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miércoles, 17 de julio de 2024

Entre extranjeros

 Yo tenía 13 años cuando empezó la dictadura de Videla. Empecé la secundaria, la edad de salir de la familia a la sociedad, cuando empezó la dictadura. A mucha gente le salía el Hitler que tenían atado adentro. La regente de la escuela a la que yo iba nos tenía 20 minutos formados a las siete de la mañana en el patio a la intemperie, con dos o tres grados en invierno, en silencio total. Nuestros cuerpos se helaban, tiritábamos incontrolablemente, los pies como hielos. Ella caminaba entre las filas con una regla gigante de las de pizarrón, y si alguien se movía, le pegaba un reglazo. Alguien, de 15, 13 años. Era feliz, ella y las demás “autoridades” que asistían al espectáculo, porque al fin podían hacer lo que querían: actuar violentamente con perfecta impunidad.

En los años siguientes, mientras vivimos abusados en nuestro cotidiano por todos los que sentían que el abuso estaba legitimado, un placero o un tío, una empleada del Registro Civil, un portero, nos enterábamos de que los militares habían asesinado una familia entera en una casa de la calle Corrientes, de que había cárceles clandestinas, de que las torturas y los asesinatos se habían vuelto parte de lo que hacía el Gobierno.

Todo eso se me hizo carne. Todo eso me hizo. Soy lo que esa dictadura nauseabunda hizo de mí.

Le transmití esto como historia genética a mis hijos. La historia la conocen más o menos, pero sí tienen la alerta, el sentido de la justicia, el sentido del abuso. En cambio, escucho a muchas personas que parecen no tener ese registro profundo de la dictadura, parecen no haberla vivido, el miedo en el hígado, y que por eso aprueban este Gobierno nazi que tenemos ahora.

Ante esas personas siento, desconcertado como en un sueño, que estoy en otro país, poblado de personas que vinieron de afuera, que habla y decide sin saber lo que pasó en esta tierra.

Pero es peor. Esas personas son básicamente las que aprobaban a la regente que se daba el orgasmo de hacer un campo de concentración con adolescentes. Quieren que el presidente baje la imputabilidad a los 13 años porque odian a los negros y a los chicos. Quieren que Milei les meta la motosierra en el culo y la encienda.


“Pobre pájaro atrapado en tus propias palabras”, le dice una bárbara a un civilizado en una obra de Alfonso Reyes. 

Hace unos días escuché a un intelectual diciendo que considera a Milei un revolucionario, porque quiere cambiar la realidad. Pobre intelectual, atrapado en una formulación lógica que no sirve para nada. Milei es el payaso puesto por las fuerzas que sólo quieren llevar las cosas a lo más revulsivo de nuestro pasado.





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