No comprenderemos nunca los hombres la temeridad de una
persona para animarse a que su cuerpo produzca del lado de adentro un humanito.
Los únicos hombres que se animaron, que empataron en audacia
a todas las mujeres que son madres, lo hubieran sido, quieren serlo, fueron
Arnold y Thomas Beatie.
Cuando un hombre, aunque sea un prócer o un anciano, dice
mamá se transforma en ese mariconcito conmovido por una mujer que lo hace
temblar de amor.
No es para menos.
Tenemos razón.
Es perfectamente explicable considerando nuestra
perturbación, asombro, maravilla y admiración por una heroína sin parangón.