martes, 15 de octubre de 2024

El que escribe en un cuaderno

Siempre escribo en cuadernos.

—Bueno, no sólo en cuadernos. También escribo en el celular, en la MacBook, en mi PC de escritorio.

— Y bueno (otra vez), no siempre: siempre sólo en los intersticios. Cuando viajo en ómnibus, avión, tren o ferry; cuando espero en un consultorio o en cualquier fila; en un café en otra ciudad; en un parque o una iglesia que encuentro cuando camino hacia algún lugar; en cualquier reunión por zoom. En fin, cuando paso de un lado a otro. 


Una tarde iba en un subte de Nueva York, línea D, la anaranjada, que estaba muy lleno y escribir parado y apretado era sumamente incómodo, pero es exactamente el tipo de escenas que me exprimen haciendo brotar de mí ocurrencias que me urgen a que las escriba, de un modo tan acuciante que no tengo voluntad contra ellas. 

De manera que saqué mi cuaderno de la mochila y me puse a inscribir.


Al rato noté que una adolescente, de 16 o 17 años, me observaba con un interés tan vivaz como si yo fuera una mezcla de pulpo con tortuga, o como si tuviera ojos de cabra, o si un manojo de ardillas jugara en mi cabeza. 

Estaba fascinada porque un fulano escribía a mano en un cuaderno, y esa fascinación le producía una sonrisa, bastante hermosa. 

Le comentó de mí y me señaló a un chico y otra chica que estaban con ella. Sus amigos me echaron un vistazo con algo de interés y luego siguieron con lo suyo, pero la chica quedó fija en mí. 

Quizás pensaba que yo era un afgano, un uzbeko o un mongol sin civilizar. De hecho, me creo un sudamericano sin civilizar. (Ella tampoco parecía muy civilizada).


No se atrevió a tomarme una foto con el celular, pero le hice el día.




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