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domingo, 14 de julio de 2024

Vidas en contacto

1. Yesica

Jessica, o Yesica, vaya a saber cómo se escribe, pensaba Abel. Era una piba que trabajaba en el programa de servicio social que él coordinaba. No estaba en la línea del frente, atendiendo al público, sino que era asistente en la administración. 

Era tema de comentarios lo bonita que era, y lo vanidosa, que no tenía novio y rechazaba las invitaciones con desaire. En aquella época, Abel jamás cruzó una palabra con ella.

Diez años después, le llegó a Abel un mensaje por una red social, “cómo estás?” Era su carita hermosa, un poco angelical, con un toque despiadado en la mirada.

Sin responderle, Abel comprobó que su nombre se escribía “Yesica”, y se puso a curiosear las publicaciones que ella había hecho. 

Supo que había tenido dos chiquitos, tan bonitos como ella, observó que vivía con sus padres, y tal vez con hermanos u otros parientes también, que estaban en la mayoría de las fotos. Le pareció que vivía en algún lugar del conurbano, tal vez Claypole, Lomas de Zamora o Florencio Varela. Algunas fotos eran en una pileta pelopincho, otras en una habitación iluminada escasamente por una lámpara de 60 Watts, o en un comedor pequeño, llena de cosas de colores. Había muchas paredes sin revocar, muchas personas alegres y en un video la familia festejaba algo y “Yesica” mostraba cómo bailaba cumbia con sus hijitos. 

“Menos mal que no hay una selfie en un baño”, pensó Abel.

En ninguna foto estaba con un hombre. 

“Se separó”, pensó Abel. “O tuvo los chicos de soltera”.

Y ahora estaba ese “cómo estás?” en la cajita de los mensajes personales. 

Pensó en responderle. Y pensó que si lo hacía se metería en el baile. Se verían en un bar, fernets, ir a bailar, luego a la casa de él.  Los días siguientes se escribirían, repetirían las salidas, luego más seguido, en otras partes. Se enamorarían. Se pondrían en pareja y entonces la familia de Yesica, y entonces los chicos, y en un par de meses ya hablando de vivir juntos, y en eso Yesica quedaba embarazada. 

De ahí en más, una vida con Yesica.

Y ¿quién era Yesica? ¿Qué pensaba? ¿Qué anhelos tenía? ¿Qué pensaba del momento del país? ¿Cómo se veía a sí misma? ¿Qué contradicciones tenía? ¿Qué la apasionaba? ¿Qué quería para sus hijos?

 Las fotos y las frases que había subido a la red social no revelaban nada de su pensamiento —¿los tendría?—, ni de sus sentimientos, más allá del amor a su chicos y de su aceptación de la vida en familia.

Abel no veía a Yesica, pero veía la vida de Yesica. Si le respondía, entraría en contacto con esa vida, pondría en contacto su vida con la de ella.

Quizás ella le gustaba mucho, y él a ella, pero sus vidas parecían ser incompatibles.



2. Hans

A Lily, Gao Ling, le agradaba que Hans fuera alto y que siempre sonriera. Sin embargo, su fuerte olor a hombre, sus gigantescos dientes de caballo, sus manos velludas, sus robustos huesos prominentes, su falta de armonía al moverse, le causaban una mezcla de extrañeza y rechazo. Era demasiado diferente. Era otro tipo de humano. 

Lo que fascinaba a Lily de Hans era su osadía de meterse en China dispuesto a soportar todo lo que le sucediera, dispuesto a pagar el precio que fuera necesario. La encendía la voluntad inquebrantable de Hans de instalar una escuela de violín, la inspiración que él había tenido de compartir lo que sabía hacer con los chinos y la determinación con que lo había logrado, sin amedrentarse ante los muchos obstáculos que fueron apareciendo.

Lily supo que era el hombre de su vida, no él, con su pestilencia de bestia que nadie aseaba, su barba pinchuda y sus enormes orejas de Neandertal, sino su vida. En todo caso, aunque bastante brutalmente fabricado, Hans era un producto de su vida, de su deseo de ir siempre más allá, de su intrepidez y su espíritu aventurero. 

Hiciera lo que Hans hiciera de su vida, Lily quería estar en esa vida.



3. Ziyi y su padre

Mi padre, Ng Ping-Yip nació en la provincia de Guangdong, vino de muy joven a Argentina, se casó con una nativa y se hizo un argentino más. Cuando mi hermana Anita y yo nacimos, casi no sobrevivían rasgos chinos en él y naturalmente no nos enseñó el idioma ni nos habló de su pasado en China. 

Desde que éramos adolescentes, mi hermana Anita conoce un aspecto de mí que nadie más percibe tan finamente, como si me espiara desnudo: mi neurastenia por lo perfecto, mi intolerancia ante cualquier cosa que no sea de la mejor calidad. 

Esto me hace tirano ante la realidad. Un tirano que tiene algo de oriental. De esos que si le traen una comida que no tiene el gusto apropiado, hace echar al cocinero. En mi realidad, si alguien estuvo 22 días preparando un informe y cuando me lo entrega le encuentro una sola idea que no está impecablemente formulada, le hago hacer el informe entero de nuevo. No me importa que se angustie, que llore, que tenga que quedarse a deshoras y no pueda estar con sus hijos.

Este es un rasgo que también tiene mi padre, y que también tiene Gastón, el hijo de mi hermana.

Claro que es un rasgo entre otros. Por otra parte, es un trazo que la realidad nos ha domado a los tres —básicamente, no hemos sabido crear las condiciones para estar en posición de ser tiranos.

Sin embargo, es un rasgo que no acaba de disolvérsenos.

En esto que estoy contando no me interesa ser querido, sólo necesito decir la verdad.

Cuando estoy con mi padre, choco de un modo inexorable, rey contra rey, orgullo contra orgullo. Él manda, yo mando. No acepto su autoridad sobre mí porque ya soy un rey, él no acepta la autoridad mía porque es el rey padre.

Esta es una de las razones de mi enojo por no haber sabido construir una relación con Isabel (de nuevo, hoy no me interesa ser querido, sólo necesito decir la verdad, aunque me abochorne). Yo sentía que Isabel era la mujer adecuada para mí porque satisfacía mi aspiración de pertenecer a la clase alta, lo que corresponde a mi exigencia de perfección —si estoy en esta sociedad, quiero estar en el mejor lugar.

Si yo viviera en China, claramente buscaría hacer una pareja con Ziyi porque es hermosa, aprecia lo mejor de mí y de mi vida, su padre el artista Lou Zhijie, entre los que mejor venden en el mundo, me aprecia de la misma manera; es rica, inteligente, sabe lo que quiere y, en fin, es perfecta.

El toque oriental que mencioné de mi tiranía aparece cuando pienso en cómo sería esposo de Ziyi y yerno de Lou Zhijie. Percibo que en China ser tirano no generaría ningún problema. Al contrario, hija y padre esperarían eso de mí, porque sabrían que es mi modo de buscar lo mejor.

Y eso es lo que me une a ellos. 



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