro de los mundos que encontraba en su interior, o vaya a saber dónde. 

Aquella tarde, que era una tarde horrible, de viento frío y de energía negra, Irina estaba absorta en lo que hacía, como un médico cirujano o como los mecánicos cuando el auto llega a boxes en medio de una carrera. 

Su modo de estar abstraída atrajo mi atención como un remolino. Irina colocaba cuidadosamente en las ramas de una mata, pedazos de escombros que había encontrado cerca. El resultado era algo que producía un desencajamiento de la realidad. Estaba creando un estado en el que lo muerto y lo vivo, lo natural y lo humano, lo naciente y lo decrépito se conjugaban en una sola cosa.

Estaba ordenando la realidad de un nuevo modo. Había creado un nuevo sentido, que redefinía la naturaleza y la obra del trabajo del hombre. 

Pensé que estaba tocando el nervio humano.

También perturbaba la lamentable idea del arte que ha imperado desde hace algunos siglos, que tiene al autor, el prestigio y el valor de mercado y la trascendencia como pilares.


Como los antiguos nazca, el artista Andy Goldsworthy ha llevado lo que hizo Irina esa tarde a una expresión muy desarrollada.

Estas imágenes son de sus obras, perecederas y eternas.





















jueves, 29 de julio de 2021

Las dos cadenas en torno a los uigures de Xinjiang

En mis viajes a China me concentré en la Región Autónoma de Xinjiang y hace tiempo sigo el tema de los uigures, etnia mayoritaria en esa zona. A principios del año pasado, cuando empecé a sentir que Estados Unidos lo construiría como uno de los puntales del ataque a China en la gestión que seguiría a Trump (incluso desplazando a Hong Kong), escribí este artículo en Tiempo Argentino. 


Los ataques terroristas de la jihad adentro de China son reales, la decisión del gobierno chino de que la Región Autónoma de Xinjiang es clave para la BRI que apunta a Asia Central es real, los centros de entrenamiento en donde debe pasar un tiempo los acusados por estar involucrados en la red separatista son reales.


La situación es que Estados Unidos ha armado con mucho poder un affaire al que los chinos, sorprendidos por la primera bofetada, con pocas herramientas y sobre todo una obcecación proverbial para negarse a usar los códigos de comunicación occidentales, responden de un modo altísimamente ineficaz.

 

Los norteamericanos han implicado en su campaña primero a Australia y luego al resto de sus aliados fuertes. Están forzando a la ONU. Han sumado al Vaticano.

 

La campaña tiene dos targets, por un lado, los públicos occidentales, a quienes les presenta el tema como China violadora de los derechos humanos en expansión, implicando que tal expansión significará el imperio de los abusos a los derechos humanos de todos los países sobre los que China tenga influencia.

 

Esta campaña tiene un gran éxito. Pese a que sus fundamentos son un mamarracho (en una época en que la agenda de la realidad está diseñada con fake news), el mensaje prende en todo el arco político, alcanzando a los más progresistas críticos del imperio norteamericano —por ejemplo, Noam Chomsky.

 

El segundo target es el pueblo chino. En ese caso, es muy difícil percibir la eficacia de la campaña norteamericana.

 

La respuesta de los medios chinos es, como decía, muy desatinada, negando lo innegable y gritando sin escuchar —quizás para no escuchar a los demás— que todo lo que hace el gobierno es bueno, bueno, bueno.

 

Sabemos lo que esto causa a los occidentales: le creen a “los chinos” menos que antes y reafirman lo que dice Estados Unidos.

 

China responde como una sola voz. Todos los medios tienen un control estricto para evitar las grietas que puede provocar la multiplicidad de miradas y versiones de la realidad.

 

Me parece interesante que ante la campaña de Xinjiang, Occidente haya copiado el modelo. Todos los contenidos están basados en las mismas fuentes (escasísimas), todos los datos (también muy pocos) son los mismos y hay sólo una línea argumental, una sola versión, que esgrimen desde Antony Blinken hasta Noam Chomsky.

 

El resultado es que Estados Unidos acusa a China a los gritos, desdeñando cualquier fundamento y racionalidad, y China se defiende, desdeñando cualquier fundamento y racionalidad.

 

Las personas de otra generación, nosotros los viejos chotos, que no comprendemos que la fuerza de las fake news y la censura superen al análisis crítico basado en información de algún modo comprobable, tendemos a comprender que por este camino no vamos a llegar a ningún entendimiento.

 

martes, 27 de julio de 2021

Una flor abre

 “Es asombroso cómo algo tan maravilloso como una flor despliega su ser sin que nadie esté observándola. Yo no existo si otra mirada no me constituye. No es debilidad, es ser humano. Acaso sea Dios quien mire a la flor abrir. Y acaso ella vea a Dios mirarla”.

Dimitrios Vernardakis

sábado, 10 de julio de 2021

Messi protagoniza una tragedia griega

Messi jugará por primera vez una final sin Diego.

La primera final con la camiseta de la selección con Diego muerto.

No tendrá que padecer lo que dirá Diego al final del partido.

No sentirá la mirada de Diego mientras juega, en los millones de futboleros que están mirando lo que hace.

Estos partidos desde el 25 de noviembre, Messi jugó. 

Jugó como dice Riquelme “ser felí”. Jugar como jugar a las escondidas, o como los perros juegan a correme que te corro.

Muerto Diego, Messi viene jugando libre, divirtiéndose, suelto, PlayStation.

Juega con los chicos.

Juega a la pelota.

No tiene que ganarle al otro equipo, ganarle a sus compañeros que no juegan bien, ganarle a los millones de futboleros que lo miran como asesinos, ganarle a los periodistas sedientos de sangre, ganarle a Maradona que pesa más que la presa de las Tres Gargantas, en la China.

Le han impuesto que eso sea ganar, para él.

Ganar es competir con Diego, que es Todo, es un Planeta de la Muerte, es Dios y el Diablo. Lo arrojan a que le gane a algo que es inabordable.

Él quiere ganar, pero nada más que ganar.

Ganarle a todos, ganarle al mejor equipo, ganar todos los campeonatos, pero de este mundo. No quiere que la gente lo adore más que a Diego, no quiere trastornarle la vida a la gente, no quiere devolverle a los argentinos la dignidad por haber perdido una guerra, haciendo el mejor gol de la Historia.

Hoy es la primera final de Messi liberado de la presencia infernal de Diego.

Y justo le toca con Brasil, que está afiladísimo, que le lleva tres cuerpos de ventaja al segundo mejor del mundo.

La vez que Messi consigue jugar una final, va y le toca jugar con un equipo frente al que no tiene chances, con una cancha con público, todos brasileños que le van a cantar los goles en la cara, 30.000 ojos en el estadio gritándole a él los goles de Brasil.

En un rato asistiremos a un momento apoteótico de una tragedia griega.

Messi sólo quiso jugar al fútbol, no quiso ser el protagonista de un drama que alcanza toda la estatura humana, pero lo es.