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domingo, 15 de mayo de 2022

Milei, el ultraliberalismo y lo que nos puede tapar

 Una encuesta del mes pasado de Satisfacción Política y Opinión Pública de la Universidad de San Andrés (UdeSA) muestra a Milei como el político con mayor imagen positiva.

Ciudad de Buenos Aires 56,1%

Mendoza 54,2%

Córdoba 51,4%

Entre Ríos 50,2%

Provincia de Buenos Aires 46,2%

Provincia de Santa Fe 48,7%

La Rioja + 50%

Salta + 50%

Tucumán + 50%

Jujuy + 50%

 

Se interpreta que este éxito se debe a lo que aporta Milei.

 

No me importa mucho Milei, me parece un actor que hace de tipo tomado por el exabrupto, como Casero.

 

En todo caso, el fenómeno Milei desnuda la mediocridad del análisis político.

Es una mediocridad surgida de la misma fuente de Milei, el fanatismo que sólo tiene convicciones y bloquea por completo la crítica y el pensamiento.

En esto, Milei no está solo.

Los medios que defienden los intereses de los sectores hegemónicos se conducen de modo fanático y también lo hacen los medios de sectores que quieren representar a toda la sociedad.

 

Como fenómeno nuevo, Milei es un bleuf. Empezando por llamarse “libertario”.
Libertarios eran los anarquistas que sabían que el bienestar de todos se alcanzaba cuando la sociedad de liberaba de las estructuras de poder, para lo cual era necesario desmantelarlas y acabar con la propiedad privada.

La propuesta que lleva a Milei al éxito es exactamente la contraria.

Pareciera que el instinto de nuestra sociedad nos está mandando meternos más y más en el neoliberalismo.

 

Cuando se piensa en la libertad como “tu libertad termina cuando empieza la mía”, se está instituyendo una forma de sociedad.

Se acepta y se establece una sociedad compuesta de individuos. Cada individuo es una burbuja.

Una burbuja de libertad, de intereses, de derechos.

Por eso, la única resolución de conflictos en la que se piensa es en la cesión.

 

¿Qué tiene de nuevo esto?

Nada.

Es el modelo que parió el capitalismo y que el capitalismo fue materializando y sofisticando con el liberalismo y el neoliberalismo.

 

Igual que los norteamericanos y que las clases medias altas de América Latina, los argentinos queremos (a nuestro estilo peronista, que queremos para el pueblo lo que tienen los ricos) ultraliberalismo.

 

Algunos comprenden que no nos conviene. Es el peor esquema para que todos estemos bien, porque es un esquema diseñado para que sólo una cantidad mínima esté bien.

 

La mediocridad intelectual tallada por el fanatismo nos está impidiendo comprender que una sociedad hecha de burbujas es sólo un modelo de sociedad entre una cantidad casi infinita de otros modelos.

Así se ve en la historia de la Humanidad.

 

Y no es necesario ir a estudiar el modelo de las islas de la Polinesia del siglo IX a.C., porque hay otros modelos ahora.

 

Tampoco hay que ir a buscar otros modelos a un pueblo perdido de Tayikistán, porque son modelos masivos.

 

Por mi oficio, me toca tratar con China. China tiene otro modelo.

 

No es que no comprenda el neoliberalismo —de hecho, se ha aprovechado del neoliberalismo para llegar a ser el gigante que es en este momento.

 

Pero su sociedad no es neoliberal. Es imposible comprender bien a la sociedad china hablando de los derechos de los individuos, de la libertad personal, de su propiedad privada, porque la sociedad no está basada en la premisa del individuo. El socialismo le cabe a China más que a otros países porque en el socialismo encuentra una forma más adecuada para desarrollar el modo en que se ha constituido.

 

Desde nuestra perspectiva, decimos que la estructura social china está basada en que la comunidad se impone al individuo. Pero es un modo de ver que tampoco ve claramente las cosas, porque seguimos abordando su realidad social con nuestras concepciones de “comunidad” e “individuo”. Nos falta comprender en qué medida comunidad e individuo no son términos opuestos, o más aún, en qué medida no son términos diferenciados o directamente, no tienen entidad.

 

Menciono China porque, como dije, es el foco de mi trabajo.

 

De ninguna manera creo que la sociedad china sea una excepción en este sentido.

 

Nada más mirar las sociedades andinas actuales posiblemente sería, para nosotros, desde acá, más enriquecedor que mirar a China. (Evo Morales tenía como ministro de Relaciones Exteriores a Fernando Huanacuni, un abogado investigador de derecho comparado entre las naciones andinas).

 

Por otra parte, no creo que podamos suplantar nuestro modelo social por el chino, ni por uno andino, ni nada por el estilo.

 

Pero las sociedades cambian, van en una dirección o en otra. Si comprendiéramos lo que está pasando quizás tendríamos una chance de hacer algo frente al movimiento de todo Occidente desbarrancándose hacia un ultraliberalismo fanático.

 

Perón comprendió esto cuando propuso que “el hombre es un ser ordenado para la convivencia social; el bien supremo no se realiza, por consiguiente, en la vida individual humana, sino en el organismo super-individual del Estado; la ética culmina en la política.”

 

Retrocedimos siglos respecto de ese pensamiento. Ahora podría ayudarnos si queremos superar este momento en que parece que es inevitable que termine tapándonos la bosta.

 

 


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