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viernes, 31 de diciembre de 2010

Crónica del Primer Taller de Cuentos en el Sanmar


Mi papá me llevaba a la escuela todos los días. Me llevaba caminando de la mano por las calles de San Nicolás, yo abombado de sueño, él cansado en paz de haber trabajado en la fábrica toda la noche. Años después fuimos a vivir a Estados Unidos, y allí terminó mi niñez. Mi padre siempre se llevó naturalmente bien con los chicos más chicos, pero cuando crecían y entraban en la rebeldía y confusión de la adolescencia, se sentía decepcionado y traicionado. Desde que mi madre me trajo adolescente insoportable de regreso a la Argentina él se desentendió de mi educación, por lo que atravesé toda mi secundaria sin padre. Mi padre se había quedado en Nueva York cumpliendo su sueño americano, y yo estaba en la secundaria de la dictadura militar. Algunos de mis compañeros de entonces recuerdan aquella época en la escuela como gloriosa. Yo no puedo comprender esa nostalgia, porque lo único que me quedó fue el modo en que aquel gobierno infame habilitó, liderando, el componente más violento, autoritario y sádico de los directivos, profesores, celadores y cualquiera que tuviera un mínimo de poder. Se hartaban con el gozo de someter a los alumnos a vejaciones propias de los cuarteles militares y los campos de concentración: hacerlos formar filas bajo el sol en el patio, obligándolos a estar quietos y en silencio durante la cantidad de tiempo que se les antojara, o recorrer las filas midiendo el largo del cabello para mandar a su casa a quienes superaban un límite, no dejar por un instante de acusarlos y considerarlos execrables, o simplemente pegarles mientras estaba en fila en la parte posterior de las rodillas con una regla de las que se usaban para el pizarrón.
He intentado con todas mis fuerzas que mis hijos me tuvieran todo lo que me faltó mi padre, pero ellos han respondido con una rebeldía seca y amarga, que me hace sospechar que no estarán a la hora de mi muerte. Un día me enteré de que mi hija menor había ocultado la cantidad de materias en que había fracasado y me agobió la desazón. Me pregunté qué sentido tenía que yo construyera mi vida enfocada en que ellos se fortalecieran y ganaran herramientas que les permitirían desplegar todo lo que tienen dentro. Me sentí abatido, tenía ganas de renunciar a todo.
La tarde de aquel día, en que Buenos Aires se cocinaba en un aire pesado que superaba los 38 grados, comencé el taller de cuentos en el Sanmar, el Instituto de Régimen Cerrado “Gral. San Martín”, donde unos 60 chicos de entre 13 y 16 años están obligados a permanecer sin poder salir porque un juez dictaminó que habían cometido algún delito.

En la biblioteca del Sanmar esperamos a los chicos Loreley, Anahí y yo. Los trajeron dos asistentes y dos guardias de seguridad. Éramos siete adultos para ocho chicos.
Les pregunto los nombres, los pronuncian a regañadientes. Les pido que hablen muy fuerte porque soy sordo. Se ríen, pronuncian más bajo, les digo ¿qué?, ¿qué?, hasta que dicen el nombre claramente. Plantearán la lucha cuerpo a cuerpo conmigo. Cuatro se negarán a escribir, todos a leer, tres se pondrán a dibujar, dos se desparramarán sobre la mesa para dormir, uno se irá a hablar con los guardias, otro no entenderá nada de lo que digo, uno me amenazará. Les anuncio que van a escribir, luego van a leer lo que escribieron y a escuchar lo que otros escribieron. Cada quien a su manera dice: no, no, no.
“Tengo sueño, No escuché lo que dijo porque me fui.”
“Esto es una gilada.”
“No hago lo que usted me dice, hago lo que quiero.”
“No sé escribir.”

Alguien en mi interior desespera. ¿Cómo se hace cuando muchos no quieren, siendo el taller de cuentos una actividad complicada, ardua y difícil aún cuando todos los que participan quieren mucho?
Intento calmarme: resistiendo, están participando. El no es el mejor material de trabajo. Están tomando una posición frente a lo que les propongo. El desafío del taller será labrar la fuerza de la resistencia, convertirla en algo a favor de los pibes y del equipo.

En el resistir de estos chicos hay un reclamo. Anahí y Loreley ofrecen tomarles dictado a dos porque dicen que no saben escribir —Gaby, una de las asistentes, cuando la miro para interrogarle, me hace un gesto rotundo para darme a entender que mienten. Los chicos resisten para llamar la atención, o más bien, para llevar mi atención al campo de ellos. Si se lo concedo, habrán quebrantado mi autoridad en la presentación. Pero una autoridad operativa es indispensable para que funcione el taller. Si no tengo autoridad no escribirán, no leerán, no escucharán a los otros. Estaré allí para darles lo que ellos quieren y no lo que les llevo. La forma de que aprecien lo que les llevo es hacerles comprender que es más importante que cualquier cosa que obtengan, porque cedo a la pena de su condición, o porque soy débil, o cualquier otra razón.

He de encarnar autoridad, la ley en última instancia inapelable, porque es la manera de abrir campo a lo que el taller les provoque y lo que ellos hagan con esa provocación. Con lo que les provoque poner en juego imaginación, deseos, subjetividad, miedos, y dejarlo asentado, darlo, exponerse y el juego interno que se arme en la manada.

Este punto es particularmente relevante. Uno de los chicos llegó muy lejos en el trabajo de escribir, pero cuando lo felicité se malgestó. Luego de sorprenderme, entendí que no quería quedar como uno que obedece, alguien que está del lado de la autoridad, un buchón.

Y es natural y comprensible que estos chicos resistan toda autoridad, todo lo que les venga de arriba, de alguien que tiene más fuerza que ellos.
Por un lado, son adolescentes: están en la edad en que deben diferenciarse de los adultos, separarse de ellos. Por otro, están en el Sanmar porque son víctimas de la fuerza de los adultos contra ellos: de los padres, de los parientes y la gente del barrio, de la policía, de la gente de la ciudad, de los jueces, de la sociedad.
¿Cómo habrían de recibir con alegría, con satisfacción burguesa por la cultura, algo que les imponen los adultos, mundo de gente que siempre los venció, doblegó, sometió, abusó de ellos por la fuerza?

Vengo hablando con la directora del Sanmar. Tenemos mucho que aprender de ella en este tema. Mientras la escuché, un día me vino a la cabeza una idea de un lugar remotamente diverso, uno de los libros de Carlos Castaneda. El viejo brujo le explicaba a Castaneda que la razón es muy importante, pero tiende a hacerse tirana y a convencernos de que no hay nada por sobre ella. Se demuestra una verdad por la razón. La razón pasa así de ser Guardián de nuestra mente a ser su Guardia. De protegerla, contenerla y darle un cauce, pasa a regirla, encarcelarla en sus leyes y someterla. Pensé, mientras escuchaba a la directora, que entre el viejo reformatorio punitivo y este, la diferencia es el proceso inverso: va pasando de ser un lugar de condena, humillación y represión, a un ámbito de reconquista de aquello que cada chico tiene de bueno para impulsarlo desde allí. Es un desafío enorme hacer que el Guardia deje de constituir a los chicos como personas peligrosas, réprobos y en cambio entienda que los chicos tienen algo que debe ser cultivado y promovido.

Los chicos se presentan al taller haciéndose espacio. Todos, como manada, y cada uno. Lo hacen a los codazos, a las trompadas, a los escupitajos. Es como saben hacer. Como se hace en una empresa o en la cárcel. Al Mudo, un viejo amigo, lo metieron en la cárcel. Siguiendo la indicación de su madre, que trabajaba en la policía provincial, al instante que entré preguntó quién era el más guapo. Se lo señalaron, caminó hacia él erguido como un pequeño gallito, lo miró hacia arriba y le metió un dedo hasta el fondo del ojo.

Hacerse un lugar es una estrategia básicamente defensiva. Demasiadas acciones de los adultos son ataques, agresiones, abusos: cómo no serían defensivos. Deben serlo, por las dudas, preventivamente cada vez que un adulto les habla, les ofrece algo, los mira.

En un asado, otro amigo, el Gordo, que tenía a cargo un área social del Gobierno, preguntaba para qué, pero para qué, le enseñaban Geografía a los chicos (tenía tres, de entre 5 y 9 años). No había forma de que quisiera escuchar que la educación no era el mero conocimiento, del nombre de un río o de la capital de Ucrania, sino que era mucho más, como saber que se puede saber, o adquirir una cantidad de recorridos de pensamiento.
El Gordo resistía la Educación en bloque, porque era algo que le habían impuesto, doblegándole la voluntad, a los sopapos, para sojuzgarlo y para decirle que era un burro. No le faltaba razón, pero le faltaba entender que el asunto podía no terminar ahí.
En el Taller de Cuentos del Sanmar tenemos que tener la habilidad de imponer la actividad con autoridad indiscutible, aún dándoles la razón de que lo que viene de arriba es veneno. La única forma de que esto salga bien es que todos entendamos que no es veneno.

Escribir tiene un alto valor para el burgués, de quien los chicos del Sanmar instintiva y automáticamente saben que sólo pueden esperar discriminación, castigo, temor histérico y violento. Burgués es el juez que los pone presos, burguesa es la señora que quisiera verlos eliminados. Apenas se rasca un poco en la superficie de los burgueses, aparece una pasión inquisidora por encerrar a los chicos que están en el Sanmar, culparlos, condenarlos.

La oportunidad que tiene el Taller de Cuentos para zafar de esta trampa es convencer a los chicos de que el burgués no debe ser el único dueño de la palabra escrita. Ellos pueden ser Washington Cucurto, Camilo Blajaquis, Enrique Medina. El Taller de Cuentos debe desarmar la mentira rencorosa de que Prometeo fue atado a una piedra y de que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso.

El Taller es para que los chicos aprendan a robar el Fuego. Para que prendan fuego la maldita, ilegal, hija de la delincuencia primera, propiedad privada del Árbol de la Sabiduría. La Manzana no es de ningún Dios: es de todos.

Prometeo, de Ian Soriano.


martes, 28 de diciembre de 2010

Impostor

Los casos de Hernán Firpo y Camilo Sánchez son particularmente curiosos: por algún motivo son personas a quienes el Gran Diario Argentino les permite escribir.

Hernán escribió sobre mí en  http://www.clarin.com/ciudades
/buenos_aires/Apellido-raro-relatos-desesperados_0_398360339.html

Claramente no estoy a la altura del texto.


martes, 21 de diciembre de 2010

Vamos juntos


Inmensas espaldas, pequeñas piernas. Figuras ridículas o conmovedoras. Tan bajos. Bailan con sus hermanos; agregan aparatosas charreteras a sus hombros que podrían cargar troncos de árboles enteros o rocas. Se mueven toscamente al compás más simple de la música, bumbudúm-bum-bum-bum. Mueven pocos los pies, sólo para desplazarse: el ritmo lo bailan con grandes movimientos de los hombros. Los gestos graves. Ni una sonrisa. Todo fuerza, concentración, resistente control. Hay que llegar muy lejos, hay que haber andado mucho para calzarse tan bien y tanto la marca propia como una máscara.
Somos los hombres. Sostenemos las montañas sobre nosotros. Somos brutos. Somos fuertes. Somos feos. Vamos juntos.


domingo, 19 de diciembre de 2010

La plaza liberada


Desde que el gobierno de Macri trabajara 16 meses en la Plaza Houssay para dejarla exactamente igual a como estaba, hace dos años, fue tomada por una serie de tribus. Es extraño que esas tribus no estuvieran antes. Fue como si hubieran surgido a partir de la plaza reabierta para hacer de ella, poco a poco, un territorio liberado. No está mal. No creo que Macri se haya enterado de la liberación del territorio, pero sí la teleaudiencia de Canal 9, C5N, TN y Canal 26, que fueron haciendo notas sobre la criminalidad en Plaza Houssay. Los funcionarios del Jefe de Gobierno Macri émulos de Rodríguez Larreta, los larratitas, como socarronamente les llaman los viejos trabajadores municipales que han visto el desfile de la fauna política a lo largo de décadas, para mostrarse a la altura de las circunstancias, instalaron cámaras preventivas del delito.
A la tarde están los estudiantes de medicina, gente pacífica, algo temerosa —en los últimos meses, sin embargo, me ha asombrado ver que se reunían en un grupo nutrido para jugar a un juego con visos orgiásticos, algo inocentes, pero claramente orgiásticos. Debe ser el espíritu de la plaza, que todo lo lleva para el lado de los tomates.


Van también, en tanda, pasadores del propio perro. Las tandas concurren más a o menos a la misma hora y se cuentan (pero no se escuchan) todo lo relacionado con su perro.
Otros estudiantes van a comprar a los puestos de libros de la plaza las ilegales fotocopias de los libros que les obligan a comprar en la universidad pública y no cuestan menos de 700 pesos.
Distribuidos por diferentes lugares hay padres o madres y sus hijos, todos limítrofes, claro blanco del odio, los chicos, de los dueños de mascotas, todos los demás, del odio general.
Rezago de la implosión social del 2001, hay vendedores de antigüedades (aros, libros, candelabros, juguetes, pulseras y una galaxia de objetos irreconocibles, sólo reconocibles como antigüedades). Como en otras plazas, exponen sus mercaderías sobre una tela extendida en el piso de cemento.
Sobre la calle Uriburu están desde el atardecer las familias de cartoneros, que se instalaron cuando sacaron el Tren Blanco en el que llevaban todos los días lo que recolectaban hasta las villas miserias del Conurbano, José León Suárez, José C. Paz y otras.

 

Comencé a vivir frente a esta plaza poco antes de la guerra de Malvinas. Recuerdo que a la noche no encendían las luces. No bombardeen Buenos Aires. Terminada la guerra, en retirada los militares del gobierno, la primavera democrática habitó la plaza Houssay. Fumábamos, pasábamos la noche allí, tocábamos la guitarra, cantábamos canciones de Lito Nebbia, Fito Páez y Silvio Rodríguez. Aquello fue un anticipo del actual estado abierto.


Hoy las estrellas de la plaza son los skaters. Cientos. Chicos y chicas. Los hay de más de 30 años y los hay de 11. Pacíficos: no atropellan a nadie, no molestan a nadie que pasa, ensucian pero no demasiado. Sí exigentes: quieren una pista de skate. Una vez cortaron el tráfico abigarrado como un río de pesado barro de la avenida Córdoba a las cinco de la tarde para demandar que se la construyeran. Bastante uniformados de atorrantitos con zapatillas bajas sin medias, holgada bermuda larga, remera tres talles más grande y gorra de visera larga y mandada para atrás, llevaban pancartas que decían SKATEPARK NOW!, FREE SKATE, S.K.A.T.E., PATEADA POR UNA PISTA PÚBLICA, WE ARE BEST TRICK. Los automovilistas que pagan sus impuestos estaban jaqueados entre la furia asesina y el desconcierto total. Aquella manifestación fue muy arriesgada, importó el peligro de que los desalojaran de Plaza Houssay. No se repitió; en cambio, los skaters fueron adaptando las instalaciones de la plaza a sus necesidades. Dieron vuelta los bancos de cemento y han ido instalando todo tipo de plataformas para sus piruetas asombrosas.


Para darle un poco la razón a la televisión, hay una esquina bastante peluda, donde se han aquerenciado las víctimas de todas las miserias, incluida la de ellos mismos: borrachos, adictos a cualquier cosa, camorreros con cualquiera que pasa, con todos los que ven, en franca guerra con los libreros, quienes exigen su exterminio.


Una tribu muy particular pasa raudamente por la plaza hasta meterse en su lugar propio, el lugar más dedicado y exclusivo: la pequeña iglesia de San Lucas, enclavada en medio de la plaza (desde 1881 había ocupado la manzana el antiguo Hospital de Clínicas, cuyo estilo berlinés determinó un diseño de pabellones rodeados de jardines. Trabajaron allí luminarias de la medicina argentina, Ignacio Pirovano, Luis Güemes, Abel Ayerza, Luis Agote, Alejandro Posadas, José Ingenieros, Enrique Finochietto. Empezaron a demolerlo en el 75 y la dictadura hizo una plaza de puro cemento, entendiendo que eso era la modernidad, y conservó la pequeña capilla). La tribu está hecha de personas muy limpias y correctamente vestidas. Son los católicos de la Pastoral Universitaria y los vecinos que concurren a misa. No sólo desaparecen rápidamente dentro del edificio de la iglesia, sino que los larratitas, por las dudas de que las hordas tengan la ocurrencia de invadir el espacio sagrado, lo rodearon de rejas.


En un sector de gradas descubrí un día que jugaban al vóley. Espacio liberado al deporte; la gente finalmente usurpa el espacio público para hacer lo que las autoridades deberían hacer y no hacen. Un domingo vi de lejos que la gradería estaba muy poblada de familias que observaban un partido casi profesional. Estaba todo muy bien organizado: habían agujereado el piso para clavar los postes, la red estaba perfecta, había vendedores de refrescos y de comida, había referí con pito. Los equipos eran mixtos, aunque de un modo algo extraño, porque las mujeres parecían mandar y eran tremendamente fuertes y grandes, la mayoría más alta que los hombres. Además, noté que uno, dos, quizás tres de los muchachos, eran homosexuales. Mientras los iba contando comenzó a crecer una sospecha en mí, que vi confirmada al instante: las mujeres eran travestis. Todas. Remataban dando unos saltos enormes y pegándole a la pelota unos manotazos que explotaban sonoramente y mandaban la pelota como una bala de cañón. Eran todos unos jugadores o jugadoras fenomenales. Las mujeres-mujeres estaban en las gradas, con sus chicos y sus hombres. Me impresionan mucho los travestis; cuando veo uno me quedo como hipnotizado y no puedo dejar de mirarlo. Aquello era como una feria de travestis en gran despliegue. Sentí un júbilo que se expandía en el fondo de mí, lo que siento cada vez que soy testigo de un acto de liberación. Me senté con el público y entonces me sobrevino la respuesta a una segunda sospecha que me daba vueltas. Todos sin excepción, todos y todas, tod@s, eran peruanos. El asunto requería cada vez más explicaciones. ¿Quiénes eran aquellas personas? ¿Dónde vivían? ¿Eran una comunidad? ¿Qué relación había entre las familias y los travestis, que aparentemente carecía del todo de conflictos? Cuando intenté sacar fotos del partido y comencé a hacer preguntas para responderme esas preguntas, se me presentaron dos muchachos, mirándome fijo la cámara y preguntándome quién era yo. Les dije que era uno cualquiera, que anda por donde quiere y se pone a sacar fotos a lo que se le antoje, casi diciéndoles it's a free country, pago mis impuestos, pero no me escucharon y se me pusieron muy cerca, y seguían con la pregunta de quién era yo. No había forma. Las tribus urbanas tienen eso, también, que deben saber defenderse.

 

martes, 14 de diciembre de 2010

Pareja de indios

Fragmentos de Un bárbaro en Asia, de Henri Michaux:

Al cohabitar con su mujer el hindú piensa en Dios, del cual ella es expresión y partícula.
Qué hermoso tener una mujer que lo entienda así, que despliegue la inmensidad sobre el pequeño pero tan turbador y decisivo sacudón del amor y sobre ese brusco y gran abandono.
Y esa comunión en lo inmenso en un momento tal de placer compartido, debe ser, en verdad, una experiencia que permite mirar la gente cara a cara, con un magnetismo que no puede retroceder, santo y lustral a la vez, insolente y sin miedo (…)



Su mujer lo adora. No come con él. El, por su lado, adora a su hijo, y no tienen ese aire de macho y hembra que se ve en Europa en la mejor sociedad y que es el honor de nuestro tiempo. Llama a su hijo papá. Y a veces, deliciosa sumisión, mamá.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Mi hijo X fiAdo


Tenemos este grupo X fiAdos que se dedica a crear un arco voltaico entre dos tipos de grupos. Por un lado, personas alojadas en hogares, paradores nocturnos, institutos, por la fuerza de la ley o por la fuerza de la injusticia social: personas con trastornos psiquiátricos o físicos, chicos, viejos, personas que no tienen dónde vivir.
El otro tipo de grupo son bandas de música.
A los primeros la música, especialmente la música en vivo, el recital, les hace bien, porque el arte anima, sacude, pone nuevos sentidos que sirven para cambiar la perspectiva de la vida que uno tiene. A los músicos les aporta realización, justificación a su música y su vocación, que aquello que les gusta hacer en la vida tenga esos efectos en otras personas.
Lo que hace X fiAdos es juntar los dos términos, organizando recitales en los lugares donde la gente está alojada.
X fiAdos surgió de un grupo de amigos. Los que se sumaron se fueron haciendo amigos también. Queremos conservar eso. Creemos que la mejor manera de hacer lo que estamos haciendo es consagrando valores como el compromiso social y la amistad.

Invité a X fiAdos a mi hijo Fernando, que tiene 20 años. No es propiamente mi hijo, pero en parte lo es. Me interesa aclarar esto; no es un tema personal, sino de X fiAdos y de las personas a las que X fiAdos toca.
Tengo cuatro hijos, de los cuales Fernando y Santiago son hijos del matrimonio anterior de la mujer con quien me casé. Otra hija, Matilda, es una suerte de caso opuesto porque sí es mi hija biológica pero no la crío. Sólo Irina lleva mis genes y mi crianza, pero cuando me preguntan cuántos hijos tengo no digo una, ni tres, sino cuatro. No es estrictamente verdad, pero tampoco es verdad que Santiago, Fernando y Matilda no son mis hijos. He acabado resolviendo este embrollo entendiendo que la paternidad no es un sustantivo sino un verbo. Se es menos padre de una vez para siempre que cada vez que se actúa como padre. Es en este sentido que me interesa ser padre de Fernando al hacerlo participar en X fiAdos.

Fuimos juntos al Sanmar, lugar adonde se alojan por orden de un juez a chicos de entre 13 y 16 años que cometieron delitos. No es una cárcel, pero no pueden salir, ni siquiera circular con libertad por todo el edificio. Los diferentes sectores están separados por rejas, las aulas tienen puertas con rejas, las habitaciones están cerradas con rejas. Naturalmente, los chicos están pagando culpas de otros, de quienes son responsables del aberrante delito general de la injusticia social. Ni uno de esos chicos estaría allí si hubiera nacido a otro sector social que el de los pobres. Claramente no son victimarios, sino víctimas. Muchos están cargados de ruina —la violencia en sus casas y barrios, y de muchos en las calles de la ciudad, la droga, la malnutrición— y sin embargo la fuerza de la simiente de la generación y la regeneración palpita casi violentamente en ellos como en el árbol joven en el arranque del verano. La vitalidad que los hace vivir está dispuesta a todo para sobrevivir e imponerse, y entonces uno siente que hacer algo con ellos dará fruto. En otros, el arte es más paliativo, o reflexivo, e incluso revolucionario, pero en los chicos del Sanmar uno siente que puede ser cauce de la fuerza constitutiva que pese a todo corre por ellos como un tropel de caballos.
He llevado a Fernando ante esos chicos y Fernando se ha visto ante el poder de hacer algo para cambiar la realidad. Llevamos en Argentina décadas de doblegamiento de eunucos: no se puede, los poderosos son inabordables, hay que ceder, es mejor adaptarse, Felices Pascuas. Pues quizás algo esté inclinándose hacia el otro lado. Los chicos lo han medido a Fernando, que tiene casi su edad; lo han mirado descarada, desafiantemente, le han preguntado qué hace, y él ha podido comparar su vida con la de esos chicos, y luego ha podido entender que ellos están en problemas y que él puede hacer algo al respecto. Y en la autocelebración de X fiAdos, Fernando entendió también lo mucho que lo fortalece y mejora a él dar una mano.
Fernando también se podrá comparar con sus amigos y otros muchachos de su edad y contrastar claramente ahora las opciones de decidir hacer para cambiar la realidad con una barra de románticos trasnochados y a favor de unos que están en problemas, o la de aceptar pasivamente vivir la vida que le ponen adelante en la tele, ser hijo de las circunstancias.
Ese contraste es lo que puedo legarle a Fernando, y en eso soy su papá.


sábado, 11 de diciembre de 2010

La historia única

 — El hombre que paga a una prostituta viola a la mujer, no con la fuerza física, sino con la fuerza del dinero, abyecto precipitado de la injusticia con que se distribuyen los bienes en una sociedad.

 — Es cierto. Pero cuidado con la historia única, que encierra no sólo el peligro de la simplificación, sino el de dejar fuera todo lo que no entra en su fórmula.



martes, 7 de diciembre de 2010

Miseriocordioso Caravaggio


Hay un cuadro gigante de Caravaggio, que es el telón de fondo de todo el altar de la iglesia de Monte Pío de la Misericordia de Nápoles, con un tema encargado por algún arzobispo que lo mantenía: las siete misericordias. Una de las misericordias es visitar a los presos, otra, alimentar al hambriento. El animal de Caravaggio, animal sanguinario, que estaba en Nápoles porque como territorio español era refugio de todos los malandrines de la península y Caravaggio acababa de matar a un tipo porque se peleó jugando al tenis, ese animal va y sintetiza dos misericordias pintando una mujer que visita a su padre en la cárcel y lo alimenta dándole la teta. ¡La misericordia tétrica!


miércoles, 1 de diciembre de 2010

Sin impulso


Al hindú no le encanta la gracia de los animales. Más bien los mira de reojo.
No le gustan los perros. Los perros no son reservados. (…)
El hindú aprecia la sabiduría, la meditación. Siente afinidad con la vaca y el elefante, que existen para adentro, que viven de algún modo retirados. Al hindú le gustan los animales que no dan las «gracias» y que no hacen demasiadas cabriolas.
(…)
El camello, para los orientales, es muy superior al caballo; un caballo al trote o al galope, tiene siempre el aire de hacer sport. No corre, se agita. El camello, al contrario, adelanta con un paso armonioso.
A propósito de vacas y de elefantes, tengo algo que decir. No me gustan los escribanos. Vacas y elefantes: animales sin impulso, escribanos.

Fragmento de Un bárbaro en Asia, de Henri Michaux



domingo, 28 de noviembre de 2010

Demoliendo

Verán en este video el concierto de Demoliendo Tangos que organizó X fiAdos en el Hogar de ancianos San Martín.


Federico Mizrahi dirá de su concierto "esto a mí me mata, no me pasó en mi vida".

Escucharán a la psicóloga, psicóloga de viejos, que con dignidad habrá de rogar "vuelvan. Vuelva" y entenderán que está pidiendo "no se vayan".

Escucharán al badoneonista explicando desde el fondo patente de su honestidad que, ante la duda del prejuicio, "vamos con la música".

Escucharán y verán a una señora diciendo nada más que "es una linda tarde", en el momento de la vida que no se espera nada menos que una linda tarde antes de la eternidad.

Y escucharán ese violín.







La obra es de X fiAdos.

La realización del video es de Diego Tomasevich.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Conversación


(BORGES) Cuenta que se encontró con Estela: «No le dije nada a Madre, porque ya le tiene bastante rabia; no hay por qué darle más motivos para que la aborrezca. Me vio en la estación de subterráneo y me gritó: “Hijo de puta, no te vas a escapar”. Corrí y me metí en el subterráneo; Estela corrió detrás y se metió también. Sólo después pensé que, como Estela ve muy poco, si me hubiera hecho a un lado y me hubiese quedado inmóvil, tal vez la hubiera perdido. Delante de toda la gente me habló a gritos». Tuvieron este diálogo: «ESTELA: No te me vas a escapar, hijo de puta. Vas a hablar conmigo». BORGES: «Con esa conversación hecha de lugares comunes va a ser difícil e inútil hablar». ESTELA: «Tenemos que hablar. Porque sos un hijo de puta y un gran escritor. He leído las inmundicias que decís en ese reportaje de El Hogar. En tu servilismo al gobierno has llegado hasta lo más lejos. Vos no estarías del lado de Martín Fierro, sino de la partida. Sin embargo, cuando triunfemos no te van a degollar, porque voy a salvarte». BORGES: «En cambio, si triunfamos nosotros, nadie  va a tener que salvar a nadie. A nadie vamos a matar». ESTELA: «Nosotros sí. Lo que te pasa es que no querés hablar conmigo porque sabés que tengo razón. Vos escribís lo que escribís pensando en mí. Lo escribís para vengarte de mí. Siempre pensás en mí». BORGES: «No. Escribo pensando en Frontini» (Frontini ha escrito con María Rosa Oliver un libro en defensa de la China comunista). ESTELA (furiosa): «No vas a tener la última palabra. Sos un hijo de puta. Ya te has salvado de mí, porque bajo en Independencia».

1956. Sábado, 10 de noviembre. 

Del diario Borges, de A. Bioy Casares.

subte de buenos aires

martes, 23 de noviembre de 2010

Papando moscas



Dice mi primo Ezequiel "tenés que dejar de papar moscas, tenés que ser un poco más vivo y saber cómo vas a entregar, y entregar, porque si te creés pija y te la guardás, vienen los poronga de en serio y te sacan por el orto lo que amarrocaste toda tu vida de estúpido".



miércoles, 17 de noviembre de 2010

Fragmentos del cuento La mujer más pequeña del mundo, de Clarice Lispector


“En las profundidades del África Ecuatorial el explorador francés Marcel Pretre, cazador y hombre de mundo, se encontró con una tribu de pigmeos de una pequeñez sorprendente. Más sorprendido, sin embargo, quedó al ser informado de que existía un pueblo aún más pequeño, más allá de la selva y las distancias. Entonces, más se metió.
“En el Congo Central descubrió a los verdaderos pigmeos más pequeños del mundo. Y —como una caja dentro de una caja, dentro de una caja— entre los pigmeos más pequeños del mundo, estaba el más pequeño de los pigmeos más pequeños del mundo, quizás obedeciendo a la necesidad que a veces tiene la Naturaleza de excederse a sí misma.
“Entre los mosquitos y los árboles tiernos de humedad, entre las nutridas hojas del verde más perezoso, Marcel Pretre se vio ante una mujer de cuarenta y cinco centímetros, madura, negra, callada. (…) Estaba embarazada. (…) Sintiendo la necesidad inmediata del orden, y de dar un nombre a lo que existe, la llamó Pequeña Flor.”

(…)

”Su raza está siendo prácticamente exterminada. Quedan pocos ejemplares humanos de esa especie que, si no fuese por el astuto peligro de África, sería un pueblo propagado. Además de las enfermedades, las aguas de aliento infestado, la comida deficiente y las fieras que acechan, el gran riesgo para los escasos likoualas radica en los salvajes bantúes, amenaza que los rodea en un aire silencioso como en la madrugada de una batalla. Los bantúes los cazan con redes, de la misma manera que hacen con los monos”.

(…)

“Estaba riendo, caliente, caliente. Pequeña Flor estaba gozando de la vida. La propia cosa rara estaba teniendo la inefable sensación de aún no haber sido devorada. No haber sido devorada era algo que, en otros momentos, le daba el ágil impulso de saltar de rama en rama. Pero en este momento de tranquilidad, entre las espesas hojas del Congo Central, ella no estaba aplicando ese impulso en una acción —todo el impulso se concentraba en la propia pequeñez de la propia cosa rara. Y entonces ella reía. Era una risa que solamente quien no habla es capaz de reír. A esa risa el constreñido explorador no consiguió clasificar. Y ella siguió disfrutando su propia risa suave, ella que no estaba siendo devorada. No ser devorado es el sentimiento más perfecto. No ser devorado es el objetivo secreto de toda una vida. Mientras no estuviera siendo devorada, su risa bestial era tan delicada como es delicada la alegría. El explorador estaba turbado”.


lunes, 15 de noviembre de 2010

Juan con Quién en el Hogar Kaupé


El recital se hizo el 12 de noviembre en el largo salón del Hogar Kaupé donde las mujeres alojadas pasan los días mirando televisión, charlando, preparando comida, comiendo, asistiendo a algún taller, arreglando ropa donada para que llegue en condiciones a quienes la usarán.

En ese lugar ha quedado fija la decoración de la primavera. Del techo cuelgan cintas y grandes mariposas de papel, en las paredes siguen estallando flores de colores excitados. En las paredes también hay matafuegos y planos de emergencia, planillas de horarios que organizan a quiénes les tocan diferentes tareas cada día, dibujos, frases, avisos varios. Uno dice que una agencia incorpora personal doméstico.


Es viernes. Con responsabilizada puntualidad llega Juancito a las siete de la tarde con sus músicos invitados. “Esta banda se llama Juan con Quien, dirá más tarde, pero hoy los Quién se llaman Nahuel Monteagudo, que hará la percusión, y Mauricio De Ambrosi, que tocará el saxo soprano”.

La señora E. se acerca parsimoniosamente y pregunta con corrección si no tocará la señorita “que cantó en el último recital, se me fue el nombre, disculpe”.
“Eugenia”.
“Sí, Eugenia”.
Le explicamos que hoy no le toca. “Qué pena”, dice, hace un breve silencio y luego pregunta por “la otra chica, la que tocaba el bandoneón”, y pregunta por Maite, por Susana, por Cynthia, por Diego, por Fernando, por Liz… por Loreley (la señora E. ama a Loreley). Pregunta siempre por cada una de las personas que han ido una vez. La señora E. pasó mucho tiempo en la calle, quizás años, y ahora tiene esta casa. Con las demás habitantes, hacen hogar. Saben hacer hogar. Lo hacen cuando albergan, identificando el nombre de cada persona que llegó de visita, preguntando cómo anda, mandándole decir que lo esperan, enviándole este mensaje: “hacemos lugar para vos aquí”. Las coordinadoras se ocuparon de advertirnos cuidadosamente esto cuando empezamos el taller de cuentos, “cuidado que no es un «toco y me voy». Ellas hacen lazos”.


Tomate, con su entrega desaforada, es un personaje totalmente incorporado por las habitantes. Lo hicieron Señor Tomate y su corazón animal no se negó jamás. Tomate interrumpiendo la canción que tocaba para atender el teléfono. Tomate sacando el agua que inundó el salón con un secador de piso. Tomate escuchando a cada una por el resto de la eternidad. Tomate mimándolas, concediéndoles todo, malcriándolas, cantando siete veces en un recital el tema que le piden. Cómo no habría una ovación cuando Juan invitó a Tomate al escenario como músico invitado.

Juancito fue en calidad de músico y en calidad de porfiado. Los X fiAdos somos el equipo que organiza recitales como este, en lugares donde se aloja a personas que no tienen donde vivir o por la fuerza. En nuestras reuniones perdemos profesionalmente el tiempo y lo que queda nos ponemos operativos con los conciertos y también debatimos algunos temas. Uno de los debates que construimos se concentra en el repertorio: ¿es mejor que las bandas lleven un repertorio de temas propios o que lleven un repertorio concesivo? Esto conlleva la pregunta: ¿llevamos música y «que la aprecien aunque no la conozcan» o usamos la música como prenda de amistad y entonces hacemos temas «que sepamos todos»? Es un debate que se presta a discusiones acaloradas y que revuelve muchas cosas. Esa noche en el Hogar Kaupé Juancito tomó posición definida: “Vamos a tocar temas que a lo mejor no conocen. Las invitamos a que los conozcan”. (Las habitantes del Kaupé, sin embargo conocerían algunos temas, autores —“eso es de Drexler, ¿quién no lo conoce?”— y observaron, “¿cómo no vamos a conocer la música brasileña?”. La realidad reina).

Un segundo indicio de que Juan es un X FiAdo fue el dominio formidable que tuvo de todo el recital, lo que resultó en una soltura encantadora y confortable. Desde el primer tema Juan se comió la cancha. Sus músicos, subidos a la onda, se largaron y tocaron maravillosamente. El recital comenzó con Juan pidiéndole a Mauricio que explicara qué era, cómo sonaba, el saxo soprano que tocaría, y terminó con la señora Ch. pidiendo ver un charango de cerca, porque sólo los conocía por la televisión. Mauricio se explayó con el saxo y Nahuel conquistó el clima con sus manos creativas del principio al fin, batiendo, tamborileando, peinando, golpeteando de incontables maneras los cueros de una conga y un bongó.


En la temperatura del recital Tomate jugó una pieza importante, ubicándose estratégicamente en medio del público y haciendo palmas, vivando y aplaudiendo desde ahí. Uno de la casa. Charla con las alojadas, les guiña el ojo, les sonríe. La señora E. le habla; no oigo qué le dice, pero sí escucho la respuesta de Tomate: “Voçé é a Garota de Ipanema!”


Entre el clamor de la música a todo trapo, Juan llegó a escuchar a C. canturreando con él. “Parece que hay gente que sabía este tema”, diría, mientras C. sonreía en la primera fila, con sus anteojos negros. Pero C. siempre sonríe cuando algo la hace feliz, y la hacen feliz muchas cosas, y en el recital anterior Eugenia se había asombrado de que C. conociera todos los temas, hasta que la sorpresa se tornó incredulidad cuando C. cantaba un tema de Eugenia: no había forma de que lo hubiera escuchado. Descubrimos así la portentosa habilidad de C. de cantar prácticamente al mismo tiempo que el cantante, cual sea el tema que esté cantando.
En medio de la soltura, sonó el timbre y el recital debió interrumpirse porque el escenario estaba entre la puerta de calle y el público: había llegado Maite, aparatosamente, con bicicleta galáctica e hijo con indumentaria de Power Ranger Rojo y casco de astronauta que hacía juego con el peinado hacia el cielo de Maite. Aplauso estruendoso del público, incluido coro “Olééé-olé-olé-olé, Maitéééé, Maitéééé”. El petizo, bajado de la bicicleta, inmediatamente adquirió la posición de lucha de un Power Ranger Rojo y castigó a Tomate.

En ese momento Juan liberaba todo su amor por hacer música, se daba el gusto de crear ese estado singular que se crea con la música, bailando con el paso de reggae. Radiante, tan radiante y encantada como él, la señora S. imitaba el paso sentada en una silla. Ya lo dijimos en otra crónica, la señora S. es sorda. Pero la música ya no tenía límites a esa altura, todos bailoteábamos y nos reíamos. Los tres músicos tocaban como si fueran cien, para un público que en lugar de siete mujeres, eran diez mil fans.

 

domingo, 14 de noviembre de 2010

Discurso del presidente Pepe Mujica sobre la educación

Anita me pasó este discurso de Pepe Mujica, no sé dónde ni en qué ocasión, para hablar de la educación. Es la palabra de un presidente, fíjensé si no quisieran tener un presidente así:

Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura no sólo hay esfuerzo sino también placer.

 Dicen que la gente que trota por la rambla, llega un punto en el que entra en una especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo le queda el placer.

 Creo que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es puro disfrute.

 ¡Qué bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha gente!

 Qué bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales.

 No porque sea elegante sino porque es placentero.

 Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines.

 ¡No hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen felices!

 Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de shopping centers.

 En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa nueva y de cajas de electrodomésticos.

 No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible.

 Digo que también podemos pensar en un país donde la gente elige arreglar las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un auto grande, elige abrigarse en lugar de subir la calefacción.

 Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a Holanda y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección de los noveleros y los frívolos.

 Los holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero también para ir a los conciertos o a los parques.

 Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta tanto de consumos materiales como intelectuales.

 Así que amigos, vayan y contagien el placer por el conocimiento.

 En paralelo, mi modesta contribución va a ser tratar de que los uruguayos anden de bicicleteada en bicicleteada.

 LA EDUCACIÓN ES EL CAMINO

 Y amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene un nombre y se llama educación.

 Y miren que es un puente largo y difícil de cruzar.

 Porque una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo educativo y sostenerlo en el tiempo.

 Las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le lucen a ningún gobierno, movilizan resistencias y obligan a postergar otras demandas.

  Pero hay que hacerlo.

 Se lo debemos a nuestros hijos y nietos.

 Y hay que hacerlo ahora, cuando todavía está fresco el milagro tecnológico de Internet y se abren oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento.

 Yo me crié con la radio, vi nacer la televisión, después la televisión en colores, después las transmisiones por satélite.

 Después resultó que en mi televisor aparecían cuarenta canales, incluidos los que trasmitían en directo desde Estados Unidos, España e
 Italia.

 Después los celulares y después la computadora, que al principio sólo servía para procesar números.

 Cada una de esas veces, me quedé con la boca abierta.

 Pero ahora con Internet se me agotó la capacidad de sorpresa.

 Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda por primera vez.

 O como los que vieron el fuego por primera vez.

 Uno siente que le tocó en suerte vivir un hito en la historia.

 Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los museos; van a estar a disposición, todas las revistas científicas y
 todos los libros del mundo.

 Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo.

 Es abrumador.

 Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente.

 Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua.

 Lo conseguiremos si está sólida esa matriz intelectual de la que hablábamos antes.

 Si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena.

 Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo el océano de información, acá abajo preparándonos para la navegación trasatlántica.

 Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada.

 Y probablemente, inglés desde el preescolar en la enseñanza pública.

 Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo.

 No podemos estar afuera. No podemos dejar afuera a nuestros chiquilines.

 Esas son las herramientas que nos habilitan a interactuar con la explosión universal del conocimiento.

 Este mundo nuevo no nos simplifica la vida, nos la complica.

 Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación.

 No hay tarea más grande delante de nosotros.
 
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Hay un blog de Mujica: http://www.pepetalcuales.com.uy/


viernes, 12 de noviembre de 2010

Annie's song

Parece que en alguna época que no puedo identificar, en algún planeta que definitivamente no era este, hube uno que cantaba esta canción con amigos y amigas mientras íbamos en un ómnibus. Greyhound, se llamaba el ómnibus. Greyhound, junto a un galgo.



jueves, 11 de noviembre de 2010

Eva

‎- Eva se peleó con el novio hace como seis meses y lo echó. Lo echó de la casa, lo eliminó de su vida. Ahí se enteró que estaba saliendo con otra.


- ¡Uh!

- Le agarró un ataque de presión y estuvo internada tres días. Cuando se cura, lo llama y le dice: ELLA O YO.

- ¡Pero lo había echado ella!

- Eva es así. Re-Eva.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Noticia de Ernesto Fowles



Ernesto Fowles nació en una estancia de la provincia de Chubut, en medio de la infinita estepa patagónica. Vivió intensamente; cada uno de sus días estaba lleno de muchas cosas. Así, aún no había cumplido dieciocho años cuando ya escribía para la Estrella de Comodoro Rivadavia. Rebalsaba talento para escribir.
Rápidamente alcanzó el tope de sus etapas como escritor: la romántica, la clásica, la moderna, la vitalista. Por los 30 años ya había llegado a la madurez como autor, lo que no significó el final de su experimentación. Un lector capaz de concentrarse sólo en la historia (el lector a quien le escribía Fowles) no habrá de descubrir pero disfrutará de sus juegos, siempre arriesgados y a la vez garantizados por su maestría. Tempranamente en el siglo XX entretenía su virtuosismo explorando los temas más hondos de la condición humana en relatos aparentemente muy simples, macizos y puntuales. Hemingway promulgaría muchos años después la fórmula de Fowles: un buen relato está hecho de la tensión interna que obliga al escritor a escribir y que no aparece en las palabras sino en la entrelínea.
Fowles escribió mucho para entender las relaciones entre un hombre y una mujer. “El cuerpo de la araña” es un ensayo sobre aquel tortuoso aspecto de algunas relaciones que se materializa en el rompimiento por parte de uno de los dos: el relato detalla el modo en que una araña atrapa una presa, le inyecta una droga que deja a la presa embelesada; describe cómo ésta, pudiendo escapar, prefiere la dulzura del estado extático; cómo la araña comienza a sorber sus jugos mientras le va suministrando más droga, cómo los dos viven adictos uno al otro en ese estado de intercambio vicioso durante varios días, posiblemente los días más felices de sus vidas, y finalmente cómo agotada la presa de toda vitalidad que nutra a la araña, la araña, sin remordimientos, sin conciencia, la olvida para siempre.

martes, 9 de noviembre de 2010

Una hereje

La oculta determinación del yo más tiránico e impío de Gabriela es zamparse unas historias henchidas de sentido, sin importarle las consecuencias que le traen a ella y a los demás. Cuando se le acaban, se levanta y sigue, hasta dar con otra.

viernes, 5 de noviembre de 2010

El gourmet de la tele

En una época le dio a mi madre por poner a la gente ante dilemas como un boxeador muy fuerte pone a un rival mequetrefe entre las cuerdas: “dejá de dar vueltas, decime ya, ¿hago papas fritas o fideos?” Si uno osaba cuestionar la ofensiva, “qué sé yo, sos vos la que cocina”, mi madre montaba en cólera. “¡No! ¡Decime vos! ¡Vos sos el invitado!”. Como ya aprendí, al ser abordado respondo instantáneamente. “¡Puré!”. Claro, no es tan fácil. No es cuestión de decir cualquier cosa, porque inmediatamente después de la respuesta uno tiene que responsabilizarse: “Pero, puré me pedís, si no tengo nuez moscada”. Sin embargo, les aseguro que es preferible ser el culpable de su indignación que convertirse en objeto de su ira.
A la que tiene en jaque a cada rato es a su hermana Tita. Mi madre la cuida porque Tita tuvo dos derrames cerebrales y quedó medio parapléjica. Además de que tiene más de ochenta años. Y demencia senil. “¡Tita, respondeme!”, le demanda mi madre, olvidando que Tita no puede hablar. Sólo hace unas señas, unas indicaciones con la mano y algún sonido gutural. Por ejemplo, cuando una vez mi madre le preguntó “¿Querés ir a ver la televisión o querés ver cómo cocina Gustavo?”, respondió algo así como “ao” y mi madre puso la silla de ruedas de Tita orientada a que me observara. Yo sé que Tita no me quiere mucho y no tenemos ninguna comunicación, pero no soy tan descorazonado, y me apena un poco verla derrumbada y la vida que lleva, de modo que aquella vez se me ocurrió imitar a los cocineros parlanchines y vivaces de la televisión, muy ocurrentes, algo locos, siempre simpáticos, y empecé a relatarle todo lo que estaba haciendo e hilar pavadas en un discurso sin fin. “Ahora vamos a rehogar la carne junto con el pimiento en aceite de oliva, porque se ha puesto de moda el aceite de oliva, ¡carajo!, ahora el aceite de oliva es el jugo de los dioses, cura todo, es lo más rico que sale de la naturaleza, cuesta una fortuna y con sólo mencionarlo ya sos una persona distinguida. Hay que ver lo que puede el aceite de oliva; será porque lo sacan de unas cositas tan chiquitas como las aceitunas”… O: “¡Pero qué pollo tan extraño me han traído! No es un pollo cualquiera este, fíjensé que es un bailarín (hago bailar el can can al pollo). ¡Ay, Dios mío! ¿De qué ballet lo habrán sacado? Es muy preocupante, porque una compañía de ballet no es lo mismo si le falta el primer bailarín pollo. Ahora tengo que untarlo de mostaza, miren como queda. Pero él debe estar acostumbrado al maquillaje. Y si al salir del horno volviera con los otros pollos bailarines, ¿qué le dirían? «¡Primer bailarín, dónde has estado! Seguro que en el Caribe, con ese bronceado tan bonito que tienes». No, no vamos a dejar que se burlen de él, de modo que lo comeremos”. Y así. Vi que Tita estaba de lo más entretenida. Se reía de mi tono y de que me hiciera el loco. Me pregunto qué pensaría de la escena el gato viejo que siempre duerme por ahí, sobre la ropa recién planchada o en lo alto de una alacena. Cada tanto veo que nos mira y me ha parecido que de algún modo nos reprueba. Como sea, con Tita hemos persistido en nuestro encuentro. Cuando llego a la casa, ya mi madre me tiene preparados los utensilios de cocina y en cuanto elijo qué comeremos, aunque refunfuñando, dispone los ingredientes y ubica a Tita para que pueda verme en primera fila.

La Tía Tita y su sobrina nieta Paulina. Muchas veces Paulina ha oficiado de ayudante de cocina, pero debo echarla porque se pone muy disparatada.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Sobredosis de Chabela Vargas

No me he querido ir 
para ver si algún día
que tú quieras volver
me encuentres
todavía.

*    *    *

Llegaré hasta donde estés
yo sé perder, yo sé perder
quiero volver, volver, volver.

*    *    *

Pero nadie me llame cobarde
sin saber hasta donde la quiero.

Por favor, ayúdenme a quitarme este machete que me metí por una oreja y me saqué por el pecho.

Aquel dáimón de los Unger

En el momento en que iba a salir del monasterio se soltó el diluvio. Me recosté contra una pared, a la espera de que amainara. Al rato, mirando el agua que corría por el piso, recordé esta historia.

No es una cosa de otro mundo, sino algo absolutamente familiar. De hecho, es literalmente un asunto de nuestra familia. Por alguna razón desconocida u oculta, los Unger reciben cuando niños un dáimón que tiene dos características. La primera, que cumple deseos —si estos son impecables y el Unger logra concentrarlos como la luz se condensa en un rayo láser. La segunda, que cada Unger debe aprender por sí mismo la existencia del dáimón y su poder formidable. Hay algunos Unger que han muerto sin siquiera probarlo.
En la antigüedad todo era diferente. El dáimón era objeto de culto familiar y había ritos para celebrar el ingreso del dáimón en un niño o una niña, en las ocasiones de los deseos colectivos en que estaba en juego el destino de la familia, en agradecimiento por los deseos cumplidos, etc. El dáimón de cada Unger recibía un nombre particular y al morir el Unger, una ceremonia libraba al dáimón y le propiciaba un feliz regreso al mundo de los espíritus.
Pero con el advenimiento del realismo científico todo aquello fue despreciado como superstición y al fin se desvaneció. O mejor, se hizo subterráneo. Los dáimón siguen entrando en los Unger y están ansiosos porque su Unger desee algo con fervor y sin contradicciones.


lunes, 1 de noviembre de 2010

Carlitos y Rodolfo


Carlitos lo primero que mira de una chica son sus ojos. El alma está toda en los ojos. En los ojos se sabe que los humanos son ángeles. Mira los ojos y la carita. Carlitos se enamora entregadamente, y entonces sufre y es feliz, y vive en un estado de irrealidad.

“Su mambo”, dice de él Rodolfo, su hermano. Rodolfo no presta atención a los ojos, mira directamente las voluptuosidades. En movimiento. De la cara, mira fija y tranquilamente, acaso con cierta perversión, los labios. Si Rodolfo fuera ético o piadoso le propondría a la mujer que le gusta, no más que unos revolcones sin hablar, ni siquiera un affaire. Pero porque ellas lo rechazarían, les dice lo que quieren oír: que está enamorado como un bobo, que las va a querer siempre, que nunca más estarán solas, que quiere que se duerman mientras él las abraza, que quiero que tengamos un hijo. Entonces, unos revolcones sin hablar, ni siquiera un affaire, y a otra cosa. Ellas lo aborrecen, confirman que todos los hombres son una mierda y él, sin hablar: no te hagás la inocente, me rogabas que te engañara.

Muchas, con ojos de ángel desconsolado, lloran en el hombro de Carlitos.

sábado, 30 de octubre de 2010

Estamos atrasadísimos



Cristina, Cristina,
Cristina conducción,
Acá tenés los pibes
Para la Liberación.

I ain't happy, I'm feelin' glad
I got sunshine in a bag
I'm useless, but not for long
the future is comin' on
Gorillaz

Children wake up,
hold your mistake up,
before they turn the summer into dust.
Arcade Fire


Un líder no es exactamente la persona, los seguidores la trascienden. El líder es un verbo, algo que sólo existe como acción, no un sustantivo, y en cada momento es fabricado tanto por la persona como por sus seguidores y adversarios. Kirchner, el líder, puso a la juventud en movimiento: vamos, muchachos, a la acción, que ustedes tienen el poder de la acción, y la acción genera resultados. Y estamos atrasadísimos.

Esa movilización es necesaria para crear militantes, pero no suficiente. En el funeral de Kirchner apareció de modo patente una masa de jóvenes vibrantes, espontáneos, llenos de energía, que resolvían el dolor de la muerte en la disposición a la acción inmediata y total. Ellos perdieron al líder que los parió políticamente, permitiéndoles superar a sus padres castrados políticos, por el espanto de la dictadura, la decepción de Alfonsín, la desactivación de Menem o esa asquerosidad de "no me meto" y el escandalizarse como una señorita ante un sindicalista. Esos jóvenes son adherentes intensos, simpatizantes extremos, pero aún no son militantes. El desafío del esquema de poder kirchnerista es organizarlos, o sea darles un lugar orgánico de participación, asignarle a cada uno una tarea.
























Muchas de estas fotos son de Rodrigo Néspolo, Emiliano Lasalvia, Aníbal Greco, Miguel Acevedo Riú y Ricardo Pristupluk

Sandra


Estaba aquella escena de Los inútiles, en que los amigos andan por ahí en un auto (debían buscar a la mujer de uno de la barra pero, incurablemente zánganos, convierten la tarea en un ocio) y un Alberto Sordi joven asomado por la escotilla ve unos obreros y les grita “¡Lavoratori!”, se agarra el codo y les hace el ruido del pedo. Y estaba aquella otra, tal vez de Amor, muerte, tarantela y vino, en la que uno de los protagonistas le dice al otro “¡Qué domingo pasamos, eh! Comimos, la pusimos, nos tiramos pedos… ¡qué domingo!”. Nos reíamos con esas escenas, con Sandra. Nos comprendíamos muy bien entendiéndolas. El loco de Amarcord, que subido al árbol aullaba eternamente “¡Voglio una donna!” Eran nuestras cosas, nos unían.
Estábamos en los primeros años de la universidad. En el departamento teníamos con mis amigos nuestra versión de Los Inútiles y siempre había otros amigos y amigas. Una de ellas me recordó estos días que una vez habíamos estado estudiando varios días para un examen final, y entre nosotros estaba Sandra, y que cuando se durmió alguien la ató como a un matambre y nos fuimos.
Una noche que andábamos caminando nos besamos. Aunque teníamos esa edad en que uno se enamora perdidamente, Sandra tuvo la sabiduría suficiente para evitar que fuéramos novios. Lo que tuvimos fue muy bueno, nunca arruinó aquella complicidad.
Años después supe que se había casado. Le pregunté cómo llevaba la estabilidad y me dijo que estupendamente. “Yo jodí mucho de pendeja, Chino”, me dijo, para explicarme por qué, casada, disfrutaba de las virtudes del aplacamiento.
Ahora me han dicho que murió. Uno no sabe dónde carajo ponerse, con las muertes.