Me dice Pau:
— Estoy absolutamente enamorada de mi marido. Lo admiro, me deslumbra, igual que hace veinte años, cuando lo conocí. Lo más feliz que me ocurrió en la vida es estar con él, y sufro pensando que nuestras vidas se terminarán sólo porque no seguiremos juntos, porque no estaré más con él. Lo miro, no le digo nada, pero me corre algo por dentro —y él lo sabe, y eso lo hace más hombre y le da más seguridad en sí mismo, y a su vez eso me encanta.
Sigue:
— Pero Fran también me vuelve loca. No puedo comparar. Son como dos universos distintos, que no se tocan, no tienen nada que ver uno con el otro. A Fran le doy clases y jamás nos tocamos, y nos tratamos con algo de distancia —quizás porque sabemos lo que nos pasa—, pero nos miramos, y yo lo miro y se me derriten las moléculas, y se me hacen luminosas, como si se me transformara el cuerpo en un cardumen de luciérnagas.
Al fin:
— Quiero tanto a mi marido, necesito tan desesperadamente que sea feliz, que sea el monumento humano que es. Jamás le contaría lo de Fran. Lo mataría. No entendería que lo que me pasa con Fran no disminuye ni un miligramo lo que me pasa con él, ni tampoco le suma, porque son cosas que no tienen nada que ver. A la vez, le estoy ocultando algo, y si un día me llega a preguntar si le oculto algo, voy a tener que mentirle, y no quiero mentirle. Se rompería algo entre nosotros, que también somos como dos ángeles hermanos. No sé qué hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario