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sábado, 26 de noviembre de 2022

La invitación de mi tío Steven

Estoy en un avión, de regreso a Argentina, luego de haber pasado cuatro meses en China.


Fueron cuatro meses en los que no desempaqué.


Viví contenido. 


Contuve mi voluntad para que no me la quebraran, como contengo mi respiración bajo el agua.


No desempaco en la casa de mi padre.


Como mi hija no desempaca en mi casa.


No desempacar me pone incómodo y contrariado. 


¿Por qué voy a ver a mi padre, entonces?


¿Por qué voy a China?


Porque le debo unas disculpas a mi padre.


En su casa, él pone las reglas sobre mi comportamiento. Si entro en su casa, sus reglas invaden el espacio de mi decisión.


Por amor a él y porque le debo disculpas, voy a someterme a sus reglas.




¿Por qué debo pedirle disculpas? ¿Qué hice?


Con mi madre le desobedecimos, lo abandonamos y lo lastimamos.


Vuelvo a su lado para pedirle disculpas obedeciendo sus reglas.


Como el hijo perdido en la parábola del hijo pródigo que contó Jesús*.


Sin embargo, es un estado transitorio. Un tiempo en que toda mi vida, mis reglas, están guardadas, empaquetadas, empacadas.


Puedo concederle unos días a mi padre, pero no puedo quedarme en su casa de modo permanente.


Aunque encontré el modo de superar la contrariedad que me causa estar con él objetivando la situación al transformarla en materia para escribir, eso no es más que un alivio. Tarde o temprano, volveré a mi casa. 


En algún momento, emergeré de debajo del agua para respirar.






Estoy atrapado en Nueva York en 1974, cuando mi madre no soportó que la familia china de mi padre le pusiera reglas, y se volvió a Argentina con mi hermana y conmigo.


Estoy atrapado pendulando entre mi padre y mi madre.


Suspendido entre dos campos gravitatorios.




Hubiera desactivado la trampa si hubiera podido desempacar en China.


No miré ni una sola película en Netflix.


No dejé que surgiera de mí ninguna ocurrencia. Mis ocurrencias, que sean el viento que surge del interior de mi caverna más profunda, siempre han sido censuradas severamente por mi padre. Allí donde soy yo, donde brota la energía vital más propia de mí, y soy más libre, él ha dado un mazazo que me despedazó. 


No desempaqué en China porque no sé cómo vivir mi vida bajo las reglas chinas.


Cómo mi padre me censuraba, mis ocurrencias chocan con las reglas chinas, y esas reglas se me imponen. Me quiebran la voluntad.




Ahora mi tío Steven me dice: “vení a casa, Gustavo. Tu papá está muy grande”.


Me da vuelta todo el tablero esta invitación. Aunque mi tío se casó con Karen, la hermana de mi padre, muchos años después de aquel episodio de 1974, sospecho que entiende bien mi situación.


Me gustaría ser su amigo.




Vuelo de Beijing a Frankfurt, 25 de noviembre de 2022  




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* También dijo: Un hombre tenía dos hijos; 


y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. 


No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. 


Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.


Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.


Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.


Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!


Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.


Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.


Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.


Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.


Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.


Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta;


porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.


Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas;


y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.


Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano.


Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase.


Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.


Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.


Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.


Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.


Lucas 15:11-32


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