Juanca, el del puesto de diarios, le consiguió a su pibe, el Sebas, que lo emplearan en la farmacia de la esquina.
Sebas es un poco vago (cada vez que Juanca le preguntaba si había conseguido trabajo, le decía “tire currículums”), pero se entusiasmó con la farmacia. Al toque empezó a aprender los nombres y para qué servían los medicamentos, y no pasaron unas semanas que ya estaba dando recomendaciones.
“Hágame caso, señora (a una señora de la edad de su abuela), tómese dos pastillas la primera vez y después, aunque se sienta bien, siga tomándolas hasta que termine la caja”. Y así.
Cuando iba a la casa de alguien se metía en el baño a chusmearle todos los remedios que tenía en el botiquín.
“Así conozco todo de las personas”, me dijo.
Yo no había sospechado que le interesaran las demás personas.
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