lunes, 8 de noviembre de 2021

Mamá araña

Hay una araña que la llaman arañón del monte, bastante grandecita, peluda, de mucha personalidad. 

Vive en el Mercosur, es una especie mercosureña.

No anda buscando gente para picarla, pero el que la busca, la encuentra. La mordedura duele porque lastima y el veneno te deja flojo, te da ganas de vomitar y dolor de cabeza medio día, y luego de a poco se va. 

Pero nada más muerde si la apretás —lo que casi siempre pasa por casualidad.

Es mejor no apretarla, y si a uno le gusta la Naturaleza o se preocupa por el medio ambiente y es ecologista, es mejor no matarla. Hay ecologistas que le vacían un tarro de Raid en cuanto la ven.


De chico criaba esas arañas.

Muchos chicos que vivíamos en pueblos éramos aficionados al naturalismo. Nos gustaban los bichos.

Yo fabricaba un laberinto dentro de una caja y alojaba las arañas del monte allí dentro. Me gustaba ver cómo se comían las langostas que le daba.

Seguramente no eran del todo felices, pero nunca les faltaba comida, más bien les sobraba, y vivían mucho tiempo, hasta que construían un disco blanco que adherían a una pared. Una vez que lo terminaban, se asentaban contra el disco y ya no se movían, ni siquiera para comer. 

Al cabo de un tiempo, salían del disco decenas de microhijitas. Todas se le montaban y ella se quedaba quieta. En algún momento, la araña moría y las hijitas la devoraban. Unos días después, las hijitas salían en todas direcciones, hacia el mundo. Yo llevaba la caja al jardín y en unas horas sólo quedaba el cuero seco de la madre muerta y algunas pocas hijitas melancólicas que se negaban a abandonarla.

Me parecía noble que la araña madre, tanto que se les teme a las arañas, se dejara morir para ser alimento de sus hijas.


Quizás cuando los padres mueren, los hijos se alimentan de lo que ellos han sido. 

Los hijos se mantienen vivos nutriéndose de la vida de sus padres, unos días, más bien unos años, o todo el resto de sus vidas.

Si así fuera, quien tiene hijos o quiere tenerlos, lo mejor que puede hacer por ellos es ser buen alimento, para lo cual es menester vivir bien, vivir de acuerdo con lo que se piensa, tener una buena vida, suculenta, animarse a desear y a hacer algo por cumplir esos deseos, vivir intensamente con los demás. Como se dice: "honrar la vida". 

Eso es lo que alimentará a nuestros hijos, una vez que estemos kaput, y antes aún, desde el momento en que nacen, porque los hijos se alimentan tanto de lo que les damos como de lo que somos.





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