Estos días me mudé.
Vendí el departamento que mis padres me habían comprado hace más de 40 años.
Me vine a un barrio alejado.
Lo exploro; Fui a un café a unas seis cuadras.
Me atendió una chica que era una copia exacta de Orit.
No podía dejar de mirarla.
Me pescó que la miraba me hizo la sonrisa hermosa de Orit.
Al irme, me acerqué a ella y le pregunté si su mamá se llamaba Orit, porque era muy parecida y se me ocurrió que tenía una hija de su edad.
Me dijo que no.
La saludé.
Cuando iba saliendo me llamó. Me di vuelta y me dijo: “tenés la mochila abierta”, y antes de que me la bajara de los hombros para cerrarla, me la cerró ella, con un gesto de tanta familiaridad que me dejó muy confundido.
Más confundido, porque todo el tiempo que estuve en el café no sabía qué hacer con esa chica tan igual a Orit.
Salí a la calle y cuando comencé a caminar de regreso a mi nueva casa, me sobrevino un llanto que no podía parar.
No sé por qué.
Me crucé con un hombre grande, alto, de mucho pelo blanco, flaco, con una camisa también blanca, que me miró llorar.
No sé por qué lloraba.
Por Orit, por el pasado, por esa chica tan buena, porque hay chicos buenos.
Espero que Orit esté bien.
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