miércoles, 5 de mayo de 2021

Fogata

Cuando íbamos a un bar, Aldana sentía que lo natural era sentarse uno al lado del otro. Para mí, lo natural era estar frente a frente.

Después de que nos separamos —entre otras cosas por esa desavenencia—, comprendí que se trataba de dos formas diferentes de ser pareja.

Incluso más allá de la pareja, pensé que eran dos maneras de relacionarse entre la gente, entre cualquieras dos o más personas.

Los padres de mi amigo el Guri sacaron el televisor del comedor, cuando se dieron cuenta de que interrumpía la reunión familiar de la cena. En vez de charlar unos con otros, cada uno miraba la tele medio hipnotizado.

Hoy el Guri se pone loco cuando le habla a alguno de sus muchos hijos y el chico se pone a mirar su celular.

— Che, te estoy hablando —le dice, ofuscado.

Mis padres, a diferencia de los del Guri, ponían la tele, a un volumen, además, que impedía escucharnos. Mi hermana Margarita tenía que desgañitarse para que le pasaran las papas.

¡¡¡¡LAS PAAPAAAAS!!!! 

En los bares de París, las sillas en la calle tienen el respaldo contra la pared. La gente charla sin mirarse, sino asistiendo al espectáculo de las personas que pasan. Es algo parecido a la gente asistiendo a una obra de ballet o a un partido de tenis.

Yo, en cambio, tengo la necesidad de crear una especie de burbuja cuando hablo con una persona. Si vamos a ver un partido de fútbol, cuando el rival está por patear un corner que puede terminar en gol, no se me ocurre preguntar, por ejemplo, “¿cómo llevás la muerte de tu padre?”

En cualquier situación de encuentro en que la que vemos es a la persona con quien nos juntamos, no otra cosa, me gusta que nos dediquemos a comunicarnos. Prestar atención al otro con todos los sentidos. Mirarle el fondo de los ojos, permitirse captar los detalles, ver en la otra persona cosas que quizás ella no percibe, darle el espacio para que se libere y diga de sí o de mí cosas que en otra circunstancia no saldrían.

Lo que molestaba a los padres del Guri era el sinsentido de juntarse la tribu una vez por día, y entonces aislarse cada uno en su conexión con la tele. 

No estoy seguro de que mis padres sintieran el tema de esa manera. Creo que concebían que la escena de mirar todos lo mismo nos unía.

Estábamos viendo lo mismo, teníamos pensamientos sobre el mismo tema, podíamos comentar lo que veíamos, en fin, teníamos la misma experiencia.

En la era de las cavernas, hubiéramos mirado todos juntos el fuego de una fogata, tal vez observaríamos cómo se cocinaba una liebre, o un ciervo, o un humano.





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