lunes, 24 de mayo de 2021

El hijo del escritor sobre su padre

— ¿Para qué escribe tu padre?

— Para publicar. Si otros no ven lo que escribe, no existe.

— Lo estás fustigando un poco, ¿o me parece?

— Es que es un pusilánime. Sólo cando escribe puede convertir en moneda de experiencia las cosas que piensa, las cosas que hace —que le pasan, más bien, porque hacer, no hace nada. También, al publicar puede leer lo que escribe desde los ojos de un lector. Dice que eso le modifica por completo lo que escribió. Que adquiere otra dimensión y el significado de lo que escribió se altera. Dice que eso le permite comprender al lector, y entonces se enriquece. Pero es insoportable.

— ¿Por qué?

— Si no lo azuzan, escribe pilas de basura, reflexiones que no le interesan a nadie, ni siquiera a él, que tiene ese ego de nene de mamá.

— No es un autor autosuficiente.

— Todo lo contrario. Tiene esa dependencia de los demás, que si le critican algo que hizo, se va del mundo.

— ¿Demasiado humano?

— Sí, hipersensible. Ante el mínimo gesto de desaprobación se desvanece como un adiva.

— ¿Necesita entusiasmar?

— Claro. Con esa hipersensibilidad, así como abandona todo cuando no lo aplauden, si presiente que algo que escribió provoca un atisbo de luz en el lector, instantáneamente se infla hasta alcanzar el tamaño de Júpiter y flota hacia el cielo. Brilla y escribe cosas formidables.

— Bueno, con aprobarlo alcanza, entonces. No es una fórmula tan difícil.

— Sí es difícil, porque, por ejemplo, si tiene una aprobación automática, de nuevo empieza a escribir boludeces. Lo que necesita es que le hagan observaciones, pero sutiles y adentro de una celebración de su ego. Si los elogios son auténticos y las críticas son agudas, entonces se le meten muy adentro y le van segregando durante mucho tiempo un marco que a la vez lo contiene y alienta. Así es como ha escrito lo que vale la pena.

— Ah, requiere de un equilibrio muy fino.

— Eso. Muy insufrible, mi viejo. Mamá no lo aguantó, nadie lo soporta.


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