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miércoles, 30 de septiembre de 2020

Arte textil

Nadie sabe por dónde anda el alma de mi hija (ella tampoco).

Por ejemplo, un día cuando tenía 9 años, desapareció una hora. La vi pasar con una tijera, la escuché revolver un par de cajones, y al fin apareció con esta obra de arte textil que desde hace 15 años me alegra.




lunes, 28 de septiembre de 2020

El nombre del aire

 Tal vez no existan esos esquimales que tienen 322 nombres para el hielo.

Pero sí existen nuestros esquimales que tienen 322 nombres para el hielo.

Me atrevo a alegrarme, incluso, de que sólo existan como nuestros, porque hemos sido capaces de concebirlos.

Busquemos bien entre los indígenas que tenemos en el museo de nuestra lengua, a ver si están aquellos que tienen 322 nombres para el aire.

El aire sobre las sábanas.

El aire dentro del avión.

El aire de la cocina cuando la cocina está vacía, temblando bajo el tubo de neón.

El aire dentro de la cabellera de alguien.

El aire dentro de una capilla dentro de un hospital.

El aire cuando llueve.

El aire de la zona del incendio de hace dos años.

El aire en un velero cuando el viento hace un ruido ensordecedor.

El aire en una reunión en casa de una amiga, cuando conocés a una persona y te quedás charlando.

A lo mejor charlás de que faltan nombres de aire. 

O a lo mejor te olvidaste del asunto.

 




domingo, 27 de septiembre de 2020

Oración al alimento

Prefiero no llamar “gurú” a Pavhari Baba, porque el título lo carga de distracciones que me impiden, por ejemplo, disfrutar de esta aserción suya:

“No rechazo alimentarme de lo que este hermoso y magnánimo mundo crea. Todo existe para brindarse al Todo, o sea, a los demás. Me ha sido servida esta sopa, que contiene semillas, hojas, raíces, agua, claro; carne de cabra, bulbos… no sé si contiene algo más. Bebámosla juntos y comamos la carne y los vegetales, y mientras lo hacemos, los invito a que recemos esta oración: Queridas semillas, querida agua, queridas raíces, queridos bulbos, queridas hojas, tallos, hermana cabra que has debido morir, tú también, os agradecemos vuestro cuerpo y vuestra alma. Vosotros sois sagrados, todo alimento es sagrado. Os juramos que no las comemos por vicio ni por vanidad, sino sólo para seguir viviendo. Os prometemos que al convertiros en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, os haremos fructificar en obra, trabajo y amor por nuestros seres queridos y por este mundo. Nada de lo que nos habéis entregado lo desperdiciaremos, beberemos hasta la última gota de agua y roeremos los huesos hasta que podamos y el resto se lo daremos a nuestros hermanos perros para que culminen con la tarea, de modo que vuestro sacrificio no haya sido en vano. Y cuando llegue nuestra hora, algo en nosotros estará en paz porque nuestros cuerpos y almas también pasarán a formar parte de otras criaturas en la gran Rueda de la Vida. Todos somos Yama, todos engullimos y damos nacimiento. Gracias.

 



sábado, 26 de septiembre de 2020

Llamar a Mariana

 Mi primo Gabriel siempre fue muy ganador con las chicas. Era, es todavía, muy fachero, tenía mucha seguridad en sí mismo, todo lo resolvía, era divertidísimo y te hacía sentir que cuando estaba con vos, para él no existía nada más en el mundo. Las chicas se enamoraban y se apasionaban con él.

Hoy me llamó, charlamos un rato de cualquier cosa.

Como anoche vi en una serie una chica que era igual a una Mariana que se había enfermado de amor por él, enfermado literalmente, que cuando él la dejó, porque siempre dejaba a las chicas, ella se quedó encerrada en su pieza durante muchos días, tuvieron que llamar al médico porque no comía y no se levantaba de la cama; digo, como anoche vi una chica igual a Mariana, le conté a Gabriel. Le dije que mirara la serie, se entusiasmó, y le comenté:

— Che, qué éxito tenías con las chiquilinas vos, ¿no?

— Sí —me respondió.

Pareció pensar y entonces agregó:

— Pero ¿qué valor tenía eso? Era un ganador. Una pelotudez. Hubiera sido mejor hacer una pareja.

Gabriel se casó dos veces, se separó y ahora que tiene más de 60, está solo.

— Te jode haber fracaso en eso.

— Y sí. Lo que pasa es que yo no quería hacer una pareja.

— Claro. Querías seducir, ganar.

— Ni tampoco. Me divertía, la pasaba bien, pero en el fondo, yo quería que mi vieja estuviera feliz.

— Sí, nuestras viejas… medio machistas. Les gustaba tener varoncitos mujeriegos.

— No sé tu vieja, pero mi vieja le tenía ganas a las minas. Yo creo que hacía ese juego, inconscientemente, ¿no?, el juego de ser feliz cuando sabía que yo me cogía minitas. Yo era feliz regalándole eso y viendo lo feliz que era ella. Los dos éramos felices.

— ¿Nos usaban?

— Sí, pero sin saberlo, ¿eh? Si lo hubieran sabido, no sé si lo hubieran hecho.

— ¿Y vos decís que sólo estuvimos con chicas para seguirle ese juego a nuestras viejas?

— La verdad, no sé qué quería yo. No sé si yo hubiera tenido tanto deseo por mí mismo. No sé qué me hubiera pasado si mi vieja no hubiera sido feliz con mis levantes.

— A lo mejor sí.

— ¡Sí, sí! No digo que no; digo que no sé.

— No éramos libres.

— No. Pero ¿quién es libre?

Me quedé pensando cómo era que Gabriel descubría esas cosas. Le iba a preguntar, pero no le pregunté. En cambio, le repetí:

— Mirá la serie.

— La voy a ver. Y a lo mejor, hasta la llamo a Mariana.

— ¡Qué quilombero! ¿Hablás con ella?

— No, hace años que no sé nada. Pero a lo mejor me dan ganas de llamarla para pedirle disculpas.

— Si la llamás contame.

— Chusma.

— Ja, te mando un abrazo. Al final resultaste un pollerudo y un lesbiano.

— ¡Qué hijo de puta! Chau.

— Chau.



 




 

sábado, 12 de septiembre de 2020

Un antiimperialismo sin contradicciones


Los progres odiamos el imperialismo.
Pero no todos los imperialismos son iguales.
Podemos odiar más a los yanquis que a los europeos, porque los europeos nos gustan.
Nos gusta ser europeos y nos gusta sentirnos parte de ellos.
Claro que si somos anti imperialistas, tenemos una pequeña contradicción.
Nos pone una contradicción el tráfico de esclavos de Inglaterra, el genocidio de pueblos americanos de España y sus descendientes, las matanzas sádicas en África de Bélgica.
 
Ahora bien, todo el antiimperialismo que sentimos pero no podemos liberar por esa contradicción, tenemos total libertad de soltarlo contra los chinos.
Tienen todo lo malo del imperio y nada de lo deseable. 
Oportunidad de oro para ser antiimperialistas nivel Che Guevara.

Esto es muy evidente en el incendio anti chanchos. Claro que tratar de retomar la relación con los chinos justo con chanchos, con todo lo que ellos simbolizan, justo en la pandemia, como se viene relacionando a los chanchos con la pandemia, y justo con un proyecto de capitalismo concentrado, no está fácil remarla.

Mención aparte, lo que me cuenta un amigo que la tiene muy clara. Me hizo un panorama de las fuentes que usan los intelectuales de la campaña y es asombrosamente prolífica la presencia de investigaciones y publicaciones pagadas por gobiernos y organizaciones europeas y norteamericanas antiChina.

Pienso en un proyecto en el que China quiere invertir. Un proyecto de minería, por ejemplo. Será cascoteado porque contamina, deja regalías exiguas y no crea fuentes de trabajo.
Pero ¿y si en vez de cascotearlo proponemos extremar el control ambiental hasta garantizar que nuestros bisnietos tengan un ambiente tres veces más sano que el de hoy y exigimos subir las regalías?
Evo le dijo a las petroleras extranjeras: las queremos en Bolivia, les tenemos cariño, sólo que habrá un aumento en las regalías. Hoy ustedes pagan 18%, desde mañana pagarán 81%. 
"Indio bruto", le dijeron -como a esta fantasía se la puede tildar de utópica funcional, pedir lo imposible para que todo siga como está-, y le dijeron "¿no ves que se irán del país?" 
Bueno, como ustedes saben, no se fueron.
Podríamos cobrar unas regalías tal que permitirían sostener fuentes de trabajo en los rubros que la gente más deseara. Pueblos enteros de Catamarca, La Rioja, Jujuy, San Juan, en los que la gente trabaje como diseñadores de videojuegos, criadores de carpinchos, body painters, raperos, chamanes, escritores de haikus. Trabajando 40 horas a la semana, o 20, o 5 o 1. 
¿Utopía funcional? Quienes hayan ido a Catamarca quizás conocieron el estadio de fútbol construido por una compañía minera que arregló con el gobierno provincial el pago de las regalías más caminos, más el estadio. Un estadio fabuloso, como el de un club de primera, mucho más grande, moderno y hermoso que el de Platense, Atlanta o Argentinos Juniors. Bien: no hay en Catamarca clubes de fútbol para ese estadio y no hay gente para llenarlo. 
El megaestadio se usó UNA vez.

Claro que esta idea surge de hacer un arco que va de China a Bolivia. El mismo comentario "qué idiotez" que le aparece a mi yo interior que ama París, es el que le surge a muchos ante cualquier idea que proponga un rumbo diferente al de ser el país más occidental de Europa.

jueves, 3 de septiembre de 2020

Chino Cochino, el Chancho de Troya

¿Una manchita racista en el repudio a las granjas porcinas?

  


Quien escuchó hablar a Muhammad Ali del racismo contra los negros, no lo olvida. Es antológica la entrevista de la BBC en 1971 en que se refiere a lo blanco: “Siempre le pregunté a mi madre: mamá, ¿por qué todo es blanco? ¿Por qué Jesús es blanco y tiene ojos azules? ¿Por qué en la Última Cena son todos blancos? ¿Los ángeles son blancos? Incluso Tarzán el rey de la selva en África, ¡era blanco! Todos en ese continente son negros, pero el Rey es blanco, ¿cómo es posible?”

 Con menos vivacidad, otros han complementado el concepto denunciando cómo los europeos han machacado con que lo negro es malo: el infierno, las tinieblas, el diablo, lo oscuro, lo oculto.

 Claro que de lo blanco se pasa a los blancos y de lo negro a los negros.

 Bien, se acerca en Argentina la hora de lo chino y los chinos.

 Cada vez que he enunciado esto, alguien salta “bueno, chinito, ¿estás hipersensible?” Algunos me lo dicen, muchos más lo piensan.

Como si mi hipersensibilidad inventara el racismo contra los chinos.

A continuación viene el consejo “no les des pelota”.

Como si al negarlo lo borrara.

Y de todos modos, pifia la intención de consolarme, porque uno se siente peor si además de que existe algo que lo lastima, debe someterse a ello, disimular que no existe, e incluso tal vez disimular también al amigo que lo que quiere, en realidad, es que me calle y me deje de joder.

 

Disculpen los que les molesta que ponga algo feo en evidencia (¿por qué molestará tanto? ¿qué es lo que molesta, el racismo o que yo no lo disimule?), pero voy a hacerlo de nuevo.

Como símbolos, los chanchos parecieran tener dos caras. Por un lado, expresan lo sucio, lo asqueroso, lo indigno… A ver, voy na buscar los sinónimos que me ofrece Word: desastrado, jifero, sucio, desarreglado, astroso, desaliñado, desaseado, roñoso.

Ustedes pueden agregar sentidos.

Es una cualidad física y también moral. “Haciendo chanchadas”.

Luego, hay otra cara del chancho, que es extremadamente tierna. Siempre es un chanchito bebé, Babe.

Es el chancho mascota, en una ilusión mascotizadora de la Naturaleza. Todos los animalitos son buenos y de peluche.

 

Una y otra vez de chico me decían así: “¡CHINO COCHINO!” Si me enojaba, me decían que era un chiste. Me lo decían cariñosamente.

Ahora ha aparecido la posibilidad de que empresas chinas se asocien con argentinas para producir chanchos en Argentina y esto ha despertado una reacción parecida a un incendio.

Muchas de las razones contra la iniciativa son inapelables. No estoy discutiendo eso acá. Sólo quiero llamar la atención sobre la posibilidad de que en las mejores intenciones el diablo meta la cola. Es decir, no voy a dejar de ver que la protesta contra el modelo agroexportador que es expresión máxima de la concentración capitalista, es una excusa para rechazar a los chinos.

En gran parte por el deseo de pertenecer a lo blanco que la causó tanta pregunta al negro Ali.

 


En la campaña contra el proyecto ha habido muchas referencias a China. Muchísimas.

El documento base, “No queremos transformarnos en una factoría de cerdos para China, ni en una fábrica de nuevas pandemias” nombra a China una y otra vez, además de, como se ve, la acusa en el mismo título.

El hecho de que aparezca identificada, señalada, apuntada, acusada China cada vez que se menciona el tema, es revelador.

Si la idea involucrara empresas de Dinamarca, Nueva Zelanda o Alemania, ¿hubiera sido lo mismo?

Permítanme dudarlo.

 


Sería bastante diferente la campaña antiproducción de cerdos si no nombrara a China.

Qué sucedería si los carteles dijeran:

“No queremos transformarnos en una factoría de cerdos para China, ni en una fábrica de nuevas pandemias”.

“No a las fábricas de cerdos para China”.

“Argentina ¿próxima factoría de cerdos para China?”

Quitar “China”, ¿debilitaría los argumentos en contra de la hiperconcentración capitalista en la producción agrícola?

¿Acaso Alemania, Dinamarca, España, Estados Unidos, grandes productores de cerdos practican la cría orgánica o ecológica?

El hashtag que comenzó siendo #noalasgranjasporcinas, devino #noalasgranjaschinas y luego #noalacuerdoconchina

Algunos carteles se sinceraron:

“No al acuerdo binacional chino-argentino de producción de carne porcina”

“Abajo el acuerdo del gobierno con China”

Se sinceraron: el tema es con China.

 



Los opositores al proyecto de las granjas porcinas repiten este argumento contra China: de allí salió la pandemia.

 

Se burlaron de Trump por burro cuando largó eso, pero ahora nos hacemos eco. Encarnamos esa inmundicia moral del peor racismo y la enarbolamos en favor del ambiente, de los derechos de los animales y los pobres.

Después de un camino que el secretario de Estado Mike Pompeo sembró con pétalos del odio propio de la supermacía blanca, la misma de Tarzán, finalmente Trump empezó a hablar del “virus de China”.

Los medios coloniales —aquí hegemónicos— reprodujeron el mensaje en cadena hasta amasar el sentido común.

 

Posteos de una chica en Facebook:

“Alemania le hizo juicio a China por los daños ocasionados a raíz de la pandemia y nosotros vamos a firmar un contrato con los chinos para que nos traigan toda su maldita basura, (eso sin mencionar que le agradecimos por enviarnos barbijos después de que nos enviaron semejante virus) te das cuenta lo que somos y dónde está la diferencia.”

Le pregunto si es antichina y responde: “estás diciendo que somos antichinos a un país donde los chinos tienen piedra libre con su comercio y tienen el lujo de tener una cámara de supermercadistas, no te hagas el ofendido por que nosotros deberíamos ofenderlos el doble, nadie hablo de personas comunes ni se hizo degradación social, pero las cosas por su nombre, nosotros también nos hacemos cargo cuando nos dicen que nuestros gobiernos son una mierda.”

Agrega: “si soy un tanto brava con mi comentario bancate así como yo me tengo que bancar el encierro, el aislamiento, el haber perdido trabajos por una pandemia china”.

¿No lo ven a Trump sonriendo?


Igual que debe sonreír cuando las marchas anticuarentena tienen carteles asegurando el advenimiento del comunismo.

Si hay algo fácil y eficaz es ligar a los comunistas con los chanchos, a los chanchos con los chinos y a los chinos con los comunistas.

 

“La soja que producimos se va toda a alimentar a los cerdos chinos”, decía una militante ecologista en un programa de radio, y yo en mi suspicacia de hipersensible, me pregunto si ese cerdos era un sustantivo o un adjetivo.

Porque a los chinos nos identifican con la mugre. La mugre de la cocina del restaurante y la mugre de que “te venden herramientas que se rompen a los cinco minutos”.

El sentido común argentino identifica chinos y chanchos. Son parte de lo mismo, la mugre.

Y también son lo mismo en la bestialidad y, más finamente, en la bestialidad de devorar cualquier cosa. La pandemia de COVID19 quedará en la historia como causada por la incorregible voracidad china que los lleva a comerse murciélagos.

Pero además, se comen a los chanchitos bebés.

Así, el chancho completo, inmundo por un lado y angelical por otro, expresa lo negativo de lo chino.

¿Queremos ser eso?

¿Vamos a permitir que la negra porquería china se instale en la blancura de nuestro país, el país más occidental de Europa?

 

Esta bienintencionada campaña henchida de fundamentos indiscutibles dejará instalada, iluminada por la sonrisa de Donald Trump, la noción de que cualquier cosa que tenga un filamento de prochino sea porcino.

Y por ser porcino, chancho, asqueroso, bestial, cualquier posición a favor de China será sospechosa.

Yo, que soy mitad chino, que honro a mi padre y a mis ancestros chinos, que me dedico a las relaciones con China y que estoy rotundamente a favor del modo equitativo en que China distribuye su riqueza, de modo que están acabando con la pobreza —en contraste con un mundo blanco que cada vez crea más masas de pobres—, yo soy sospechado.

 

Nada me sorprendería aparecer con mis amigos prochinos, escrachado por algún medio u organización antichina, como promotor de una estrategia de los comunistas chinos para convertir a Argentina en una suerte de África dentro de América, una avanzada del imperialismo chino.

 

 

Ángeles

La maestra tuvo que poner mucho empeño para que el discípulo aprendiera a abrir un instante de perfecta contemplación ante las demás personas.

Primero lo entrenó para que descubriera en cada persona un enigma, un misterio que nunca podía ser develado.

Luego, le enseñó a transformarse en la persona con la que trataba.

Finalmente, lo instruyó para que encontrara dentro de cada persona con la que hacía contacto, el cotidiano eterno.

Su abuela vivía eternamente en una mañana de sol. En su mente, el discípulo abría la ventana, se maravillaba ante un nuevo día y veía a su abuela colgando la ropa. Su abuela lo miraba cada vez con la misma sonrisa de un amor limpio.

A su amigo Juan siempre lo encontraba en su gomería, tomando mate y charlando con el Gallego González y el viejo Gareca.

Si caminaba hasta la esquina veía venir al barrendero, cuyo nombre no sabía, con su mameluco anaranjado, que respondería a su saludo.

En cualquier momento que la necesitara, podría llamar por teléfono a Verónica y ella lo atendería. Estaría en su taller de veladores. Mientras trabajaba, podía hablar con él sin otro límite que cansarse de hablar.

Así, descubrió que cada persona era también un ángel. Y no es que eso lo hiciera sentirse menos solo —porque entonces supo que él era la única criatura mundana—, pero ganó una dimensión parecida al Cielo.