jueves, 11 de abril de 2024

Vivir

Un milico traiciona a su partida y se pone del lado del forajido.


Alguien acaricia a su galgo viejo en la estancia de siempre.


Un viejo decide dejarse llevar a altamar por un pez.


Una mujer sabe tratar a los hombres de diferentes tribus salvajes.


Otra mujer escribe para que retrocedan las sombras.


Cuando van a buscar al guerrero al que han lanceado como para matarlo diez veces y aún así ha ido a morir entre los matorrales, no lo encuentran. Ha escapado para volver un día a la batalla.


Un hombre levanta un cuchillo que la arrojan para ir a morir en un duelo.



Escribí una cantidad de cuentos y los llevé siempre en la mano, para no publicarlos.

Para desear publicarlos.

Por miedo a perder el deseo, que es lo que pasaría si los publicaba.

Porque lo que yo quería no era publicarlos, sino desear publicarlos.

Si lo publicaba, mi deseo sería un pescado muerto. El pellejo de un perro querido. Unos ojos secos.


Pero yo no estaba de acuerdo conmigo. 

También me decía que no publicarlo era no vivir.

Para que mi deseo no muriera, yo no vivía.

Entonces escribí una novela, y decidí publicarla. Como sabía que tenía muchas torpezas, se la pasé a una editora, dura como una punta de vidia, para que me señalara qué debía ajustar.

Pues la destrozó.

Yo no me aguanté el chicotazo y abandoné también esa novela en un cajón. Otra vez le saqué el cuerpo a mi deseo. 

Pero un año después un amigo, no menos estricto, me alentó a seguir trabajándola, y así una tarde la puse sobre la mesa.

Comprendí que la editora tenía razón. Le hice una cantidad de tachaduras mayor que la que me hizo huir, pero cuando la cerré, sentí que lo que tenía en la mano no era una ilusión de mi vanidad, algo sin sustancia o un pasatiempo. Había escrito algo sólido.

Supe que las cosas que conté le pueden dejar una experiencia a alguien que la lea.


Otra amiga, en una clase de español a un norteamericano, hizo un descubrimiento extraordinario. El alumno trató de encontrar el verbo en español que correspondía al sustantivo “experiencia”. Ella le explicó que en inglés la conversión de un sustantivo en un verbo es natural, pero en español muchas veces suena muy forzado, como en el caso de “experiencia”. “Tuve una experiencia”, se dice, y de ahí en más se explica. Alguno traducirá torpemente “experienciar”, y habrá errado. Mi amiga le dijo al alumno: “nosotros decimos, lenta y enfáticamente, «vivir».”

Ese “vivir” es una clave para apreciar lo que alguien escribe, poema, cuento, novela.

La literatura es, entonces, aquello capaz de transformar a un lector dotándolo de un vivir. 





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