sábado, 26 de septiembre de 2020

Llamar a Mariana

 Mi primo Gabriel siempre fue muy ganador con las chicas. Era, es todavía, muy fachero, tenía mucha seguridad en sí mismo, todo lo resolvía, era divertidísimo y te hacía sentir que cuando estaba con vos, para él no existía nada más en el mundo. Las chicas se enamoraban y se apasionaban con él.

Hoy me llamó, charlamos un rato de cualquier cosa.

Como anoche vi en una serie una chica que era igual a una Mariana que se había enfermado de amor por él, enfermado literalmente, que cuando él la dejó, porque siempre dejaba a las chicas, ella se quedó encerrada en su pieza durante muchos días, tuvieron que llamar al médico porque no comía y no se levantaba de la cama; digo, como anoche vi una chica igual a Mariana, le conté a Gabriel. Le dije que mirara la serie, se entusiasmó, y le comenté:

— Che, qué éxito tenías con las chiquilinas vos, ¿no?

— Sí —me respondió.

Pareció pensar y entonces agregó:

— Pero ¿qué valor tenía eso? Era un ganador. Una pelotudez. Hubiera sido mejor hacer una pareja.

Gabriel se casó dos veces, se separó y ahora que tiene más de 60, está solo.

— Te jode haber fracaso en eso.

— Y sí. Lo que pasa es que yo no quería hacer una pareja.

— Claro. Querías seducir, ganar.

— Ni tampoco. Me divertía, la pasaba bien, pero en el fondo, yo quería que mi vieja estuviera feliz.

— Sí, nuestras viejas… medio machistas. Les gustaba tener varoncitos mujeriegos.

— No sé tu vieja, pero mi vieja le tenía ganas a las minas. Yo creo que hacía ese juego, inconscientemente, ¿no?, el juego de ser feliz cuando sabía que yo me cogía minitas. Yo era feliz regalándole eso y viendo lo feliz que era ella. Los dos éramos felices.

— ¿Nos usaban?

— Sí, pero sin saberlo, ¿eh? Si lo hubieran sabido, no sé si lo hubieran hecho.

— ¿Y vos decís que sólo estuvimos con chicas para seguirle ese juego a nuestras viejas?

— La verdad, no sé qué quería yo. No sé si yo hubiera tenido tanto deseo por mí mismo. No sé qué me hubiera pasado si mi vieja no hubiera sido feliz con mis levantes.

— A lo mejor sí.

— ¡Sí, sí! No digo que no; digo que no sé.

— No éramos libres.

— No. Pero ¿quién es libre?

Me quedé pensando cómo era que Gabriel descubría esas cosas. Le iba a preguntar, pero no le pregunté. En cambio, le repetí:

— Mirá la serie.

— La voy a ver. Y a lo mejor, hasta la llamo a Mariana.

— ¡Qué quilombero! ¿Hablás con ella?

— No, hace años que no sé nada. Pero a lo mejor me dan ganas de llamarla para pedirle disculpas.

— Si la llamás contame.

— Chusma.

— Ja, te mando un abrazo. Al final resultaste un pollerudo y un lesbiano.

— ¡Qué hijo de puta! Chau.

— Chau.



 




 

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