viernes, 26 de julio de 2024

Quien llora

Porque se ha hecho grande. 

O porque está tomando unas pastillas. 

O porque no habla con nadie. 

O porque las cosas están mal en el país —ve una mujer y un hombre durmiendo en la vereda, con el frío que hace.

O vaya a saber por qué, en cualquier momento le sobreviene un llanto.

Quisiera hacer ruido, pero llora en silencio. 

Tal vez se mira las manos, o no mira nada. 

Llora. Sabe que no hay solución.




No sabe que en otro lugar de la ciudad hay otra persona que porque se ha hecho grande, o porque está tomando una pastilla.

O porque no habla con nadie o porque las cosas están muy mal en el país y vio una mujer y un hombre durmiendo en una vereda con el frío que hace. 

O vaya a saber por qué, en cualquier momento le sobreviene un llanto.

Quisiera escucharse llorar pero llora en silencio, tal vez mirándose las manos o no mirando nada, sabiendo que no hay solución. 


sábado, 20 de julio de 2024

Amanecer

A veces voy a algún lugar a pasar el amanecer.

Cosas que hago cuando viajo y me olvido de visitar las postales.

Una vez fui a un puerto de Estambul, de donde salía el ferry al barrio de Kadiköy. Me senté en un banco cuando aún era de noche. 

No hice nada. Ni leí, ni escuché música, ni un podcast, ni escribí. Sólo me senté en medio del amanecer que ocurría a mi alrededor.

En un banco al lado mío dormían dos adolescentes, uno más grande, otro más chico, envueltos en abrigos.

Fueron llegando pasajeros. Gente que entraba a trabajar muy temprano. Primero eran unos pocos, luego a cada ferry subían más.

Un kiosco abrió —el kiosquero levantó la cortina de metal, encendió las luces, puso música. Al rato comenzó a salir un humo casi imperceptible de una chimenea pequeña.

El agua aún estaba negra, pero arriba, en el cielo, de a poco, sin que uno se diera cuenta, iba disolviéndose la oscuridad.

Cuando estuvo más claro, las palomas se largaron a volar.

Un rato después, ya el cielo tenía claridad y las cosas se hicieron grises y comenzaron a verse sus detalles.

Ya subía una muchedumbre a los ferries que llegaban, haciendo su escándalo de agua.

Ya el kiosco tenía tres clientes. 

De repente, el cielo había perdido todo color, con una última estrella que no se quería ir —como yo no me quería ir. 

Pero entonces ya era de día. El amanecer había terminado.

Como si yo me hubiera quedado dormido sin darme cuenta y me hubiera despertado, el día era tan normal, era tan natural que fuera de día, que yo no podía recordar cómo era cuando todo aún era de noche.

Debí haber tomado una foto para luego recordar, pero quizás esa sensación de que algo que sucedió ya no volverá nunca es necesaria para que uno pueda tener intimidad, con un lugar, con un momento, con uno mismo.

La intimidad se hace importante cuando todo está a la vista.

Me levanté —bastante duro— del banco y volví caminando al hostel. Me acosté entre dos chinos, un turco que roncaba y tres gringas, y me quedé dormido.





Economía

Un líder que entienda bien la economía diría esto:


El pensamiento es puro valor agregado.

¿Qué es la ética?

 Si es mayor que vos le das el asiento.

Nada más.

miércoles, 17 de julio de 2024

Sin chicos

La infancia, las infancias, los chicos, no son un tema del actual Gobierno argentino —es generalizado. 

No existe ninguna imagen de los gobernantes relacionada con chicos. 

Los chicos han desaparecido. 

Sólo hay carcamanes y adultos grandes, furiosos, amargos, ricos, gente del poder. 

En vez de hijos, el presidente exhibe perros. Amo los perros y cualquier político barato puede sacarse una foto barata con cualquier pibe para buscar impacto demagógico, pero acá hay más. 

Cuando hay amor por la gente que se representa, inevitablemente aparecen los pibes. Acá no hay una pizca de consideración por la gente. Sólo hay una orgía helada, de poder y violencia.




Entre extranjeros

 Yo tenía 13 años cuando empezó la dictadura de Videla. Empecé la secundaria, la edad de salir de la familia a la sociedad, cuando empezó la dictadura. A mucha gente le salía el Hitler que tenían atado adentro. La regente de la escuela a la que yo iba nos tenía 20 minutos formados a las siete de la mañana en el patio a la intemperie, con dos o tres grados en invierno, en silencio total. Nuestros cuerpos se helaban, tiritábamos incontrolablemente, los pies como hielos. Ella caminaba entre las filas con una regla gigante de las de pizarrón, y si alguien se movía, le pegaba un reglazo. Alguien, de 15, 13 años. Era feliz, ella y las demás “autoridades” que asistían al espectáculo, porque al fin podían hacer lo que querían: actuar violentamente con perfecta impunidad.

En los años siguientes, mientras vivimos abusados en nuestro cotidiano por todos los que sentían que el abuso estaba legitimado, un placero o un tío, una empleada del Registro Civil, un portero, nos enterábamos de que los militares habían asesinado una familia entera en una casa de la calle Corrientes, de que había cárceles clandestinas, de que las torturas y los asesinatos se habían vuelto parte de lo que hacía el Gobierno.

Todo eso se me hizo carne. Todo eso me hizo. Soy lo que esa dictadura nauseabunda hizo de mí.

Le transmití esto como historia genética a mis hijos. La historia la conocen más o menos, pero sí tienen la alerta, el sentido de la justicia, el sentido del abuso. En cambio, escucho a muchas personas que parecen no tener ese registro profundo de la dictadura, parecen no haberla vivido, el miedo en el hígado, y que por eso aprueban este Gobierno nazi que tenemos ahora.

Ante esas personas siento, desconcertado como en un sueño, que estoy en otro país, poblado de personas que vinieron de afuera, que habla y decide sin saber lo que pasó en esta tierra.

Pero es peor. Esas personas son básicamente las que aprobaban a la regente que se daba el orgasmo de hacer un campo de concentración con adolescentes. Quieren que el presidente baje la imputabilidad a los 13 años porque odian a los negros y a los chicos. Quieren que Milei les meta la motosierra en el culo y la encienda.


“Pobre pájaro atrapado en tus propias palabras”, le dice una bárbara a un civilizado en una obra de Alfonso Reyes. 

Hace unos días escuché a un intelectual diciendo que considera a Milei un revolucionario, porque quiere cambiar la realidad. Pobre intelectual, atrapado en una formulación lógica que no sirve para nada. Milei es el payaso puesto por las fuerzas que sólo quieren llevar las cosas a lo más revulsivo de nuestro pasado.





lunes, 15 de julio de 2024

Ángeles

Me dice Pau:

— Estoy absolutamente enamorada de mi marido. Lo admiro, me deslumbra, igual que hace veinte años, cuando lo conocí. Lo más feliz que me ocurrió en la vida es estar con él, y sufro pensando que nuestras vidas se terminarán sólo porque no seguiremos juntos, porque no estaré más con él. Lo miro, no le digo nada, pero me corre algo por dentro —y él lo sabe, y eso lo hace más hombre y le da más seguridad en sí mismo, y a su vez eso me encanta.

Sigue:

— Pero Fran también me vuelve loca. No puedo comparar. Son como dos universos distintos, que no se tocan, no tienen nada que ver uno con el otro. A Fran le doy clases y jamás nos tocamos, y nos tratamos con algo de distancia —quizás porque sabemos lo que nos pasa—, pero nos miramos, y yo lo miro y se me derriten las moléculas, y se me hacen luminosas, como si se me transformara el cuerpo en un cardumen de luciérnagas.

Al fin:

— Quiero tanto a mi marido, necesito tan desesperadamente que sea feliz, que sea el monumento humano que es. Jamás le contaría lo de Fran. Lo mataría. No entendería que lo que me pasa con Fran no disminuye ni un miligramo lo que me pasa con él, ni tampoco le suma, porque son cosas que no tienen nada que ver. A la vez, le estoy ocultando algo, y si un día me llega a preguntar si le oculto algo, voy a tener que mentirle, y no quiero mentirle. Se rompería algo entre nosotros, que también somos como dos ángeles hermanos. No sé qué hacer.