Era una familia supersticiosa. Todo el tiempo buscaban en la realidad signos de otra realidad. Nada los entusiasmaba tanto como la ocurrencia de que un pájaro que se metía en la casa era el anuncio de que alguien quedaría embarazada, o de que la enfermedad de un niño era producto de la maldición que alguien le había echado a su madre.
No era extraño que varios de ellos practicaran el espiritismo. Lo hicieron durante toda la vida. Fue así que alguien descubrió en una muchacha que trabajaba de mucama, dotes de medium.
La muchacha obedeció a su patrona y también se complació en tener un reconocimiento mayor que el ser una sirvienta.
Su agente la introdujo como medium en las sesiones de espiritismo, con bastante éxito y más tarde comenzó a llamarla a su casa y convocar a personas que tenía algún problema. Entonces le pedía a la muchacha que se concentrara y le dijera que veía en la persona.
Quienes iban cada vez salían más impresionados y la muchacha cada vez estaba más segura de que la señora tenía razón y ella realmente veía más allá.
Sus visiones la asombraban, más aún cuando las personas le confirmaban, también azoradas, que les decía cosas que nadie sabía, y más aún todavía cuando profetizaba circunstancias y hechos que con el tiempo se cumplían.
Una tarde la señora convocó a su sobrina Micaela, y la muchacha le dijo que en su interior vivía el espíritu de un artista gigante, alguien que vino a este mundo para sembrar algo que cambiaría todo.
Le dijo que tenía que pintar —Micaela le dijo que muchas veces pintaba— para que el espíritu pudiera hacer su obra.
Con la voz de otra persona, la muchacha le dijo a Micaela: “ahora tenés un sentido en la vida”.
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