Un cuadro no puede causar nada. Otro puede cambiarte la vida.
Esto demuestra que el espíritu crea la materia.
No es necesario que haya otra ni más relación que esta entre arte y política.
Hace unos días el artista Daniel Santoro charló con un grupo muy variado de militantes peronistas en el CEDI.
Despotricamos contra el progresismo que se sumó al gobierno de Kirchner y ocupamos lugares centrales en los gobiernos de Cristina.
Expusimos nuestra bronca por el modo en que se ninguneó olímpicamente a las personas evangelistas, en tanto eso era una muestra de cómo no se gobernó para todo el pueblo.
Los evangelistas de hoy son las cabecitas negras de Eva Perón.
Santoro aprecia el poder más que revolucionario, el poder imparable, desatado, incontrolable de Eva.
Nos recordó que ella despertaba fuerzas que nadie se atrevía ni aún se atreve a convocar. Decía que había que hacer un país en el que ningún chico pobre envidiara al hijo de un oligarca.
Eva hablaba de envidia. Es decir, no hablaba de necesidades básicas, comida, ropa, vivienda, salud, sino que hablaba de deseos.
No se trata de satisfacer necesidades sino de cumplir deseos.
Este punto de vista permite comenzar a entender por qué los pobres apoyan a Milei.
Y desde ese punto de vista quienes quieran gobernar como representantes del pueblo, deben saber desde adentro, mejor que ellos, qué desean los evangelistas. Y qué desean los terraplanistas, los gorilas, los gendarmes y los que hacen delivery.
Y también los tilingos del progresismo.
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