Leí por primera vez la frase en una pared de Ushuaia, en la Patagonia tan ecologista y humanista.
Desde ese momento aquella frase me pareció a la vez sabia y típica de la cursilería de las máximas de la autoayuda.
Ustedes se la han encontrado muchas veces en su camino también.
La frase dice:
“El mundo no es tuyo. Les pertenece a las próximas generaciones. Te ha sido dado para que lo cuides y lo hagas florecer, y se lo entregues para su provecho”.
Podría decir:
El mundo no es tuyo. Está en manos de unos pocos demonios poderosos que te explotan y explotan a casi toda la humanidad.
Ellos matan a los niños de hambre, abusan de los jóvenes, esclavizan a los adultos, hacen indigna la vida de los ancianos.
Saquean la riqueza de los territorios de los pobres y destrozan la naturaleza.
Logran que las personas que no tienen nada unas contra otras, se asesinen en guerras.
Crean legiones de idiotas, hacen normal la injusticia y la miseria, el desamor, el egoísmo, la crueldad, el individualismo.
El mundo ha sido capturado por ellos, los Larry Fink, los Zuckerberg, los Alex Karp, los Elon Musk.
Es nuestra responsabilidad recuperarlo para cuidarlo y hacerlo florecer, y así entregárselo a quienes realmente les pertenece, nuestros hijos.
Pero la probable imposibilidad absoluta de ese cometido no nos excusa de hacer algo con aquello que quizás hemos conseguido mantener libre bajo nuestro poder.
Algunos valores éticos, algunas habilidades, algunos recuerdos, algunos orgullos, algunos conocimientos.
Una casa, algunas alhajas, unos libros, un jardín, un auto, unos muebles, unas herramientas, unos animales.
Saber cómo tejer una manta, saber abrazar a alguien cuando está triste, sentirse vivo al oler el perfume de las madreselvas, el placer de subirse a un árbol, de escuchar una música; la libertad de nadar, de andar en bicicleta, de dibujar, de leer una historia, de jugar al fútbol, de reírse con los buenos amigos; saber tratar un perro, sentir la vida mirando las hojas de los árboles a contraluz del sol, permitirse ser abducido por el misterio de la Luna mientras la miramos; construir cualquier cosa, una cabaña, una pequeña máquina, un arco y flecha; sentir a Dios o a cualquiera que no está en este mundo; escribir una carta, saber curar a otros; saber tener amigos.
Mientras recuperamos el mundo de las bestias que lo están pudriendo, podemos cultivar lo que aún nos queda, para entregárselo a nuestros hijos.
Tenemos la obligación de mantener limpios y en estado buen estado nuestro cuerpo, nuestra ética, nuestra casa, nuestro pensamiento.
* * *
Lo dijo bien Raúl González Tuñón hace mucho:
Toma este mundo, cuídalo.
Es una cosa seria y es una simple cosa.
Conquístalo, contémplalo, ámalo para siempre,
musical niño mío,
predilecto del pan y de la rosa.
Te lo regalo, es tuyo.
Y te regalo un barco
y te regalo un barco dentro de una botella.
Una bota de vino
que vino del Mesón del Segoviano.
Un farol marinante.
Las golondrinas y las mariposas.
Una sirena anclada en el estante.
La banda lisa de los circos pobres.
La luna en el espejo.
Un mapa, un numeroso y palpitante mapa,
un mapa con las rutas
que siguiera Juancito Caminador, tu viejo.
La Esperanza.
Y una caja de música que traje de la estrella.
Toma este mundo, tómalo. ¡La vida es vasta y bella!
Mira siempre allá lejos, hijo mío… Allá lejos.