Tener un sueño no es la única opción en la vida.
Hay quienes viven sin tener un anhelo para la vida de su familia, de su sociedad o para su vida.
Simplemente transcurren.
También hay quienes trabajan y ofrecen lo que tienen, incluso sus hijos, para cumplir el deseo de otros —sus padres, su pareja, lo que ordenan quienes mandan en la sociedad.
En general, quienes no tienen sueños y quienes cumplen los sueños de otros, no piensan en el asunto.
En cambio, las personas que sí tienen un sueño, o más de uno, pueden decírselo y dedicar su vida a cumplirlo.
Que al barrio consiga que pongan una salita de primeros auxilios.
Empezar la carrera de Trabajo Social cuando se jubile.
Que su perro sea feliz los días que le quedan.
Comprarse un camión.
Que su hijo amplíe su casa.
Que la gente de su país tenga una vida digna.
Que su pareja pueda comprarse esa bicicleta que ama.
Hacer una quinta y vender lo que cosecha.
Ponerse un taller de cerámica.
Irse a vivir a la ciudad.
Que su amigo pueda visitar el pueblo de sus ancestros.
Sueños propios. Que pueden ser expresados a otras personas o no, pero tienen un lugar en la intimidad.
Esos sueños pueden organizar la vida de alguien. Se hará un plan para cumplirlo. Se pondrá los recursos que se tienen, se conseguirán los recursos para realizarlo.
A veces eso causa un efecto lateral: contagia.
La gente ayuda a quien tiene un sueño.
Aunque no pida ayuda.
En el fondo, todos necesitamos que la vida tenga sentido. Cuando alguien le encuentra —o inventa— un sentido, muchos son felices contribuyendo a ese sueño, para sentirse parte de algo que llena de sentido la vida.
Mi amiga Gaby coleccionaba gatos —gatitos de cerámica, dibujos, libros, dijes, ropa, cualquier cosa que tuviera gatos. Sus amigos éramos felices regalándole una taza con un gato o una agenda con un gato en la tapa. Lo pagábamos con alegría y se lo regalábamos en cualquier momento. Tenía gatos de muchos países y algunos hijos de amigos le regalaban dibujos de gatos. Gaby sabía agradecerlos.
Otra amiga tuvo el deseo de hacerse una pequeña casa en las sierras. No tenía la plata, no sabía nada de construcción ni tenía un marido que se diera maña; no tenía casi nada de lo que necesitaba, salvo su deseo y su pequeño hijo, a quien quería darle los veranos en un lugar lleno de cielo y de estrellas, de árboles y de pájaros, un arroyito cerca y un zorrito que se acercara una noche, en un momento mágico.
Desde que tuvo el sueño, sin mendigar nada, soportando un país ingrato que hace mucho por destrozar los sueños de todos, trabajando hasta caerse de cansancio año tras año, fue construyéndolo.
Su hijo sabrá lo que hizo su mamá y eso me da esperanzas.
El deseo, ese motor de la belleza del alma
ResponderEliminarY quien como vos sabe verlo.
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