viernes, 17 de junio de 2022

La paradoja de Borges y El sueño en el pabellón rojo

Borges decía lo que conviniera en el momento para poner a la gente en situación.

Inventaba.

Si era necesario, inventaba la verdad.

Es lo que hacía con la estrategia de vanagloriarse desintegrando su importancia personal.

“Disculpe mi ignorancia”.

Si alguien se le presentaba en la calle y le decía, para empatizar con él, que escribía, Borges le respondía: “caramba, usted es un escritor. Yo también escribo”.


No mentía cuando decía que era más lector que escritor.

Fue un escritor magnífico, pero en lo que escribe percibimos que fue un lector aún más portentoso.



Algunos críticos literarios chinos plantearon algo así como “la paradoja de Borges y El sueño en el pabellón rojo”. 

Borges dijo que había leído esa novela emblemática de la literatura china (hoy felizmente recuperada en Argentina con gran trabajo por Rubén Pose), de una traducción al alemán. Los críticos chinos concuerdan que la mejor versión a la que pudo acceder Borges era alemana; sin embargo, el uso que hizo Borges de la novela y sus comentarios delatan no sólo una lectura altamente sofisticada, sino que esa lectura no puede ser sino del original en chino. No encuentran otro modo de que Borges comprendiera, como hizo, algunos aspectos de la obra a partir de la versión alemana —y no hay ningún indicio de que Borges leyera chino, ni que se la hiciera traducir directamente del chino.


Esta paradoja nos convence de la estrategia de lectura de Borges. Sin sentir la mínima obligación de leer una obra hasta el final (recomendaba a los estudiantes no leer algo que no los atrapaba), leía lo suficiente para comprender, en sus palabras, la cifra de la obra. Luego, seguía leyendo, o volvía a leer, sólo por complacencia. 

Pero si la obra no le gustaba, apenas captaba su espíritu o si percibía que no lo tenía, de inmediato la abandonaba.


Esto nos hace pensar que quizás la mayoría de los libros que leyó, las leyó parado, junto al anaquel de la biblioteca de donde lo tomaba, picoteando pasajes al azar.


También vuelve a asombrarnos su memoria prodigiosa, porque lo que leía en ese pictoeo, eran frases que aprendía de memoria y repetía, para aponer a la gente en situación, tal vez años más tarde.


Sobre todo, quedamos pasmados, aturdidos y quizás espantados ante su inteligencia lectora. Encontraba en algunos párrafos claves tan profundas que no sólo iluminaban cada parte del libro como si todas sus hojas se desparramaran bajo el sol, sino que nos permiten captar con claridad todos los infinitos contextos de la obra.


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