No sé para qué es un premio si no es para levantarlo bien alto, abrazarnos todos juntos y todos juntos saltar gritando “DALE CAMPEÓN, DALE CAMPEÓN”, “SE LO DEDICAMOS A TODOS, LA REPUTA MADRE QUE LOS REPARIÓ”, y cosas así.
Me dieron este premio a mí, con mi nombre y apellido, lo cual tiene una dosis de injusticia flagrante. El premio fue por la trayectoria de divulgar China en Argentina, y entonces, ¿cómo no me dieron el premio junto a Néstor Restivo?
Me encanta recibir premios porque eso la hace feliz a mi mamá. Luego me quedo un poco revoltijado, porque entonces el premio no es para mí, sino para ella.
De una manera distinta, mis premios también son cosas de mi papá; ganarlos fue siempre desafiar su reprobación de mí; luego, estos premios de China prueban mi esfuerzo por pedirle disculpas por haber renegado de mi origen chino, y ahora él está orgulloso. Total que también son premios para él.
Así, voy de mi madre a mi padre, de mi padre a mi madre, y a veces no sé si existo.
Por otro lado, este premio también muestra que China me atrapó. China atrapa igual que un planeta muy grande tiene mucha fuerza de gravedad y atrae más que un planeta chico. Prácticamente todo lo que hago está relacionado con China, lo que por un lado está muy bueno, y por otro lado no está tan bueno, porque también me interesan otras cosas. Pero la atracción de China me impide tener tiempo y energía para otras cosas. Quiero vivir más vidas, muchas vidas, y no sé si China me va a dejar tiempo y fuerzas.
Finalmente, hay un ingrediente del premio que sí es cosa mía. Que no pertenece ni a mi madre, ni a mi padre, ni a China.
Cosa mía es, por ejemplo, cuando escribo y conecto con algo. Como una fruta extraña que goteara una miel adentro de mi boca, ese algo me entrega una sustancia para que yo la escriba, y a su vez me atrae para que yo vaya en busca de más frutas.
En mi vida he constatado que todo lo que no es mandato de mis padres (de la sociedad, de la moral, todo lo que viene de afuera), o sea lo que es cosa mía, aquello que es genuino, la fruta que encuentro sólo yo, siempre lo hago con mis amigos.
Cuando dije que el premio era para todo el trabajo que están haciendo los argentinos por conectarse con China, me dijeron que era un demagogo. Es cierto, pero también tengo la convicción, como dije antes, de que darle el premio o la autoría de algo a una sola persona es una ficción maniquea de una época individualista.
Cuando yo tenía diez años, me gané un trofeo. No sabía qué hacer con el trofeo. Mientras regresaba caminando a mi casa, me desvié hacia un lugar que había encontrado en la ciudad donde vivía. Era una casa en construcción abandonada. Nadie entraba allí. Me metí y me quedé en una intimidad absoluta, y me quedé dormido con el trofeo en la mano.
Hace unas semanas, cuando me dieron este otro trofeo en China, tan lindo que se parece a la Copa Libertadores, sentí la misma soledad. Al volver al hotel, en vez de entrar, así con el traje y todo, deambulé sin rumbo, hasta que encontré un puente peatonal sobre una autopista. Subí al puente y me senté en la mitad, en el piso. Pasaban millones de autos por abajo y cientos de personas por el puente. Yo sentado allí con el trofeo en la mano estaba en perfecta intimidad.
Y en esa intimidad, pensé en Néstor, en Camilo, y en los amigos con quienes he transitado el camino de China desde hace más de once años.
No idealizo a mis amigos. Siempre quiero más de ellos. No puedo aceptar que nos quedemos donde estamos.
Sigo teniendo fe en que podemos hacer más contacto, un contacto más profundo.
Alguien escribió en un papel la receta de lo que podemos hacer los amigos. Hizo un rollito con el papel, lo puso en agujero de un árbol que está dentro de un bosque y yo no puedo abandonar la búsqueda de ese papel. Cada vez que lo encuentro, no puedo abandonar la intención de que hagamos lo que está escrito en ese papel.
Lo que está escrito es esto:
HAGAN CONTACTO
Tengo fe en que las personas que deseamos, los insatisfechos, podemos hacer contacto entre nosotros, y en que eso nos cambiará —un poquito, en mínimas dosis, como gotas de rocío— nuestra vida.
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