Tengo un amigo a quien le encantan los tipos que se le parecen.
Le producen una alegría total.
Le encantaba Willy, el de Alf, porque era medio parecido a él.
Es una clase de personas, me parece, las que son felices cuando encuentran a otro que se les parece.
Así es doña Clara, la que vive al lado del Club Versalles.
Cuando paso y está barriendo la vereda, me paro a charlar porque es muy ocurrente y me resulta muy entretenida.
Le tiene miedo a todo.
Se la pasa mirando la televisión porque ahí encuentra de todo para tener miedo. La guerra en Ucrania, la inflación, los perros pitbull, los peronistas que “se vienen por todo”, los incendios en Córdoba, las vacunas, los ladrones, las feministas que “rompen todo cuando hacen las manifestaciones”. La lista es interminable.
Doña Clara le tenía un afecto especial al marido de una sobrina, incluso más que a la sobrina. Y el chiste es que el hombre era muy parecido a ella.
No estoy sembrando ninguna sospecha al decir que era tan parecido que parecía hijo de ella. Eran parecidos como mi amigo y Willy. El mismo color de pelo, de piel, la misma manera de hablar, y encima, el tipo también le tenía miedo a todo.
Cuando había una reunión familiar y se encontraban doña Clara y él, tenían grandes charlas.
El tema es que el hombre murió el año pasado, de covid. Me contó doña Clara, esta mañana.
— Estuve muy triste por la muerte de González —me dijo—. Era un hombre joven, y estaba perfecto de salud. De un día para el otro se enfermó, a los cuatro días lo internaron y a la semana se murió. Parece mentira. Y yo estuve muy mal por eso. Muy mal. Bajé de peso, hasta tuvieron que internarme.
Doña Clara es muy guapa, pero tiene 88 años.
Es viuda y tiene una hija, Mabelita, que tiene 60.
Mabelita nunca se casó. Ni se le conoció novio. Toda la vida vivió con su madre. Cada día de su vida estuvo al lado de su madre. Doña Clara la cuidó día y noche hace unos años, cuando Mabelita tuvo cáncer.
Le pregunté a Doña Clara si se había recuperado de la internación y me respondió:
— Ya estoy bien. Ahora estoy bien. Ya como bien.
Hizo una pausa y concluyó:
— Lo que pasa es que tengo que estar bien. Tengo que estar bien para “la socia”, ¿vio? Si no, ¿quién la cuida?
Comprendí que “la socia” era su hija.
Saludé a Doña Clara, le dije “aliméntese bien, por favor” y seguí mi camino.
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