jueves, 16 de enero de 2025

Las puertas

 No es tu vista la que llega hasta la estrella, es la luz de la estrella la que llega hasta tu vista.

Todos los que cursamos Epistemología con Félix Schuster andamos repitiendo en el río de las décadas aquella perspicaz observación.

De ella se puede derivar que si se reemplaza luz por vida y vista por percepción, es posible el viaje a través del Universo no construyendo naves que trasladen materia, sino construyendo instrumentos de percepción.





El Maestro Malo



Nací con una pequeña chinche dentro de mi cerebro, pequeña pero con la capacidad de inyectarme un veneno poderoso, igual que un pequeño escorpión puede inyectarte unas gotas que te causarán la muerte.

El veneno de esta chinche es el odio a las personas vulgares, desagradables, groseras, que gritan en vez de hablar, que no pueden apreciar ninguna belleza, que no saben esperar, que tienen costumbres bestiales, que prefieren la comida barata, que circulan en su auto con una música horrible a un volumen atronador. Que no tienen conciencia del espacio personal y pueden vivir hacinadas; que se ríen de chistes violentos, que se excitan haciendo chistes de temas sexuales. Que se visten mal con ropa barata y les encanta usar marcas, que se sienten que son diferentes cuando se ponen anteojos de sol, que se sienten superiores, que son ignorantes, que no saben ni les interesa saber de literatura o de arte, que se sacan fotos en el baño y las comparten en redes sociales, que sólo escriben en redes sociales. Que tienen casas feas, con cuadros feos, cosos de decoración comprados en un bazar y muebles de mala calidad, y están abarrotadas de trastos desordenados. Que nunca fueron a Europa o fueron y lo primero que hicieron fue sacarse una foto junto a la torre Eiffel y subirla a facebook, que escuchan cumbia, reggaetón y todo eso que suena exactamente igual las 24 horas del día. Que se creen superiores porque hablan un idioma, que hablan de los negros diciéndoles “marginales”, diciéndole “villeros”. Me causa desprecio la vulgaridad de querer ser más, y eso es justamente lo que hace que yo desprecie.

Me desprecio por despreciar. Sentí un asco incontrolable cuando la chica con la que estaba hablando se dio vuelta, hizo un ruido horrible y largó lentamente un grande y blanco gargajo adentro del tacho de la basura que tenía en el escritorio de su trabajo, y luego sentí un amargo desprecio por mí, por haber sentido ese asco. 

A veces me preguntan si en Argentina me han discriminado por chino. Nunca nadie me dijo “chino de mierda”, pero muchas veces sentí que pesaba sobre mí una mirada prejuiciosa y que ese prejuicio era contra mi ser chino. Esa carga, sin embargo, es menor a mi desprecio por la chica que escupió adelante mío.

Una vez sí, alguien expresó mi condición de chino para maltratarme. En realidad esto casi no cuenta porque éramos muy chicos —fue en la escuela, íbamos a tercer grado. Tenía un compañerito que eran notablemente hermoso y más que hermoso era exquisitamente perceptivo. Y muy gracioso. Era brillante, nos divertía mucho a todos con sus ocurrencias y sus payasadas, y de hecho, de grande se hizo un artista famoso, una celebridad. Sin que tuviera ningún mal sentimiento hacia mí— en realidad no tenía ningún sentimiento, ni bueno ni malo—, solía usarme para hacer reír a los demás. Usaba mi fealdad y mi condición de chino, lo que en sus chistes iban juntos. Una vez se paró al lado mío sin que yo me diera cuenta, hizo una gran pantomima para olerme el pelo y con una voz posada y con acento francés, le dijo a las dos maestras que lo festejaban siempre y en ese momento lo estaban mirando: “tiene olog a chiiiiiino“. Las maestras largaron una carcajada. Y yo, naturalmente, me sentí muy ofendido, pero si yo hubiera sido igual de gracioso y bonito que él, y tuviera el favor de las maestras, hubiera hecho el mismo chiste.

En este momento de mi vida, mi fealdad me desmoraliza de un modo aplastante. No tengo defensas ante mi mirada que en un espejo ve un orangután, con el vientre desproporcionadamente abultado, la cara que se le ha agigantado, las piernas que se le han acortado, las consecuencias de una parálisis facial que tuve hace años haciéndose cada vez más notorias (un ojo que se achica con una forma penosa), los dedos de las manos que se van deformando por el reuma.

El Maestro Malo, en fin, se me presenta con todo su poder. Me quedaré lo que me queda de vida encerrado en mi vergüenza si no logro superar la repugnancia que me causan los negros, los feos, los que tienen mal gusto y los que cometen faltas de ortografía.



miércoles, 15 de enero de 2025

Bosque de la felicidad ardiente

En el Nº12 de la Revista DangDai apareció la nota “Diez mil años no es tanto”, en la que el explorador de la ciencia ficción Pedro Perucca presenta al genial Cordwainer Smith, ahijado de Sun Yatsen, con quien su padre fue a militar la Revolución de 1911.

En su artículo, Perucca cuenta que la pronunciación de “Linebarger” en chino suena parecido a tres signos que significan “bosque de la felicidad ardiente”: 林白乐 (bosque + resplandeciente + alegría).

Cordwainer Smith también usaba el seudónimo Felix C. Forest, lo que podría ser una retraducción al latín y al inglés de ese nombre en chino.

https://dangdai.com.ar/2015/03/21/dangdai-no-12-brotes/






martes, 14 de enero de 2025

La inteligencia del analfabeto



Los exploradores suelen ofrecer imágenes íntegras. Buscan crear con los datos que han descubierto, un sistema. 

Generar una coherencia, algo que explique lo que han hallado como partes de un todo.

Han necesitado esa coherencia para buscar y encontrar, y luego la necesitan para hacer inteligible la realidad de la que deben dar cuenta. 

El explorador Benjamin Morrell fue contratado para descubrir una determinada isla. Navegó mucho buscándola, finalmente dio con ella. Exploró una parte de sus costas pero no la circunvaló, se contentó con suponer que era una isla porque no vio otra tierra detrás. Se metió en el interior, anduvo por una planicie bastante desierta, vio un par de animales y vio montañas. Los animales le parecieron presas y entonces supuso que debía haber predadores en las montañas. Supuso que los predadores eran felinos y supuso que su color se parecía al que veía en las montañas, porque sería adecuado para que se camuflaran. Como no vio huellas humanas, supuso que la isla era desierta.

Al presentar el informe, eliminó la consideración de “suponer”, agregó otras suposiciones que completaban la imagen de la isla y habló de todo ellos con certeza para que su trabajo satisficiera a quienes le pagaron, y así volvería ser contratado para otra exploración.

Ahora bien, tal vez Benjamin Morell fue un bribón, pero la Ciencia no opera de una forma muy diferente. Todo conocimiento está conformado por las conexiones que suponemos, inventamos, intuimos, fantaseamos, imaginamos a partir de los datos que tenemos. Borges aprendió el idioma italiano con un ejemplar de La divina comedia. Tomaba un párrafo, distinguía algunas palabras y suponía relaciones entre ellas, suposición que iba ajustando a medida que la coherencia crecía e iba revelando el significado de palabras desconocidas. “Si esta palabra significara … sí, es obvio que significa eso, entonces esta otra palabra significa…”.

Creemos que no le costó mucho a Borges aprender el italiano y sobre todo comprendemos cuánto el desafío movilizó su sagacidad. Es la misma sagacidad que tiene un analfabeto para moverse en un mundo de lectura, y la misma que debe tener quien quiere entender las reglas de un juego que no conoce. Es la sagacidad que compensa el desconocimiento echando mando a otros recursos. 

Quien conoce el código, se mueve más rápido y más eficazmente, y quien no lo conoce recurre a su capacidad para suponer, memorizar, agudizar la percepción. El neurólogo Miguel Benasayag cuenta el experimento de los conductores: los del grupo de Londres, con GPS, llegaban al principio más rápido que los de París, que no tenían GPS, pero con el tiempo los de París tardaron lo mismo que los de Londres, mientras los de Londres perdieron la capacidad de llegar sin GPS.

El conocimiento cierto permitió crear la cultura de toda la humanidad, pero también la ha encerrado y le ha impedido otras maneras de percibir y comprender.



domingo, 12 de enero de 2025

Coyuntura - Los chicos

Hicimos una llamada de video con una antigua novia, yo en Buenos Aires, ella en Paraná. Los dos tomábamos mate mientras charlamos, ella en la cocina de su casa. Apareció a su lado un hombretón de unos 40 años, con bigotazos de turco y energía de hombre de campo. Era el hijo. Mi amiga me lo presentó y me dijo:

— Ves, este boludo está con Milei. 

Al tipo no se le movió un pelo.

— ¿Vos no estuviste en Malvinas? —me preguntó ella.

— No —le respondí—, entré después al servicio militar. Me salvé de que me mataran o de que me cortaran las piernas. 

— Te salvaste de que te asesinara a la Thatcher, y Milei es admirador de la Thatcher. ¿Qué decís vos de la Thatcher, también la admirás? —le preguntó al hijo.

— ¿A quién? —respondió el hombretón. 

— La Thatcher, la pirata. ¿No sabes quién es?

— No.

— ¿En serio me decís, o me jodés? 

— No sé quién es.

— No creo que sea responsable de saber —lo defendí, para compensar y equilibrar el evidente dos contra uno.

— La mitad de los chicos de Argentina no están tomando leche —dijo mi amiga—. La mitad. Y Argentina produce leche para 200, 300 millones de chicos. ¿Sabés cómo se llama eso?

— Algunos le dicen justicia social —dije.

— No: es crueldad. Pura crueldad. Peor, es sadismo. ¿Qué hizo Milei cuando estaba dando un discurso en una escuela y un chico se cayó al lado suyo? Lo miró, como si se hubiera caído un palo. Lo miró a ver si no lo había ensuciado. Ni atinó a levantarlo, ni interrumpió lo que estaba diciendo. Ahí es donde se ve la verdad. Ahí mostró que es inhumano. No tiene corazón, en el lugar del corazón tiene un sorete. Ahora ya lo sabés —le dijo a su hijo—. Ahora ya sos responsable de apoyarlo o no.

El hijo siguió con la mirada en la nada. Quizás la escucho. No se sabía qué estaba pensando. 

No preguntó quién fue Margaret Thatcher y en el fragor del comentario contra Milei, nos olvidamos de decirle.


viernes, 10 de enero de 2025

Zona de confort y más

Si decimos que no es necesario optar entre Occidente o China y el Movimiento Polimórfico en Formación al que se va llamando Sur Global, entonces no tenemos por qué salir de la zona de confort de ser occidentales.

No necesitamos, por así decirlo, ser un sueco que viene a Casabindo, hace una hoguera con su ropa, sus guías de viaje por el Tercer Mundo y su pasaporte y se pone ropa de kolla y aprende a tocar el sicu.

Es más, podríamos hasta afirmar el mayor gusto por lo más recalcitrante del amor cipayo que es el corazón de nuestro goce. Adorar los westerns, soñar con pasar la Navidad en el Ritz de París, poner en el hall de entrada de nuestra casa un cuadro con nuestro árbol genealógico con sus raíces pobladas de que nombres austríacos, noruegos e ingleses; sentir que pertenecemos a Miami, psicoanalizarnos todo el tiempo fuera de sesión, esquiar en St. Moritz, viajar a Nueva York y sacarnos una foto en el edificio que aparece en el comienzo de una serie, sentir la superioridad de Heidegger, de Artaud, de Picasso, de Coco Chanel, de Einstein, de Oppenheimer: entrar en el Museo del Louvre con una remera Lacoste, jactarnos de pronunciar bien el inglés, hablarle en inglés a nuestros hijos. Darnos el gusto sin corrernos un centímetro de lo más tilingo y estúpido, salvo una sola renuncia: abdicar de la exclusividad.

Renunciar al conectivo disyuntivo de la lógica proposicional que nos viene de los griegos “si es A no es B“.

Renunciar a elegir entre Andrea, que es nuestra amiga desde la infancia, nuestra hermana, o Sergio, cuando Andrea y Sergio se separan.

Renunciar a la reconfortante, apasionante grieta.

Renunciar a “Jesucristo, su único hijo”.

Renunciar al Dios Único.

No es fácil, porque justo esta es la comodidad originaria, la que organiza todo.

Es Dios o el Diablo, buenos o malos, superior o inferior, nosotros o ellos.

Somos por la exclusividad.

¿Cómo seguir siendo amigo de Sergio y de Andrea sin ser un traidor a los dos?

Pero se puede elegir no someterse ni a la amistad con Andrea, ni a la amistad con Sergio, ni a la disyuntiva.

Podemos disfrutar de China, en fin, sin salir de nuestra zona de confort occidental.






Realidades

Me toca sumergirme tanto en la realidad en la que estoy que no concibo que vivo en otra. En Nueva York, un día antes de volver a Argentina, no puedo creer que mi vida no es en Estados Unidos. 

Si me fuerzo a creer que vivo en Buenos Aires, entonces pienso que volveré a mi departamento en la calle Uriburu, donde vivía hace años.

Luego me hago un cotidiano en el vuelo de regreso a la Argentina, otra vez me toca un avión medio lleno de jasidíes, nos hicimos amigos con una azafata vieja, el pibe del asiento cruzando el pasillo escribe en un cuaderno a mano igual que yo y hablamos de eso. Y leo absorto Las veredes colinas de África, con Hemingway contando en primera persona cómo caza rinocerontes y antílopes entre masai desnudos y por territorios que se le asemejan demasiado a España. Además, con la media consciencia de ver películas en la madrugada, una a las 2, otra a las 5, una media consciencia que es un estado que te hace perder muchos detalles pero también te introyecta en la cabeza del guionista; así, como un pez que al llegar al mismo lugar en la pecera redonda ya no recuerda haber estado, veo La mala educación, de Almodóvar, y Joker 2, y me sumerjo hasta el fondo. 

Llego a Ezeiza, me espera Karina, que siempre me lleva y me trae de Ezeiza, y hablamos todo el viaje de cómo saber o decidir si se ha vivido lo suficiente; llego a mi departamento, que no está en la calle Uriburu, sino el actual, que es muy diferente y está en otro lugar, completamente diferente, de la ciudad, encuentro que mi hija me ha llenado la heladera de comida y ha dejado el departamento en estado de limpieza como yo nunca lo tengo, y tengo que salir corriendo porque en 40 minutos tengo que reunirme con mi socio porque esta noche se va de vacaciones y mientras estuve afuera apareció un cliente nuevo. 

En la parada de colectivo para ir a la reunión digo “la reconcha de la lora, me olvidé el barbijo”, y empiezo a caminar de vuelta a casa hasta que me doy cuenta de que me olvidaba el barbijo en China en 2022, ahora ya está. (¿pero la pandemia, ya está?)

Etcétera.


Me siento revoleado por el multiverso.